jueves, 27 de junio de 2019

Maestrazgo, entre Teruel y Castellón. Día Dos y Tres...?

La encargada, dueña o lo que fuese del lugar de la cena del día anterior, nos medio levantó la camisa pues dijo que todos los bares abrían a las nueve o nueve y media. Lo cierto es que a las 8 cuando salimos del hotel, ya estaba abierto el de enfrente, aunque solo para cafés, sin otra posibilidad de desayuno que unas magdalenas de bollería industrial, que en esta zona parece un pecado desayunar de tal guisa. Pero ante "eso" o la nada, bien estuvo y tras comprar unas botellas de agua, nos pusimos en marcha hacia la siguiente aventura... 
Villarluengo
El camino prometía carreteras sinuosas y paso por valles y bonitos paisajes. No defraudó ni en lo uno ni en lo otro, a pesar de que sería necesario que las autoridades competentes, bueno pertinentes, cuidasen algo más el firme de las vías, es lo único mejorable, pues las curvas te obligan a ir despacio y eso te permite disfrutar más de los enclaves y tierras que vas atravesando.
En estas condiciones llegamos a Villarluengo, un precioso pueblo colgado en la cima de una montaña, que aunque no muy alta está casi a 1.200 metros, entre los ríos Palomita y Cañada entre las sierras de la Carrasposa, la Garrucha y la Cañada. Este pueblo que no llega a los 200 habitantes tiene una magnífica iglesia de estilo neoclásico-mudéjar, con una fachada con dos impresionantes torres gemelas. Otro de los lugares a visitar es el llamado Balcón de los Forasteros, que ofrece una vista impresionante a  uno de los valles que lo rodea. 
Habíamos decidido por el horario que llevábamos que lo ideal sería comer unos bocadillos en el momento que fuese oportuno, así que nos dirigimos a uno de los dos bares existentes, obviamente el recomendado por una de las vecinas que salían de comprar de la tienda de la plaza, para ver si nos servían en nuestra necesidad. Allí encontramos tres mesas de paisanos, almorzando con cuchillo y tenedor, algo muy común en la zona, codornices o perdices escabechadas. Nosotros pedimos diversos bocadillos, desde uno de panceta a una tortilla, y con el escaso tiempo disponible ver los lavaderos mientras los preparaban. Luego iniciamos el resto del camino que quedaba hasta Pitarque, lugar de destino de la jornada.
Se trata de una localidad que no llega a los 100 habitantes al pie de la montaña de Peñarrubia y que se cree su nombre Pitarque es de origen árabe Abu-Tariq (padre de la acequia), debido a un canal construido en época musulmana. Su monumento urbano más significativo es la iglesia parroquial y ya en el camino hacia el nacimiento del río, hoy declarado monumento nacional, se encuentra una ermita, la de la virgen de la Peña, que cada año celebra una romería.
Nacimiento del Río Pitarque
La subida al nacimiento se inicia en el mismo pueblo, bordeando lo que queda del canal musulman, por un sendero bien señalizado que coincide en parte con el GR-8. Pronto se llega a la ermita, sin haber visto ni una gota de agua, solo piedras y una vegetación importante, eso sí. Tras la parada de rigor continuamos el camino y pronto accedemos a lo que fue una central hidroeléctrica pues los desniveles y las caídas de agua era un lugar idóneo para ella. Parece ser que sirvió en su tiempo para proporcionar la energía a una existente industria textil en la zona.
A partir de allí, el GR, se desvía y el sendero pasa a ser más estrecho, con más vegetación y con pequeños riachuelos de agua que hay que ir salvando, unas veces sobre las piedras y otras sobre unas pasarelas de madera que se han colocado desde que el turismo ha ido llegando a la zona.
