viernes, 12 de abril de 2024

Bretaña y las Islas del Canal. Parte Cuatro

Una vez más, a la intempestiva hora de las ocho de la mañana todos en el parking del hotel para cargar las maletas y empezar nuestra nueva aventura diaria con el estómago como si nos fuésemos a hacer una vulgar analítica, o sea en ayunas.

Mont Sant Michel

A esas horas como digo, tardamos poco más de media hora en llegar al parking de Mont Saint Michel, que como era de esperar estaba vacío a esas horas, con la cantidad de gente que se metió en las siguientes  parece casi imposible. Rápidamente encontramos la lanzadera que accede al puente de la ciudad y como no podía ser de otra manera, solo con una chica que se subió en una de las paradas, llegamos al destino.

Mont Saint Michel
Allí, tras las fotos de rigor con el fondo de la montaña y la abadía, empezamos la visita al recinto amurallado, buscando como objetivo prioritario, el primer establecimiento abierto en que pudiésemos meter algo sólido en el cuerpo. Lo cierto es que estaban todos prácticamente cerrados, así que como pudimos convencimos a uno de los camareros de que nos sirviese algo, aunque él siguiese preparándose para la avalancha que le venía encima. Todo después de preguntar en uno que nos dijeron que solo atendían a clientes de no sé que hotel que había cerca de allí.

Con los cuerpos más templados iniciamos la subida a la abadía por estrechas callejuelas en las que íbamos viendo bonitas casas en su mayoría dedicadas a negocios relacionados con el turismo. Hasta llegar a la abadía el recorrido es empinado y aunque no se hace especialmente pesado a estas alturas del viaje ya todos los esfuerzos se van notando en las piernas. El caso es que llegamos a la taquilla, aquí hay que pagar entrada, y para nuestra sorpresa estaba cerrada. No por nada en especial, es que somos unos madrugadores impenitentes.

La construcción parece ser que viene como en tantos monumentos de la aparición del arcángel San Miguel a un obispo que le dijo que le erigiera una iglesia en su nombre, para poco después ir creciendo y aumentando su volumen. Tomó gran importancia en la guerra de los Cien Años en que se convirtió en un signo del Reino de Francia. Con el paso de los años, la pérdida de peregrinos y la revolución se convirtió en una prisión que cada vez albergaba más gente. Esto la salvó de desaparecer, pues cuando cerró la cárcel a finales del siglo XIX se convirtió en un monumento histórico, se restauró y hasta la fecha, que se ha convertido en uno de los focos de turismo más importante de la zona.

Saint-Mère Eglise

Dentro de la Abadía a mí personalmente lo que más me impresionó fue un magnífico claustro de columnas dobles perfectamente alineadas. También son interesantes las diversas salas, unas de gran amplitud y otras más pequeñas que configuraron los espacios de vida de la abadía. Y por cierto lo que es memorable desde alguna de las terrazas del edificio son las espectaculares vistas a la bahía, que hoy lucían con la marea baja, pero en las ocasiones en que está alta y se acerca al puente-pasarela de madera que da acceso al complejo deben ser todavía más impactantes.

Normandie

Desde allí nos dirigimos sin prisa pero sin pausa, pues casi hora y media de camino nos separaba de Utah Beach, la primera parada de la visita a Normandia. Esta playa fue de gran importancia en el desembarco de las tropas aliadas pues se produjo tanto por vía aérea, las fuerzas de paracaidistas, como por tierra desde las famosas lanchas que tantas películas nos han enseñado a lo largo de los años.

Impresiona la imaginación de cada uno solo la vista de unas estatuas que conmemoran estos hechos. Se hace difícil pensar en la magnitud de la tragedia para todos aquellos participantes de uno u otro bando, más para los que dejaron sus vidas en la playa y en los bunkers, pero también para los que sobrevivieron a aquel desatino de la humanidad, las cifras de muertos y heridos se cuentan por miles y con una cierta sensación de anonimato para todos ellos. Con el tiempo que ha pasado, lo que parecía que era una lección magistral para el mundo, solo fue una etapa más para aprender a como matarse más y mejor. Lástima...

Cementerio alemán
Pudimos ver también el museo del desembarco que una vez has imaginado como fue aquello se queda muy corto y solo un  pequeño testimonio de todo lo que allí sucedió. A pesar de ello pasan un documental con imágenes reales del momento que es realmente interesante y hasta clarificador.

La próxima parada es el pueblo de Saint-Mère Eglise, a tan solo quince kilómetros. Aquí destaca de manera importante la iglesia del pueblo porque de su torre quedó colgado el soldado John  Steele de las fuerzas aerotransportadas al engancharse su paracaídas en una de las gárgolas del templo. Un muñeco ataviado como en su momento iban los soldados se encuentra colgado en el lugar de los hechos como recuerdo y homenaje a las tropas aliadas.

