Bukhara y Khiva.
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Bukhara: Mezquita Bolo-Haouz |
Después de casi 300 km de autocar por una "autovía" razonablemente buena, a pesar de que la velocidad que se puede circular no es la que estamos acostumbrados aquí, y después de pasar diversas "áreas de servicio" para encontrar una en que se pudiese hacer una parada higiénica, por el módico precio de 3000 yums, y después de ver auténticas montañas de sandías puestas a la venta en los laterales de la vía, llegamos a Bukhara, una ciudad de más de 250.000 habitantes en la misma ruta de la seda.
Las referencias a esta ciudad seguramente serán más limitadas que las de las otras ciudades, pero se deben exclusivamente a una indisposición del que les cuenta esta aventura, que lo mantuvo fuera de juego casi un día entero. No aprenderé nunca, que he de tener cuidado con los cubitos de hielo y las verduras crudas, bueno así parece que es el ser humano: "un tropezador en piedras idénticas".
Lo cierto es que desde el mismo momento en que comenzó mi indisposición, todo el personal sanitario del grupo, que no era poco, aportó todos los remedios ocurrentes para minimizar mi problema. Gracias a tod@s pues gracias a ellos todo quedó en casi nada y solo me perdí alguna visita y alguna comida, que fue perfectamente sustituida por el "sueroral" sabor a naranja. La visita me la explicaron después y también la comida que como digo y repito tampoco era de mi principal agrado. Y la que sí me gusto algo, el plov, o bien algún acompañamiento de la misma, fue la que yo creo desencadenante de mis tribulaciones.
Volviendo a la ciudad, para mí lo que me pareció más espectacular es el Arq de Bujará, una fortaleza del siglo V, que estaba habitada por las clases gobernantes y dominantes de las regiones de los alrededores. Tuvo uso hasta que llegó el gobierno ruso en pleno siglo XX, en que se convirtió en una atracción turística y museística.
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Bukhara: Comiendo plov |
Una de las madrasas más importantes de la ciudad es la de Mir-i Arab, que fue construida en el siglo XVI y en ella destacan sus cúpulas y su magnífico pórtico. Otra de estas madrasas, a modo de curiosidad es la de Nadir Divan-Begui que en su parte trasera se puede apreciar una escultura de metal de Nasrudín Hodja subido en su mula o su burro, no sé bien. Se trata de un personaje ficticio, aunque muchos le quieren buscar una existencia real. Es el protagonista de muchas historietas folclóricas, en que pasa de ser de un ingenioso vividor a un tonto de remate, en ambos casos eso sí, de buen corazón. No sé si se podría equiparar a los pícaros de algunas de las novelas de nuestro país.
Otra de las actividades que participamos fue una en que pudimos ver en directo cómo se elabora el plato nacional de Uzbekistán: el plov. A groso modo vendría a ser una paella de verduritas y carne de ternera desmenuzada a la que agregan unos huevos duros como guinda una vez cocinado el arroz. No estaba mal, aunque como he dicho, sospecho que alguno de los acompañamiento no me sentó bien, o igual fueron los cubitos de hielo de la cocacola que me tome comiendo.
El siguiente paso de nuestro viaje estaba en Khiva, una ciudad de unos 90.000 habitantes y a más de 500 kilómetros de Bukhara, con lo que el desplazamiento lo hicimos en avión hasta el aeropuerto de Urgench, actual capital de la región, que tuvo a bien en su día acoger a un vecino ilustre y reconocido, el famoso médico Avicena. Desde allí hasta Khiva fuimos en autocar, disfrutando de un paisaje en el que dominaban los campos de algodón, una de las riquezas del país, sobre todo en tiempos pasados.
Apenas tuvimos ocasión de dejar las maletas en el hotel que nos lanzamos a recorrer las callejuelas de la zona amurallada, entrando por una de la puertas de la citada muralla. Esta, a pesar de ser de adobe y paja como la mayor parte de las viviendas de su interior es preciosa. Tiene unas pequeñas torres abombadas cada pocos metros que le dan un aspecto espectacular, sea de día o de noche como en la foto que acompaño en esta entrada.
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Khiva: Minarete Islam Khoja |
La muralla rodea el barrio Itchan Kala, que es la zona más monumental de la ciudad que tiene la ventaja de ser una zona peatonal y te permite recorrerla toda, perderte por rincones preciosos y disfrutar de todos sus monumentos sin prisas, aunque sin pausas porque si paras mucho no te acabas el barrio en días.