Por fin se llega al nacimiento propiamente dicho donde destaca un chorro de agua que aparentemente emerge de las rocas, con un paisaje espectacular, con rocas en forma de chimeneas, pequeñas cascadas de agua de escasamente un metro de altura, y unas pasarelas para acercarse lo más posible al inicio del río. Como se puede imaginar no hay restaurante en este mundo que se acerque a la tranquilidad, paisaje, sonido y cielos de este enclave, por lo que decidimos sentarnos en las muchas oquedades y bancos naturales, para dar buena cuenta de los bocadillos. Una comida espectacular pese a lo limitado de los manjares...
Y como no hay viaje sin sorpresa, de esta guisa estábamos comiendo cuando llegó un grupito de cinco caminantes que estaban haciendo la misma ruta. Me llamó la atención enseguida por ser cara conocida una de ellas y sí, era una conocida, y sí, era de Albalatillo mi pueblo. Bien es cierto que la referida vive desde hace muchos años en Terrassa, así que doble coincidencia.
Y la siguiente sorpresa que no fue, pero que pudo haber sido y no tan agradable es que Paco en su afán por colocarse en sitios con cierto peligro, es como dice su mujer "un fuguilla", se sentó a comer separado del resto en una piedra del río, rodeado de agua. Cuando ya iniciábamos el regreso al pueblo donde habíamos aparcado (a unos 5 Km), no se si una especie de reflejo de luz, o más factible el ángel de la guarda ese que nos acompaña durante toda nuestra vida, descubrieron al susodicho la llave del coche, que se le había caído del bolsillo en su particular silla de comer.
Castillo de Morella
La bajada ya solo fue un cúmulo de suposiciones de como habría ido si al llegar al coche nos percatamos de la pérdida de las llaves. Todas las especulaciones fueron posibles e incluso todas hubieran podido ser reales.
Emprendimos el camino de vuelta a Morella, pero esta vez lo hicimos por una carretera en mejores condiciones, aunque algo más larga, pero no menos interesante, ya que se trata de la llamada Ruta del Silencio (www.thesilentroute.com), que nosotros desconocíamos y que gracias a una decisión un poco arbitraria pudimos descubrir, aunque solo superficialmente.
Ya en nuestro destino lo dedicamos a pasear por Morella, visitando la iglesia y el castillo, pero se había hecho un poco tarde entre unas cosas y otras y los dos monumentos estaban cerrados. Disfrutamos de su arquitectura desde fuera y callejeando fuimos a dar con la casa consistorial, donde nos recibieron con unos aplausos que luego descubrimos que no eran para nosotros, sino para el nuevo alcalde, investido justo en aquel momento. Después centramos nuestros esfuerzos en buscar sitio para cenar y bien que lo encontramos en los soportales próximos al hotel, donde dimos buena cuenta de un excelente rabo de toro estofado y unas tapas a precio increíble, si seguimos los parámetros de donde las consumimos habitualmente. Descubrimos también que el local, casa Pere, era una buena elección pues al poco de sentarnos aparecieron todos los concejales, alcalde incluido, con intención de cenar también. Gracias a la sociabilidad de nuestras compañeras, saludamos al primer edil, se hicieron fotos con él y le pedimos alguna recomendación para tomar alguna copa. Pero para copas las que se había tomado nuestro "amigo" el bombero que conocimos poco después, comunicativo como nadie, nos contó su vida y milagros, incluyendo el salario del cuerpo y sus preferencias sexuales, aunque menos explícitamente.
Sant Mateu
Después de tanto conocimiento y emociones y de un gin-tonic bien elaborado en una terraza de la misma calle, nos retiramos a descansar, pues la fiesta continuaba el día siguiente.
Desayunamos con tranquilidad, sin haber madrugado tanto como los días anteriores y una vez formalizada la salida del alojamiento pusimos rumbo hacia Sant Mateu, capital histórica del Maestrazgo castellonense y última parada que íbamos a visitar en nuestra particular ruta de la comarca.
Se trata de una villa de casi 2.000 habitantes situada en lo que antiguamente se llamaba "Valle de l'Angel" y a tan solo unos 30 kilómetros del Mediterráneo. Su principal actividad económica es la agricultura, aunque el cierre reciente de algunas empresas del sector de la madera y los servicios ha hecho florecer un incipiente turismo, sobre todo de alojamientos rurales.
