Jose y Paco son unos compañeros habituales en nuestra escapadas breves de 3 ó 4 días. En esta ocasión más ellos que nosotros necesitaban una desconexión del día a día. Y como los cuatro somos jubiletas y con el beneplácito de nuestr@s niet@s, después de una breve deliberación entre la ruta de la Plata y Levante, el Mediterráneo se impuso en nuestra especial votación.
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Altea |
Y tras una siesta reparadora y siempre con las nubes amenazantes nos pusimos en marcha hacia el centro de la ciudad por el paseo marítimo que empezaba o acababa según se mire, prácticamente en la puerta de nuestro hotel.
Despacito y con buena letra, llegamos a una zona donde se anunciaba un local con magníficas vistas, probablemente en el hotel de más altura de la población. Pensamos que las vistas desde el lugar serían excelentes y al tiempo podríamos tomar un chupito o una cervecita, disfrutando de la visión del peñón de Ifac y de toda la playa, que por aquel entonces descubrimos que había una a cada lado de la manga donde está ubicada la ciudad de Calpe. Sin perder demasiado tiempo y una vez disfrutadas las vistas y los bebercios, nos dirigimos hacia lo que en realidad era el centro antiguo de la villa.
Con lo que no contábamos era con la orografía de la zona y alguna de los miembros de grupo claudicó y dijo hasta aquí hemos llegado. Estaba cansada y no podía dar un paso más así que acompañada por otro de los miembros, a paso lento, al hotel y como ya era tarde y podía el agotamiento sobre el hambre se retiró a sus aposentos sin cenar. Servidor, que era el acompañante, esperó pacientemente hasta que regresaron los otros dos del grupo para proceder a la cena reparadora.
Siguiendo las instrucciones de la recepcionista del hotel, nos dirigimos a uno de los muchos restaurantes que están en la playa justo delante del mismo. No diré su nombre no por no hacer propaganda sino porque siempre mantengo la idea de una segunda oportunidad para tod@s en cualquier ámbito de la vida. Lo cierto y sin más preámbulo puedo decir que cene los peores calamares a la andaluza que he probado en mi vida. Ni me los acabé... Los otros no recuerdo que comieron pero tampoco daban saltos de alegría.
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Peñón desde arriba |
El día siguiente amaneció como casi todos, con nubes y claros, con algunas gotas suficientes para necesitar paraguas y alternando algo de viento con ratos soleados y agradables. Pusimos rumbo a Altea que era la excursión prevista para el día, y como digo con ese tiempo variable llegamos a un aparcamiento más o menos céntrico de la ciudad, donde dejamos el coche y nos lanzamos cuesta arriba a una de las zonas más bonitas de la ciudad y una de las más altas donde pudimos disfrutar de unos magníficos paisajes desde el mirador de los Cronistas de España, en la plaza de la iglesia, concretamente la de Nuestra Señora del Consuelo.
En la iglesia destacan unas llamativas cúpulas de mosaicos azules, a parte de la imagen de la referida virgen en el centro del altar mayor. Por otra parte todo el entorno de la plaza es muy interesante, no solo por las vistas sino por la edificaciones de su entorno, bien conservadas y al parecer refugio de diversos artistas conocidos, nacionales e internacionales y todos los ámbitos de la cultura.
Una vez, saciada la necesidad de cultura y espiritualidad, nuestros propios cuerpos nos dieron la señal de que también necesitan gasolina para funcionar, así que poco a poco fuimos bajando por estrechas callejuelas, muy bonitas hay que decir, hasta el paseo marítimo, donde hicimos intención de reponer el combustible. Todo ello salpicados con una lluvia fina a veces, más intensa a otras y siempre con un cielo nuboso y amenazante, que en ningún caso nos privó de nuestras intenciones.
Iniciamos un paseo donde pudimos disfrutar de lo bien que se están preparando ya para el verano, pues parece que era el momento de cuidar las playas ya. También disfrutamos de unas esculturas, que creo que son de un escultor de la zona, de nombre Antoni Miró y que son placas de metal que representan algunos cuadros famosos a través de dibujar rasgos de los mismos perforando las placas, de manera que al mirarlas, las líneas son el mar o el cielo que se ven a través de las perforaciones. Interesantes, aunque creo que no me he explicado muy bien.
Peñón de Ifac desde abajo |
La verdad es que el centro histórico, aunque relativamente pequeño es interesante y acoge en su interior la antigua iglesia de Calpe, la Casa de la Villa y un torreón que llaman de "la Peça" y que formaba parte de las antiguas murallas de la ciudad. También estrechas callejuelas, alguna con escaleras que le dan un tono muy rústico a la zona del centro.
