domingo, 23 de junio de 2019

Maestrazgo, entre Teruel y Castellón. Día Uno

Otra aventura viajera con los amigos Jose y Paco y con la misma estructura que las anteriores, o sea repetitivos que somos nosotros, aunque esta vez no pasamos por el pueblo y nos dirigimos directamente a la zona del viaje, empezando la aventura desde el minuto cero, que por cierto era bastante temprano para lo que uno suele madrugar.
Soportales de la calle Mayor. La Fresneda
La primera parada fue en Mora la Nova, que no figuraba en el destino oficial pero que fue imprescindible para desayunar algo más contundente que el café matutino. Y vaya si fue bueno el tentempié: Pidieses lo que pidieses llevaba jamón de acompañamiento y por cierto de una calidad por encima de lo que podíamos esperar del lugar. No consigo recordar el nombre del establecimiento.
Sin perder demasiado tiempo enfilamos la carretera hacia el que sería nuestro primer destino: La Fresneda, un precioso pueblo, que pese a pertenecer a la comarca del Matarraña, no queríamos perdernos. Se trata de un municipio de no más de 500 habitantes en el que pasear tranquilamente rodeado de bellezas arquitectónicas que van desde la casa consistorial, la parroquia en lo alto del pueblo hasta los magníficos soportales que recorren uno de los laterales de la calle mayor y la casa de la Encomienda del siglo XVI, sin olvidar las mazmorras del mismo siglo. En la zona más alta del pueblo, una ermita, un antiguo cementerio y un aljibe que supongo en su momento proporcionaba agua a la población.
Con cierta premura, pues la jornada que habíamos programado era intensa, nos dirigimos ya a Morella, villa emblemática del Maestrazgo castellonense, donde debíamos fijar nuestra residencia para el fin de semana. Escogimos y de paso acertamos un palacio de un cardenal en el centro histórico, que había sido remodelado con mucha gracia en un hotel de aquellos que llaman con encanto y con historia. Instalados y en el breve plazo que dura una comida frugal, iniciamos la tarde con el recorrido previsto por diversos pueblos de la comarca.
Bóveda de la Iglesia. Forcall
La primera estación es Forcall, bonito pueblo de Castellón que probablemente recibe su nombre de la horca "forca", que le hacen tres ríos a su casco urbano, el Cantavieja, que es el más caudaloso y otros dos, cuyo nombre no recuerdo en estos momentos, entre otras cosas porque la mayor parte del tiempo son barrancos sin caudal alguno. Tiene unos 500 habitantes también, que se dedican principalmente a la agricultura y la ganadería  y en tiempos más lejanos cuentan que fue cuna de "carlistas", igual porque Carlos II les concedió la independencia de Morella.
Entre los monumentos más significativos se encuentran la iglesia parroquial, una ermita de la Consolación y el Palacio de Osset-Miró, en la actualidad hotel y restaurante de cierto lujo. Nuestra visita fue breve pues el programa era intenso y tras pasear por las calles de los citados monumentos  y ver como preparaban concienzudamente en la plaza mayor un encuentro de músicos y bandas, de una cierta tradición en la zona, emprendimos camino a nuestro siguiente destino.
Este no era otro que Mirambel, ya en el Maestrazgo turolense, con poco más de 100 habitantes se trata de un pueblo multipremiado por su belleza, por su conservación y por su riqueza en la edificación. Destaca entre ellos el centro histórico, uno de los conjuntos arquitectónicos más importantes de Aragón. También las murallas que rodean el pueblo aunque a veces ocultas al formar parte de las casas adosadas. De especial mención una de las puertas de la muralla, la llamada de las monjas, decorada con celosías de yeso.
Puerta de la Monjas. Mirambel
Destacan también cantidad de casas palaciegas como la casa Castellot y la casa Aliaga, actualmente en venta a quien la quiera comprar. Lo de la España vaciada o vacía lamentablemente se nota que va en serio por estos lares...
El castillo, la casa consistorial y el convento de las monjas agustinas cierran entre alguno más que olvido, el catálogo de monumentos y de arquitectura que dispone este magnífico lugar, recomendable su visita a poco que pases cerca de él. Era tanta la prisa y la afición por disfrutar de esta magnífica comarca, que ni una triste cerveza, ni un café nos permitimos tomar, aunque a decir verdad después de pasear todo el pueblo no recuerdo ni un bar donde poderlo hacer. Lástima lo del vaciado...