Tiene muchos monumentos religiosos, para el tamaño de pueblo, entre los que se puede citar la iglesia arciprestal (en la foto), la iglesia de San Pedro, la iglesia y el convento de las Agustinas y las ermitas de la virgen de los Ángeles y de San Cristóbal.
Entre la arquitectura civil destaca la excelente plaza mayor, con gran actividad lúdico-comercial y de ocio, así como numerosos Palacios como el Borrull y el Maestres Orden de Montesa. Interesante de visitar también los restos de la muralla y el llamado Callejón de los Judíos, fragmento de una vía medieval del siglo XIV, restaurada en los años noventa.
Desde Sant Mateu partimos en dirección a donde habíamos previsto como lugar de finalización del viaje, y última visita, aunque solo gastronómica, antes de llegar a nuestras casas. El destino era Las Casas de Alcanar y la comida, una paella, con algún pica-pica.
Una de las áreas de servicio
Después de comprobar que todas las recomendaciones que nos había hecho de lugares adecuados, estaban con el aforo completo, nos dedicamos a buscar alternativas hasta que encontramos un lugar, que alguno de nosotros ya había visitado en otros tiempos. Allí mismo nos tomamos de entrante un salteado de mejillones, almejas, navajas y langostinos con una salsita de ajo picado excelente. De segundo como estaba previsto una paella de marisco, pero eso sí, del "señorito", o sea todo pelado. Y sin que faltase el chupito de licor de arroz.
Lo que parece increíble es que los muchos años que uno acumula en su DNI, y las muchas comidas de todo tipo que ha tenido que pasar para llegar a esos años, no me sirvan para aprender que si una almeja cocinada esta cerrada es por algo y que abrirla y comérsela es una imprudencia. Y que luego vienen las consecuencias de la misma. En este caso fueron que tuvimos que hacer algunas visitas y paradas no previstas en el viaje: la mayor parte de las áreas de servicio de la autopista hasta Terrassa para poder aliviar los efectos colaterales de la imprudente ingesta. He procurado explicarlo sin detalles, pero mis queridas paredes, que son listas, lo han entendido todo.
En cualquier caso el desagradable para mí como damnificado y para el resto que lo sufrieron, final del viaje no quita ni un ápice de lo bien que lo hemos pasado en esta escapada.

domingo, 23 de junio de 2019

Maestrazgo, entre Teruel y Castellón. Día Uno

Otra aventura viajera con los amigos Jose y Paco y con la misma estructura que las anteriores, o sea repetitivos que somos nosotros, aunque esta vez no pasamos por el pueblo y nos dirigimos directamente a la zona del viaje, empezando la aventura desde el minuto cero, que por cierto era bastante temprano para lo que uno suele madrugar.
Soportales de la calle Mayor. La Fresneda
La primera parada fue en Mora la Nova, que no figuraba en el destino oficial pero que fue imprescindible para desayunar algo más contundente que el café matutino. Y vaya si fue bueno el tentempié: Pidieses lo que pidieses llevaba jamón de acompañamiento y por cierto de una calidad por encima de lo que podíamos esperar del lugar. No consigo recordar el nombre del establecimiento.
Sin perder demasiado tiempo enfilamos la carretera hacia el que sería nuestro primer destino: La Fresneda, un precioso pueblo, que pese a pertenecer a la comarca del Matarraña, no queríamos perdernos. Se trata de un municipio de no más de 500 habitantes en el que pasear tranquilamente rodeado de bellezas arquitectónicas que van desde la casa consistorial, la parroquia en lo alto del pueblo hasta los magníficos soportales que recorren uno de los laterales de la calle mayor y la casa de la Encomienda del siglo XVI, sin olvidar las mazmorras del mismo siglo. En la zona más alta del pueblo, una ermita, un antiguo cementerio y un aljibe que supongo en su momento proporcionaba agua a la población.
