martes, 21 de noviembre de 2017

Ahora, toca mili y golpes

Con la actualidad política del momento, en que los periódicos vienen llenos de expresiones muy diversas y reiterativas de "golpe de estado", que utilizan todas las partes para acusarse unas a otras, me viene a la cabeza la necesidad que tengo de contar mi visión particular de lo que se llamó tambien golpe de estado del 23 de febrero de 1981, que me pilló en "plena mili".
Pues bien, después de agotar casi todas las prórrogas por estudios que en aquellos momentos se podían hacer para retrasar el ingreso en el ejército, pensando año tras año que se iba a derogar la ley de servicio militar obligatorio, fui a dar con mis huesos, tras sorteo puro a León. Concretamente a El Ferral del Bernesga, donde hacía un frío tan terrible que te contaban el primer día de llegada, que hasta había muerto un canario. En teoría por lo poco acostumbrados que estaban al clima tan extremo. A los pocos días ya descubrías que el tal "canario" era un pajarillo que tenía el coronel en una jaula, y una noche se lo olvido en la ventana a la intemperie...
Allí las cosas eran simples:  Una, obedecer a todo lo que te dijeran sin ningún cuestionamiento. A mi el primero que me surgió fue al ir a comer: justo antes de ponerse en fila para el rancho, te dejaban unos minutos para ir a los dormitorios. Para lavarse las manos, pensé. Ni idea: los lavabos estaban cerrados y lo que había que hacer era limpiarse la botas...! Otra, ir corriendo a todos los sitios para luego no hacer nada...!
Plaza Mayor. Salamanca
La verdad es que a los pocos días (dos o tres), por razones profesionales, me encargaron la tarea de llevar al botiquín a todos los soldados lesionados o enfermos: obviamente debido a que en la Facultad de Medicina lo que mejor enseñan es a poner en fila a un grupo de soldados y llevarlos a la enfermería a paso rápido, como no, para que los pueda visitar el oficial médico y decidir si van o no van a las tareas de instrucción...!
Total, que me vino bien, me libré de toda la instrucción militar y de los rigores del tiempo de los meses de noviembre y diciembre en aquel lugar tan gélido. Luego como no sabía ni desfilar ni llevar un fusil en condiciones acabé también librandome de la ceremonia de la jura de bandera, que realicé con todos los "tullidos" del cuartel en la enfermería.
Fui destinado una vez concluido el periodo de instrucción a Salamanca, a la Plana Mayor de una Unidad Ligera de Intervencion Inmediata, RCLAC Santiago Número 1, creo recordar, instalada en el cuartel "El Charro". En principio no me pareció mal, la ciudad era magnífica por historia y por presente y pensé que a pesar de tener que pasar un año de "servicio" Salamanca no era el peor de los escenarios. La verdad es que con el tiempo y las veces que he vuelto el destino era excelente, si quitamos la mili.
En aquella época estaba de moda el llamado "ruido de sables", que no era otra cosa que las conspiraciones más o menos elaboradas con que las altas esferas del ejército "jugaban" casi a diario. Y un buen día, un 23 de febrero a alguien se le ocurrió saltarse a la torera todas las normas, pisotear el parlamento como un elefante en una cacharrería y establecer una nueva legalidad... La historia general es de sobras conocida: secuestro, desorganización, rendición, detención, restablecimiento del orden que estaba establecido, elecciones, juicio posterior y al que le toque a "la trena". Lo que a mi me apetece explicar no es esta historia, sino la mía personal y la de algunos amigos y conocidos que coincidimos en la misma, aportando mi visión, que es posible que sea sesgada pero al menos con cierta crítica que es la que dan los años transcurridos.
Pues bien, ese día, mis amigos y yo salimos como cada día a pasar la tarde en el piso que teníamos alquilado en plena Plaza Mayor, un lujo de duplex de 7 habitaciones. Eramos 20 personas pero nunca coincidimos todas juntas. De hecho ese día solo salimos tres.
A mí, me tocaba ir a comprar algo de cena, y cuando llegué a la tienda habitual, la dependienta y dueña me soltó de sopetón, sin anestesia: -¿Cómo es que os han dejado salir hoy del cuartel, habiendo un golpe de estado? El acontecimiento había pasado exactamente en el tiempo que había desde el cuartel al piso. Yo le contesté con cierto tono de broma: -Pues nos han dejado salir porque no hay ningún golpe, mujer. Cogí la compra y me fuí a casa a preparar la cena.
Cuartel "El Charro"
Al llegar les dije a mis colegas: La tendera se ha vuelto loca, dice que hay un golpe de estado. Uno de ellos me contestó: Tú crees que si hubiese un golpe, no lo dirían por la radio. Le respondi: Tienes razón, pero no la tenemos puesta. Se fue a por la radio, y sonaba música militar y de pronto se oyó la voz de una persona dando instrucciones y explicando la situación.
Ya no hicimos ni la cena, ni salimos a dar la vuelta que habitualmente hacíamos por la tarde/noche antes de volver al cuartel. La tarde se pasó en un suspiro en el que solo debatíamos si volver al cuartel o fugarnos a Portugal, relativamente cerca de donde estábamos.