Desde allí y ya sin prisas pero también sin pausas fuimos bajando a pie de playa para, siguiendo el paseo Marítimo, alcanzar nuestro hotel y finalmente decidir cenar en un restaurante, al parecer rumano. Lo digo por el nombre (Drácula) y por el personal que pudimos corroborar eran de esa nacionalidad. Será por algo de gafe o porque aquel día el cocinero no estaba fino pero también he de decir que comí una crepe que también permanecerá en mi recuerdo y creo que en el de alguno más, durante bastante tiempo y no justamente por sus cualidades culinarias.
A descansar al hotel y a preparar lo que sería una de las visitas más sorprendentes de esta breve escapada: ni más ni menos que la conocida meca del turismo de todo tipo (nacional, del Imserso, británico, despistados como nosotros que no sabíamos donde íbamos, etc). Y esto último al pie de la letra.
Nos levantamos como siempre a una buena hora y dimos cuenta de un desayuno completo y tras hacer Paco y un servidor sabias deducciones de la musculatura de las piernas de unas ciclistas no nacionales que también se hospedaban en el hotel, partimos hacia Benidorm, como siempre chispeando agua y con nubosidad abundante.
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Altea |
Un amable empleado de uno de los restaurantes nos ayudó a solucionar el desaguisado o más o menos. Nos dijo que la única solución que teníamos era volver marcha atrás hasta la anterior intersección, eso sí, advirtiendonos que ya nos habían multado pues una cámara colocada en el lugar que no vimos el semáforo no se pasaba ni una. Luego seguiríamos hasta el paseo y desde allí tendríamos que intentar salir hacia a avenida por la que habíamos llegado.
Todo perfecto, pero no sé si nos equivocamos en algo, pero acabamos en coche, esquivando viandantes por medio del paseo marítimo, a paso de tortuga y por una zona, que si no nos multaron fue porque no quisieron, que hicimos infracciones para parar un tren. Finalmente pudimos salir de aquella especie de ratonera y aparcar fuera de la zona.
Desde allí, fuimos callejeando por las zonas peatonales, que hacía un rato habían sido para nosotros calles de tráfico rodado, hasta llegar al conocido como Mirador de Mediterráneo. Impresionantes las vistas diestra y a siniestra del "skyline" de la ciudad. Alguien se pasó tres pueblos cuando se permitió semejante estropicio urbanístico, pero así son las cosas y ahí están. Con estas rumiaciones a cuesta, volvimos a la zona baja y nos pareció oportuno comer en el establecimiento en que nos habían informado y ayudado a salir del atolladero cuando íbamos motorizados. Muy correcta la comida, y el lugar... pues lleno de todo tipo de las tribus que frecuentan la ciudad y que hacía antes referencia.
Regreso a Calpe y después de buscar algún sitio para cenar tomamos un tentempié en el restaurante que estaba justo debajo del hotel y que ya habíamos comido el día de la llegada. A descansar pues el día siguiente habíamos decido subir hacia el peñón aprovechando la previsión de tiempo soleado.
Túnel del Peñón |
Con Paco haciendo su propia ruta (la cabra tira al monte) y el resto desandando el mismo camino por el que habíamos subido llegamos al hotel. Allí decidimos ir a hacer un homenaje gastronómico a nuestra escapada y aprovechar de paso para celebrar el santo de Jose y un servidor. No pensábamos reparar en gastos y decidimos ir a un restaurante al que habíamos visto buena pinta alguno de los días que paseamos por allí. El Bambero se llama y la oferta fue excelente. Muy bien el local, cuidado y con amplitud de espacio en la mesa que nos tocó. Muy buen servicio, bien los aperitivos. Luego un menú de tapas para unas y un magnífico arroz para otros. Y para terminar un postre espectacular: Tiramisú al momento. Se trata justamente de eso, un amable y adiestrado camarero te lo prepara en directo en la misma mesa. Totalmente recomendable la experiencia.
Después de una merecida siestecilla, volvimos a salir a pasear, en este caso por el paseo marítimo que diríamos está en la parte norte de la manga que conforma la ciudad y con un poco más de antelación de la prevista, teniendo en cuenta la comida y que mañana toca volver a casa, dimos cuenta de un breve y ligero refrigerio (café con leche y tarta) en uno de los locales del paseo. Desde allí a recogernos al hotel.
Por la mañana siguiente, tempranito, bajamos a desayunar en el hotel y carretera y manta con destino Terrassa. El camino fue más o menos el esperado y así llegamos a nuestros respectivos domicilios y dimos por finalizada esta escapada levantina. Hasta la próxima!
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