Al coche de nuevo y rumbo a nuestra próxima parada: Cantavieja. Pocos son los Kilómetros que separan ambas localidades así que en un abrir y cerrar de ojos nos plantamos en el centro de la villa, que ya sin bajar del coche se ve que se trata de alguna capital importante dentro de la comarca. En el periodo pre-autonómico fue la capital del Alto Maestrazgo, hoy sigue siendo capital del Mestrazgo turolense. Con casi 800 habitantes, que tampoco es para tirar cohetes, es el núcleo habitado de mayor número de la comarca y también como la mayoría su principal actividad económica es la agrícola y ganadera, al margen de la explotación de algunas canteras de piedra, destinadas a la construcción rústica de viviendas o en su caso la restauración de otras. Importante en su historia fueron las guerras carlistas al ser sede capital de la Comandancia General, desde donde dirigía las operaciones el general Ramon Cabrera, conocido como el Tigre del Maestrazgo. La villa debido a su condición de plaza fuerte pasó de manos de carlistas a cristinos (seguidores de Maria Cristina de Borbón Dos-Sicilias, viuda del rey Fernando VII) una y otra vez hasta que acabó la guerra.
Plaza. Cantavieja
Después de aparcar el coche, a la sombra que Paco lo controla todo, siguiendo a la gente del lugar que se dirigía en una misma dirección fuimos a dar con la plaza mayor, que se encontraba adecuadamente vallada, como se ve en la foto, para la celebración de una de las fiestas más típicas de la zona: la fiesta de los quintos del 19 y obviamente las vacas en la plaza. Como que no somos ninguno grandes aficionados al riesgo nos quedamos detrás de la valla, lo que nos impidió disfrutar algo más de la belleza de la misma.
Luego, aquí sí, nos dirigimos a un bar del pueblo, abierto aunque desierto a excepción de un señor mayor de esos que te encuentras en cada pueblo de España y que te cuenta sin grandes esfuerzos, que a la tarde-noche hay toro embolado y lo mismo en las fiestas patronales. Tomamos un zumo de naranja y un kit-kat, este último para hacer un paréntesis y reposar un poco. En seguida nos pusimos en marcha hacia nuestro siguiente objetivo: La Iglesuela del Cid.
En poco tiempo nos presentamos en el pueblo de poco más de 400 habitantes, y lugar de paso de Rodrigo Díaz de Vivar en una de sus múltiples campañas y que debe parte de su nombre a que fue el Cid, quien mando levantar sus murallas y su castillo. No sé si está bien documentado pero en cualquier caso es la leyenda que circula como más posible del nombre.
Entre los monumentos más significativo están la Iglesia de la Purificación y justo a su lado, la casa consistorial con el torreón del castillo, que se conserva en la actualidad. Otra edificación es la ermita de la Virgen del Cid, llamada así también por la devoción y las repetidas visitas del Campeador a la misma. También la casa Blinque es un edificio de gran interés entre otras cosas por su columna única que sostiene el pórtico de entrada y en otra dimensión por haber pernoctado en ella hasta que tuvo que salir "por piernas", Carlos María Isidro de Borbón, conocido como Don Carlos y primer reclamante del trono en la I Guerra Carlista.
Iglesia y Torreón. La Iglesuela de Cid
Ya bien entrada la tarde, nos dirigimos a Villafranca del Cid, donde apenas nos detuvimos a "dar de beber a los caballos" y proseguir ya directamente hasta Morella, donde tras un ligero descanso en las dependencias del "Palacio del Cardenal", salimos a buscar un refresco gratificante y una lugar donde reponer fuerzas a base de condumios típicos de la tierra.
Encontramos un lugar peculiar con alguna mesa libre en la terraza y solicitamos a un joven, creo que ucraniano si podíamos sentarnos y unir dos mesas, pues sería más cómodo para los cuatro que cenar en una sola. Rápidamente apareció, no sé si la dueña o la encargada del local, cigarrillo caído en la boca y "mediana" en la mano, que nos advirtió, que bien, que dos mesas sí, pero si consumíamos bastante, pero si solo íbamos a tomar "un sandwich", que con una íbamos más que sobrados. Finalmente el joven camarero optó por colocarnos las dos mesas y nosotros en agradecimiento al detalle, pedimos de cenar, todo lo que se nos ocurrió: tabla de jamón, de quesos variados y de cecina, croquetas morellanas, muy buenas por cierto, un poco de pan con tomate y para finalizar unos choricillos también morellanos, cocinados al vino.
A decir verdad, tampoco fue tan grande el esfuerzo que tuvimos que hacer para acabarlo todo, sobre todo porque estuvo bien regado con copas de vino y cerveza fresquita. Nos retiramos pronto porque la salida del día siguiente prometía kilómetros de carreteras, no especialmente buenas y kilómetros de camino a pie hasta llegar al nacimiento del río Pitarque. 

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