martes, 16 de abril de 2024

Bretaña y las Islas del Canal. Y parte Cinco

Nos despertamos, como casi siempre a buenas horas, o sea temprano y tras hacer el "check-out", por cierto que tenían todo el sistema informático estropeado, con el coche en la misma puerta del hotel, cargamos nuestro equipaje y nos dirigimos a nuestra próxima parada en territorio galo que no era otra que la ciudad de Burdeos (Bordeaux), expreso deseo de Pili en esta aventura.

Catedral 
Bordeaux

Estábamos a unos 650 kilómetros de nuestro destino, y la intención era llegar a comer, así que cogimos la ruta con gran interés y buena marcha. Por fortuna para los viajeros, el transporte también necesita alimentarse de gasolina, a casi, 2,20 euros/litro, con lo que aprovechamos la parada para poder desayunar algo en la misma estación de servicio. Todo muy rápido y hasta frugal.

Desde allí, como digo a buen ritmo, fuimos desgranando kilómetros que poco a poco nos acercaron a una de las regiones vinícolas más importantes de Francia y casi diría yo, que del mundo, o eso es lo que seguramente piensan todos los nativos de la comarca, y claro esto hace que sus vinos los vendan a precios prácticamente imposibles para la mayoría de los mortales. No obstante hay que decir que con un poco de paciencia y sin grandes esfuerzos se pueden beber buenos caldos a precios aceptables (bueno siguen siendo algo caros).

A la hora de comer, un pelín pasada para los franceses llegamos a la ciudad. Aparcamos en un céntrico y profundo parking (planta -6) y nos dirigimos con las maletas a un no menos céntrico hotel. No era profundo gracias a Dios pero sí un poco hippie, y con un cierto encanto, todo hay que decirlo. Otra vez buena elección del jefe de operaciones.

También en un céntrico restaurante, al lado de todo, parking, hotel, etc..., conseguimos que nos diesen una buena comida, sobre todo porque nos costó un poco más de lo habitual entendernos con el camarero, hasta el final que nos dijo que hablaba aceptablemente castellano. ¿De qué nacionalidad debíamos hacer pinta los cuatro viajeros...?

Vidrieras de la Catedral
Tras un muy breve descanso postprandial, o sea siesta, nos fuimos a ir conociendo algo de lo que es la ciudad, pues está claro que en una tarde por muy ajustado que vayas no da tiempo de verla. En cualquier caso ayuda la ubicación del alojamiento pues en pocos minutos y por una calle peatonal que solo circula un moderno tranvía, llegamos a la plaza de la Catedral, donde se halla ubicada la misma. Se trata de la Catedral de San Andrés de estilo gótico, que es la iglesia más importante de la ciudad y desde 1998 forma parte del Patrimonio de la Humanidad.

Desde allí, primero por la calle Pasteur y girando luego por la de Victor Hugo accedimos a la Puerta de la Grosse Cloche, que se trata de una campana del siglo XVIII de 7,75 toneladas de peso, ubicada sobre una antigua mazmorra para jóvenes y que hacen sonar en ocasiones especiales, que bien no sé cuando son.

Paseando por callejuelas estrechas y algo enrevesadas, llegamos a la conocida como Porte de Cailhau, un monumento de finales del siglo XV que recuerda un castillo y que fue durante muchos años la puerta de entrada principal a la ciudad. Aquí nos hicimos una foto con Pili para enviarla a Izarbe y Carlos que poco tiempo antes en su visita a la ciudad nos habían enviado ellos.

Luego paseando por el muelle Richelieu llegamos a la Puerta de Borgoña, que se construyó en 1750 como entrada simbólica a la ciudad: se trata de un arco de piedra de estilo romano.

Justo frente a esta puerta se encuentra el Puente de Piedra, monumento emblemático de la ciudad, ya que fue el primer puente que atravesó el río Garona y que mandó construir Napoleón I entre 1810 y 1822, al parecer con no pequeñas dificultades por las corrientes del agua en esa zona. Tiene 17 arcos, según parece porque 17 son las letras que componen el nombre de Napoleón Bonaparte. No tuvimos tiempo de pasarlo, en principio era nuestra intención, y desandando el muelle Richelieu nos dirigimos hacia la plaza de la Bolsa, un enclave espectacular con edificaciones del siglo XVIII básicamente y que en su centro dispone de una magnífica fuente, así como un espejo de agua, que hace las delicias de todos los fotógrafos que por allí se dan cita, los profesionales y los aficionados. Lástima que en el momento que la vimos, la zona de agua estaba vacía y no pudimos dar rienda suelta a nuestras habilidades fotográficas.

Porte de Grosse Cloche
En un abrir y cerrar de ojos y por singulares callejuelas llegamos a la Plaza del Parlamento, al parecer punto de encuentro de jóvenes de la ciudad, que está rodeada de múltiples terrazas de establecimientos de hostelería, y que por cierto aprovechamos la ocasión para tomar un refresco y reponer líquidos, tarea importante cuando viajas y caminas más de la cuenta.

Ya con las pilas justas seguimos caminando por zonas de calles antiguas y algún boulevard más moderno para llegar a la plaza de "La Comedie", donde se encuentra el Teatro de la Ópera de Burdeos, con una fachada de 1780 y en la que aparte del "Bel Canto" se ponen en escena espectáculos de música y de danza. En la misma plaza se encuentra instalada la llamada "Sculpture Sanna", obra de Jaume Plensa, que también tiene en otras ciudades del mundo esculturas más o menos similares.

Este fue el final de nuestro tour turístico improvisado, pero menos, de la ciudad de Burdeos. Por una calle peatonal y bastante comercial, con tiendas de todo tipo de marcas, pijillas y no, regresamos al hotel, donde Mayte y Pili se quedaron a descansar mientras Enrique y un servidor fuimos cenar algo, que no es bueno perdonar refrigerios.

Después de un merecido descanso y tras un aceptable desayuno, recogimos los bártulos y nos metimos en camino de regreso a casa, eso sí con el correspondiente atasco de una gran ciudad en hora punta y con la intención de llegar pronto a destino.

Plaza de la Bolsa
Como sí o sí había que comer algo antes de llegar a casa, aprovechamos para visitar un sitio singular, que ahora nuestros amigos y compañeros de viaje han decidido poner entre sus objetivos de conocer mundo, y que no era otro que Llivia, un enclave español (o catalán) que se encuentra incrustado en pleno territorio francés. Aprovechamos para ver la farmacia más antigua del país y de paso también degustar uno de los magníficos condumios que preparan en Cal Cofa.

Desde allí, el viaje hasta Manresa ya se hizo breve y llevadero, dando por finalizado el mismo en el momento en que pusimos el pie en tierra. Pero la aventura no acaba aquí, quedan las fotos, los comentarios, y las risas de los recuerdos de lo vivido... Es lo que tienen estas actividades viajeras.

Por ponerle fin a esta crónica apresurada, queridas paredes, agradecer a Mayte y Enrique su compañía, la organización del viaje, la paciencia en momentos, agradecer a la Porsche que haga vehículos tan cómodos y eficientes, agradecer a los franceses, que aún siendo como son, la inmensa mayoría nos trató adecuadamente, y por fin agradecer al que controla el tiempo, que salvo alguna gota nos permitió hacer las visitas secos y sin mojarnos.

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