Con cierta premura, pues la jornada que habíamos programado era intensa, nos dirigimos ya a Morella, villa emblemática del Maestrazgo castellonense, donde debíamos fijar nuestra residencia para el fin de semana. Escogimos y de paso acertamos un palacio de un cardenal en el centro histórico, que había sido remodelado con mucha gracia en un hotel de aquellos que llaman con encanto y con historia. Instalados y en el breve plazo que dura una comida frugal, iniciamos la tarde con el recorrido previsto por diversos pueblos de la comarca.
Bóveda de la Iglesia. Forcall
La primera estación es Forcall, bonito pueblo de Castellón que probablemente recibe su nombre de la horca "forca", que le hacen tres ríos a su casco urbano, el Cantavieja, que es el más caudaloso y otros dos, cuyo nombre no recuerdo en estos momentos, entre otras cosas porque la mayor parte del tiempo son barrancos sin caudal alguno. Tiene unos 500 habitantes también, que se dedican principalmente a la agricultura y la ganadería  y en tiempos más lejanos cuentan que fue cuna de "carlistas", igual porque Carlos II les concedió la independencia de Morella.
Entre los monumentos más significativos se encuentran la iglesia parroquial, una ermita de la Consolación y el Palacio de Osset-Miró, en la actualidad hotel y restaurante de cierto lujo. Nuestra visita fue breve pues el programa era intenso y tras pasear por las calles de los citados monumentos  y ver como preparaban concienzudamente en la plaza mayor un encuentro de músicos y bandas, de una cierta tradición en la zona, emprendimos camino a nuestro siguiente destino.
Este no era otro que Mirambel, ya en el Maestrazgo turolense, con poco más de 100 habitantes se trata de un pueblo multipremiado por su belleza, por su conservación y por su riqueza en la edificación. Destaca entre ellos el centro histórico, uno de los conjuntos arquitectónicos más importantes de Aragón. También las murallas que rodean el pueblo aunque a veces ocultas al formar parte de las casas adosadas. De especial mención una de las puertas de la muralla, la llamada de las monjas, decorada con celosías de yeso.
Puerta de la Monjas. Mirambel
Destacan también cantidad de casas palaciegas como la casa Castellot y la casa Aliaga, actualmente en venta a quien la quiera comprar. Lo de la España vaciada o vacía lamentablemente se nota que va en serio por estos lares...
El castillo, la casa consistorial y el convento de las monjas agustinas cierran entre alguno más que olvido, el catálogo de monumentos y de arquitectura que dispone este magnífico lugar, recomendable su visita a poco que pases cerca de él. Era tanta la prisa y la afición por disfrutar de esta magnífica comarca, que ni una triste cerveza, ni un café nos permitimos tomar, aunque a decir verdad después de pasear todo el pueblo no recuerdo ni un bar donde poderlo hacer. Lástima lo del vaciado...
Al coche de nuevo y rumbo a nuestra próxima parada: Cantavieja. Pocos son los Kilómetros que separan ambas localidades así que en un abrir y cerrar de ojos nos plantamos en el centro de la villa, que ya sin bajar del coche se ve que se trata de alguna capital importante dentro de la comarca. En el periodo pre-autonómico fue la capital del Alto Maestrazgo, hoy sigue siendo capital del Mestrazgo turolense. Con casi 800 habitantes, que tampoco es para tirar cohetes, es el núcleo habitado de mayor número de la comarca y también como la mayoría su principal actividad económica es la agrícola y ganadera, al margen de la explotación de algunas canteras de piedra, destinadas a la construcción rústica de viviendas o en su caso la restauración de otras. Importante en su historia fueron las guerras carlistas al ser sede capital de la Comandancia General, desde donde dirigía las operaciones el general Ramon Cabrera, conocido como el Tigre del Maestrazgo. La villa debido a su condición de plaza fuerte pasó de manos de carlistas a cristinos (seguidores de Maria Cristina de Borbón Dos-Sicilias, viuda del rey Fernando VII) una y otra vez hasta que acabó la guerra.