También es una zona de compras de todo tipo desde ropas y sedas hasta otros trastos de recuerdo para turistas consumistas, como nosotros, pero luego lo explico.
Ni recuerdo lo que comimos, que mucho no sería, pero sí en un local muy rústico y muy agradable bien decorado con plantas de algodón tan típicas y tan abundantes en la zona. Y la bebida estaba muy fresca, que con el calor que habíamos pasado a la mañana se agradecía un montón.
Por la tarde seguimos tras un breve reposo con la visita de la zona intra-murallas, donde pudimos ver la Mezquita Juma o Mezquita de los viernes construida con más de 200 columnas de madera, casi todas ellas distintas una de otra. Una maravilla de edificio. No recuerdo bien si fue aquí o en otro lugar donde había una exposición de billetes que entramos a ver con la particularidad de que alguno de ellos estaba impreso en tela de seda.
También en el interior del recinto se encuentra para deleite de los turistas y visitantes el Palacio Tash Khauli, un espectacular edificio de más de 160 habitaciones y con unos excelentes techos de madera decorados, aunque creo que la foto que adjunto no es exactamente de ese palacio sino de uno de los maravillosos pórticos que tenía cualquiera de las madrasas o mezquitas que vimos en el paseo.
Luego ya con mucha más calma y con una mejora sustancial de la temperatura, que el sol ya había dejado de caer a peso y se dirigía hacia el ocaso empezamos la ruta del "shopping", pues también había infinidad de lugares donde adquirir recuerdos y presentes.
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Khiva: Artesonado Mezquita |
Incluso había un edificio, de una planta eso sí, pero inmensa y por la cantidad de productos que allí se ponían a la venta, se le conocía como El Corte Inglés, quiero pensar que entre los turistas españoles que visitaban la ciudad. Allí me compre una camiseta de recuerdo del viaje, que por cierto no fue la última y eso que estábamos a horas escasas de coger vuelo de vuelta.
Las chicas de nuestro grupo de cinco (Marta, Luisa y Pili) andaban liadas en comprar pañuelos de seda para sus amigas que cumplían los 70 a lo largo de este año, así que dedicaron un cierto tiempo a ello. De todas maneras ahora que lo escribo no sé si fue aquí o en otro lado.
En un momento dado Pili y yo nos fuimos de compras solos porque ella necesitaba hacer compras para otros compromisos familiares y de amistades. Primero me llevó a un lugar en que en la visita matutina había pactado con uno de los vendedores para comprar bolsas de tela, con motivos uzbecos impresos en una de sus caras.
Como se los guardo y le hizo alguna rebaja en las grandes, pues de tamaño pequeño no tenía tantas como demandaba la cliente, ella correspondió con el ahorro y poco más comprando una tira de monedas del país, no se bien para quién.
Para acabar o no el capítulo de compras, Pili tuvo la brillante idea de comprar para sus amigas de Terrassa unos Coranes minúsculos. Lo cierto es que después de negociar diez por el precio de ocho, a la hora de cobrar intentó cobrarnos los diez, así que le dijimos como pudimos que nos quedábamos solo ocho, y en castellano claro y alto que se metiese los otros dos por donde pudiese.
Ante semejante "indignidad y falta de palabra del vendedor", Pili se quejó amargamente de que la letra era minúscula y apenas podía verla. No me pude aguantar y le pregunté si acaso ella sabía leer en árabe, que era lo que se podía intuir ante semejante queja. No pudimos por menos que explotar a risas los dos ante semejante situación. También causó grandes risas cuando explicamos la aventura coránica a nuestros compañeros de viaje.
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La muralla de Khiva de noche |
Creo que aún fuimos al hotel, que por cierto estaba muy bien situado sobre todo si vas a hacer una visita como la nuestra, para cambiarnos de ropa y de paso en la tienda del hotel comprar algunas cosas. Alguna camiseta más y algún pañuelo también. Ahora sí que parecía que se acababan las compras... o no, quedaba el aeropuerto y tengo que decir que por volver al tema de las compras también mercamos otras camisetas.
Pues lo dicho, que una vez arregladitos nos dispusimos a acercarnos al restaurante donde se había programado la cena, diría yo que de fin de fiestas.