Para bien o para mal, decidimos quedarnos y volver al cuartel. Posiblemente fuimos los últimos en llegar y ya a la entrada se veía la magnitud de lo ocurrido: en el lugar de guardia donde habitualmente había un soldado para su cobertura, eran cuatro y armados hasta los dientes. A grito pelado, el oficial de guardia nos envió a toda prisa a recoger armamento y a cambiarnos de ropa, en ese orden.
Llegamos al cabo armero y oh! sorpresa!, se le habían acabado los fusiles, que es el arma que nos correspondía por nuestro grado, soldados rasos. Así que nos encajo una pistola a cada uno y como tampoco le quedaban balas nos repartió las últimas. Siete para cada uno, menos de las que cabían en un cargador. Yo como no tenía experiencia con el armamento, decidí no ponerlas en el cargador y me las puse en el bolsillo, no fuera a ser que se me disparase el arma y me diese en un pie. Así pasé todo el tiempo que duró la "emergencia mlitar": con la pistola descargada y las balas en el bolsillo.
Alguna otra historia relativa a lo preparado que nuestro ejército estaba para entrar en acción es la de los carros de combate. Solo cuatro de los veintidós que disponía la unidad, que era de intervención inmediata, se pusieron en marcha en condiciones de uso, dejando a los mecánicos toda la noche trabajando en un imposible: poner en marcha los restantes.
Lo que sí se puso en marcha fueron los camiones y "landrovers", que pasaron toda la noche en el patio del cuartel sin apenas parar, por si se hacía necesario salir con urgencia a la calle. El ruido y el olor a gasolina eran insufribles. Supongo que algún vecino de cuartel no pego ojo en toda la noche. Por suerte ni los unos ni los otros tuvieron que salir...
No obstante aquella noche se hizo muy larga. A mí, me requirió un sargento, joven y exaltado y junto con un conductor, veterinario él, nos dirigimos con una larga lista de direcciones en una carpeta a la central de Correos y Telégrafos de Salamanca, en la que entramos, más el sargento que yo, a grito pelado diciendo que debía ponerse a nuestro servicio un telegrafista experimentado. El veterinario se quedo vigilando el coche en la calle, donde por cierto hacía bastante frío.
La verdad es que tuve la sensación de estar tomando una plaza o un objetivo militar y creo que el sargento no solo esta sino también la certeza.
Un día de maniobras
Apareció con una cierta cara de susto, una persona, a mi parecer cercana a la jubilación que nos puso los pies en la tierra y nos desmontó toda nuestra hazaña bélica de conquista. Se dirigió a nosotros con una educación exquisita y nos dijo: El único telegrafista que hay en la oficina, soy yo y además el único empleado que está de guardia, o dicho de otra manera, solo ustedes dos y yo estamos aquí en este momento. Si quieren poner algún telegrama lo pueden hacer, pero yo en poca cosa más les podré ayudar.
El sargento bastante desinflado y yo francamente aliviado asentimos con la cabeza y empezamos a sacar de la carpeta las listas que teníamos. Era tan poco épico como enviar telegramas a todos los mandos y soldados que estaban de permiso para que se reincorporasen a la mayor brevedad, y además sin ninguna oposición que nos obligase a tomar ninguna decisión heroica.
Con el tiempo he pensado como podría haber ido aquella noche, si hubiésemos encontrado alguna resistencia a nuestra misión, y creo que hubiese optado por largarme. No se me ocurre que pudiera tener ningún interés en fastidiarle ni la noche, ni la que yo creía próxima jubilación a una persona que no me había hecho nada...
También a posteriori he mantenido en las reuniones con mis amigos que aquel "golpe" por suerte no salió adelante en parte porque el interés de la tropa y de una parte de los mandos intermedios no tenía muchas ganas de volver a escenarios previos que habían tardado mucho en superarse. Tampoco los medios materiales estaban en su mejor momento para muchas aventuras.
Todo y que había una parte de estos mandos y algunos superiores realmente exaltados y emocionados con la idea de volver hacia atrás y si no, dejo a la valoración del lector una anécdota de aquella madrugada, después de volver de Telégrafos.
Nos dirigimos a la cantina de tropa del cuartel a tomar un tentempié. De repente se abrieron las puertas y apareció el coronel del regimiento. Como un resorte saltamos de nuestras sillas y nos pusimos de pie. Nos mando sentar con un gesto de sus manos y gritó en medio del silencio que se había creado con su llegada: "Cantinero!!! Ponme un par de huevos fritos... pero grandes como los de Tejero"
A las pocas semanas del golpe, de capitán para arriba en la escala de mando, la mayoría de ellos fueron trasladados bien no sé a donde, pero abandonaron el cuartel de "El Charro".
En estos días de zozobras nacionales en que todos se acusan de golpistas como decía al principio de la entrada, igual nos iría bien aquella solución: de capitán para arriba todos fuera... unos y otros.
P.D.: Soy un iluso... pero ya lo sé hace años.

Bretaña y las Islas del Canal. Y parte Cinco

Nos despertamos, como casi siempre a buenas horas, o sea temprano y tras hacer el "check-out", por cierto que tenían todo el siste...