Plaza. Cantavieja
Después de aparcar el coche, a la sombra que Paco lo controla todo, siguiendo a la gente del lugar que se dirigía en una misma dirección fuimos a dar con la plaza mayor, que se encontraba adecuadamente vallada, como se ve en la foto, para la celebración de una de las fiestas más típicas de la zona: la fiesta de los quintos del 19 y obviamente las vacas en la plaza. Como que no somos ninguno grandes aficionados al riesgo nos quedamos detrás de la valla, lo que nos impidió disfrutar algo más de la belleza de la misma.
Luego, aquí sí, nos dirigimos a un bar del pueblo, abierto aunque desierto a excepción de un señor mayor de esos que te encuentras en cada pueblo de España y que te cuenta sin grandes esfuerzos, que a la tarde-noche hay toro embolado y lo mismo en las fiestas patronales. Tomamos un zumo de naranja y un kit-kat, este último para hacer un paréntesis y reposar un poco. En seguida nos pusimos en marcha hacia nuestro siguiente objetivo: La Iglesuela del Cid.
En poco tiempo nos presentamos en el pueblo de poco más de 400 habitantes, y lugar de paso de Rodrigo Díaz de Vivar en una de sus múltiples campañas y que debe parte de su nombre a que fue el Cid, quien mando levantar sus murallas y su castillo. No sé si está bien documentado pero en cualquier caso es la leyenda que circula como más posible del nombre.
Entre los monumentos más significativo están la Iglesia de la Purificación y justo a su lado, la casa consistorial con el torreón del castillo, que se conserva en la actualidad. Otra edificación es la ermita de la Virgen del Cid, llamada así también por la devoción y las repetidas visitas del Campeador a la misma. También la casa Blinque es un edificio de gran interés entre otras cosas por su columna única que sostiene el pórtico de entrada y en otra dimensión por haber pernoctado en ella hasta que tuvo que salir "por piernas", Carlos María Isidro de Borbón, conocido como Don Carlos y primer reclamante del trono en la I Guerra Carlista.
Iglesia y Torreón. La Iglesuela de Cid
Ya bien entrada la tarde, nos dirigimos a Villafranca del Cid, donde apenas nos detuvimos a "dar de beber a los caballos" y proseguir ya directamente hasta Morella, donde tras un ligero descanso en las dependencias del "Palacio del Cardenal", salimos a buscar un refresco gratificante y una lugar donde reponer fuerzas a base de condumios típicos de la tierra.
Encontramos un lugar peculiar con alguna mesa libre en la terraza y solicitamos a un joven, creo que ucraniano si podíamos sentarnos y unir dos mesas, pues sería más cómodo para los cuatro que cenar en una sola. Rápidamente apareció, no sé si la dueña o la encargada del local, cigarrillo caído en la boca y "mediana" en la mano, que nos advirtió, que bien, que dos mesas sí, pero si consumíamos bastante, pero si solo íbamos a tomar "un sandwich", que con una íbamos más que sobrados. Finalmente el joven camarero optó por colocarnos las dos mesas y nosotros en agradecimiento al detalle, pedimos de cenar, todo lo que se nos ocurrió: tabla de jamón, de quesos variados y de cecina, croquetas morellanas, muy buenas por cierto, un poco de pan con tomate y para finalizar unos choricillos también morellanos, cocinados al vino.
A decir verdad, tampoco fue tan grande el esfuerzo que tuvimos que hacer para acabarlo todo, sobre todo porque estuvo bien regado con copas de vino y cerveza fresquita. Nos retiramos pronto porque la salida del día siguiente prometía kilómetros de carreteras, no especialmente buenas y kilómetros de camino a pie hasta llegar al nacimiento del río Pitarque. 

Bretaña y las Islas del Canal. Y parte Cinco

Nos despertamos, como casi siempre a buenas horas, o sea temprano y tras hacer el "check-out", por cierto que tenían todo el siste...