El lugar era espectacular y sobre todo la terraza donde colocaron nuestras mesas con una vistas generales a la ciudad vieja de Khiva, que se veían mejoradas todavía más si cabe por una excelente puesta de sol de la que hicimos fotos de todas maneras, aunque he preferido poner una de nuestro grupito de cinco que nos hicimos ya noche entrada pero con los minaretes iluminados que le daban un aspecto encantador.
Hasta la comida me pareció mejor que en los otros lugares que comimos y cenamos a lo largo del viaje, pero supongo que tiene que ver con aquello que pasa a veces en los viajes, que el último día, aunque haya sido maravilloso todo el recorrido y hayas disfrutado mucho, como que ya tienes ganas de volver a casa. Yo pensaba cenar unos huevos rotos con jamón.
Después de tan agradable momento de la cena y la sensación que comentaba del deber cumplido nos retiramos al hotel que el día siguiente había que volar a Madrid y obviamente las emociones y aventuras no se habían acabado.
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Cena de despedida viaje.
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Nos levantamos a una hora razonable y después de un desayuno adecuado recogimos las maletas y nos fuimos a la recepción del hotel a esperar el autocar con destino al aeropuerto de Urgench, aunque a J. Ramón y un servidor nos quedaba un último recuerdo agradable del país. Fuimos a la piscina y nos hicimos una fotografía de recuerdo especialmente simpática en el bar de las instalaciones.
Una vez en el aeropuerto, yo comencé ya con las cábalas del viaje, pues una vez en Barajas, había que ir a Atocha, coger un AVE hasta Zaragoza donde teníamos el coche y desde allí a Villanueva unos y continuar otros hasta Terrassa. Yo creía haber hecho bien las reservas y salvo cosas raras enlazaríamos bien con nuestro programa.
Bueno pues en estas historias andaba yo, cuando avisan que por la pista de aterrizaje van cantidad de coches negros, policía y otros transportes, al tiempo que se anuncia un cierto retraso en el vuelo, pues ha tenido a bien venir a la ciudad el primer ministro o algo por el estilo a Azerbaiyán.
Por suerte estos no tiene que pasar controles aduaneros y acabaron pronto con lo que el vuelo salió con un mínimo retraso, que además creo que el piloto recuperó a lo largo del viaje.
Llegamos a Madrid a la hora prevista, y un transporte que J. Ramón había contratado desde el aeropuerto de Khiva estaba allí mismo esperandonos. Siguiendo los consejos del conductor fuimos a hacer una merienda cena en un lugar al lado de Atocha, pues nuestro tren no salía hasta la nueve.
Con tiempo suficiente nos acercamos a la zona de embarque, pasamos el control de seguridad y a esperar en una de las cafeterías que hay dentro de la zona de acceso a las vías. Allí empezó la última etapa del viaje para nada prevista en el programa.
Los trenes empezaron a demorar su salida, el de la cafetería cerro a las nueve y nos echó amablemente del recinto con lo que pasamos a formar parte de la inmensa cantidad de gente sentada en el suelo, pues los escasos asientos disponibles estaban todos ocupados.
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Agradable despedida |
Empezaron a llegar las primeras noticias de que nuestro tren venía de Andalucía y estaba parado en Málaga. La sed y los achaques en la espalda empezaron a hacer mella en el grupo. Pili no podía parar quieta, nada nuevo, así que fue a investigar por su cuenta con un excelente resultado.
Vió salir un joven con una botella de agua fresca. Le preguntó de dónde la había sacado. Le dijo que de la zona VIP. Se acercó y pidió si le podían vender alguna botella, pues éramos un grupo de "ancianos" que veníamos de un vuelo "larguísimo", etc. La encargada le dijo que no podía, pero que si éramos pocos podíamos entrar en la zona. Le dijo que éramos cinco y a ella le pareció bien, así que nos colamos en la zona VIP. Bebidas frescas, canapés, frutas, algún bocadillito, café y sofás cómodos con mesas donde descansar. Y todo "gratissss" como diría un presidente de un conocido equipo de fútbol.
Muy bien nos fue pero hasta la una de la madrugada no salimos y luego en Zaragoza no podíamos salir del parking de la estación, pero eso ya lo contaré en otra entrada que se me esta haciendo muy larga...
Por cierto todos llegamos bien a casa y en 48 horas Renfe nos devolvió el 100% del importe de los billetes de Madrid a Zaragoza.