Aquí ya teníamos ganas de comer y obviamente para el país en el que estábamos era demasiado tarde para este menester, así que después de muchos intentos y deliberaciones decidimos entrar en uno que parecía lleno de paisanos y no sin algún sufrimiento conseguimos que nos dieran de comer y la verdad es que bastante bien. Hasta compre un purito para fumarlo más tarde.

Salimos como siempre a buen paso para continuar la visita a unos veinte minutos de camino del Cementerio Alemán de La Cambe. Lo cierto es que como nos había dicho nuestro sobrino Miguel es estremecedor, sobre todo por la austeridad del mismo y por el silencio que se apodera del ambiente solamente roto por algún visitante y algún cortacésped que se encarga de dejar un aspecto ideal del mismo. 

Más sobrecoge cuando te acercas a las pequeñas lápidas del suelo, en la que constan el nombre, el grado militar y las fechas de nacimiento y fallecimiento de los que allí descansan. Una pequeña resta mental entre las dos fechas te va dando números escalofriantes: 18, 19, 20, y alguno de 32, en cualquier caso todo criaturas que si había un sitio en el que nunca debieron estar es allí donde se encontraron con la muerte.

Cementerio Americano
Con el tiempo pisándonos los talones llegamos al cementerio Americano de Colleville-sur-Mer y con la advertencia por parte de los encargado de allí de que disponíamos de tan solo de 10-15 minutos pues las instalaciones tenían hora de cierre, entramos en el recinto.

Aunque sirven las mismas reflexiones para este cementerio que para el alemán, supongo que las películas de Hollywood sobre las guerras, esta y posteriores nos han familiarizado más con los verdes campos de cruces blancas, lugar de reposo de fallecidos en las contiendas casi permanentes en que siempre se encuentra metido el pueblo norteamericano, pues por mucho que nos pese, a europeos y de otros continentes son o eran hasta hace poco los policías del mundo. Cuando hay conflicto se llama y acuden en la mayoría de ocasiones, no sé si es que les gusta este papel, o como diría algún conocido no demasiado bienpensante es que hacen negocio. Lástima, otra vez... 

A partir de aquí nos dedicamos a visitar, ya sin la presión del horario de cierre de recintos diversos, los lugares que por una cosa u otra fueron emblemáticos en aquellos días del desembarco y de la liberación de los territorios ocupados por el gobierno que entonces tuvieron los alemanes.

Pudimos ver un monumento de homenaje a los Rangers, una compañía de soldados de élite que entretuvo a los alemanes en una maniobra de despiste para que el desembarco fuese un éxito, resistiendo como pudieron en unas posiciones que fueron frecuentemente atacadas.

También pasamos por Omaha Beach una de las famosas playas del desembarco desgraciadamente porque los primeros oleajes de asalto a las defensas alemanes son salvajemente eliminados y cuando llega el siguiente oleaje no encuentran más que cadáveres y material destruido. Solo la llegada por retaguardia de tropas aliadas hace que no se convierta en una nueva masacre, que no es que se acabe pero cambia de protagonistas, esta vez los cadáveres son alemanes. Una vez más, que lástima... una vez muertos todos son iguales o por lo menos lo parecen.

Bayeux
Cansado, al menos yo, de tanta guerra y tanta desgracia, aún con la reflexión a flor de piel de que no hacía y falta ir tan lejos en el tiempo, pues entre Gaza, Ucrania y las de África, siempre olvidadas, ponemos rumbo hacia Bayeux donde pensamos cenar.

Bayeux

Los 25 kilómetros que separan las playas donde todavía se conservan aceptablemente las defensas, las baterías y los bunkers alemanes, y Bayeux se hacen bien cortos y una vez instalados en el hotel, aún nos da tiempo de reposar un poco. La primera opción que surge es cenar en el mismo hotel, pero la lectura del menú nos deja un poco fríos y pensamos, que ya que no tenemos prevista una visita a la ciudad en este viaje, bien valdría la pena arriesgarnos a ir al centro y buscar un sitio para la ocasión. A fin de cuentas era mi santo y tenía ganas de celebrarlo.

Así entre google y tripadvisor encontramos un lugar que nos pareció adecuado para el evento, La Taverne des Ducs, en una céntrica plaza, aunque no muy iluminada. Cenamos bien, al menos yo que tomé una lubina, prácticamente el mejor plato del viaje.

Después mientras volvíamos al hotel a pie, pude fumarme uno de los puritos que había comprado al mediodía, que se me antojaba lejísimos en el tiempo y tan solo habían pasado una horas. Eso parece que pasa cuando haces muchas cosas y muchas visitas seguidas. Es lo que habíamos hecho. A descansar que mañana iniciamos el penúltimo día aventura.

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