Hoy si que toca madrugar, el viaje hasta Postdam es relativamente largo, ya que hay que coger varios metros y un tren que nos conducirá hasta la ciudad en la que tomamos un autobus que nos deja justamente en el llamado "Puente de los Espías", recientemente popularizado por una producción de Hollywood del mismo nombre.
Desde allí iniciamos el recorrido a pie por un magnifico jardín al lado del río Havel, en el que la gran pericia de Vicente en ciertos menesteres le lleva a descubrir gran cantidad de setas, entre las que destacan los famosos níscalos o rovellons. Tal es la cosecha que dan para una cena a nuestra particular guía Anja, previa explicación de como sacarles el mayor partido gastronómico posible.
Con estas cábalas y conjeturas culinarias, sin dejar de admirar el paisaje y sin dejar de caminar llegamos al Palacio de Cecilienhof, lugar elegido para la celebración de la Conferencia de Postdam entre los líderes de las tres potencias ganadoras de la contienda de la II Guerra Mundial: Estados Unidos, representado por Truman, Inglaterra, por Churchill y la Unión Soviética por Stalin.
Sala de la Conferencia de Postdam |
Lo cierto es que el palacio es bonito, pero la historia se apodera de la arquitectura en este caso y creo que todos estamos más pendientes de ella que de la decoración o estructura del propio palacio. Uno se imagina a los líderes paseando por el jardín o sentados en la mesa de negociaciones, administrando la paz y la nueva era que se abría o quizá de una manera menos lírica, repartiéndose Alemania y el mundo, sin tener demasiado en cuenta a unos (alemanes) y a otros (mundo). Me ha salido el momento crítico, pero no obstante dejo constancia de la misma con la foto de la sala de reuniones, donde se produjo la conferencia.
Sin pérdida de tiempo, que el programa es ajustado, nos dirigimos por caminos de gravilla, rodeados de césped y arbolado y llegamos al siguiente palacio, el de Marmol. A orillas del lago Heiliger See, y construido por Guillermo II, creo, como una residencia de verano, es una muestra más de edificio neoclásico. Para la visita nos dejan unas "zapatillas de ir por casa", grandiosas hasta el punto que las podemos utilizar con los zapatos puestos, y que supongo que usan para hacer brillar los magníficos suelos sin gastar en servicio de limpieza. Mira esta vez es el momento gracioso.
Desde aquí y por una vereda bordeada a mano derecha por unas casas adosadas que recuerdan las de cualquier barrio inglés, se sale del parque y se llega a la ciudad moderna de Postdam. Una ciudad relativamente pequeña en la que destaca una entrada vigilada por dos torres y un arco entre ellas y una zona denominada el barrio holandés que también recuerda una de las calles de ese país.
Como se acerca la hora en que el azucar en sangre ya está bajo por la caminata de la mañana nos lanzamos a buscar un lugar donde reponerlo. Tras diversos episodios de anarquía en el grupo (ya lo avisé en la entrada anterior), aunque con poco tiempo para lo que esperaba a la tarde, comimos y sin tiempo para la mínima sobremesa, nos lanzamos al programa vespertino: Otro parque/jardín maravilloso y lleno de palacios.
Entramos en el mismo y al frente del paseo observamos el majestuoso palacio de Sense Souci al final de unas espectaculares escalinatas. Teníamos hora programada para la visita y si bien es cierto que quedaba tiempo, no parecía ser el suficiente como para poder ver otro palacio antes de este.
Eso lo digo yo, pero Pancho desenfundó su particular guía y concluyó que era imprescindible la visita del Neues Palais y su Sala de Crustáceos, que se encontraba al final de un magnífico paseo rodeado de árboles y jardines a solo dos kilómetros del incio de la escalinata. Aquí mini-rebelión a bordo (otra vez). Las primas, Elvira y Pili deciden convertir lo imprescindible en accesorio y se quedan en el Sense Souci hasta que sea la hora de entrar.
El resto, inicia una desesperada marcha hacia el Palacio Nuevo, al que llegamos con el aliento entrecortado, y nos adentramos en él no sin dificultades y pudimos admirar la sala que tanto gustaba a Pancho y la parte del palacio que no estaba en obras de restauración. También pudimos ver los magníficos edificios de la Universidad de Postdam y vuelta al palacio en que teníamos hora, a trote cochinero y sin casi poder percatarnos de la belleza del paseo por el que circulábamos.
Llegamos a tiempo, sudados como pollos, y resollando como caballos de carreras. Allí nos esperaban las dos disidentes y juntos pudimos visitar el Sans Souci.
Recobrado el ritmo respiratorio y cardíaco, iniciamos el regreso en transporte público, que por cierto se nos hizo más corto que el de la mañana.
Breve descanso en el hotel y decisión unánime de ir a cenar a Postdamerplatz, símbolo de la modernidad en Berlín. Cómo llegamos al lugar, lo resumo como suelen hacer en los transportes:
Hotel - Metro (seis paradas) - Autobús (siete paradas) - Hotel - Autobús (tres paradas) - Postdamerplatz. Lo que pasa por ponerse a discutir sobre un mapa de transportes urbanos y mirarlo al revés.
Lo cierto es que valía la pena la visita. Un espacio ultramoderno y rompedor con cantidad de zonas de ocio y restauración, que nos permitieron reponer fuerzas y volver a descansar al hotel, no sin antes descubrir que el recorrido del bus de ida y de vuelta no eran iguales, o que a lo peor nos pasamos la parada del hotel sin darnos cuenta.
Palacio de Sans Souci |
Entramos en el mismo y al frente del paseo observamos el majestuoso palacio de Sense Souci al final de unas espectaculares escalinatas. Teníamos hora programada para la visita y si bien es cierto que quedaba tiempo, no parecía ser el suficiente como para poder ver otro palacio antes de este.
Eso lo digo yo, pero Pancho desenfundó su particular guía y concluyó que era imprescindible la visita del Neues Palais y su Sala de Crustáceos, que se encontraba al final de un magnífico paseo rodeado de árboles y jardines a solo dos kilómetros del incio de la escalinata. Aquí mini-rebelión a bordo (otra vez). Las primas, Elvira y Pili deciden convertir lo imprescindible en accesorio y se quedan en el Sense Souci hasta que sea la hora de entrar.
El resto, inicia una desesperada marcha hacia el Palacio Nuevo, al que llegamos con el aliento entrecortado, y nos adentramos en él no sin dificultades y pudimos admirar la sala que tanto gustaba a Pancho y la parte del palacio que no estaba en obras de restauración. También pudimos ver los magníficos edificios de la Universidad de Postdam y vuelta al palacio en que teníamos hora, a trote cochinero y sin casi poder percatarnos de la belleza del paseo por el que circulábamos.
Llegamos a tiempo, sudados como pollos, y resollando como caballos de carreras. Allí nos esperaban las dos disidentes y juntos pudimos visitar el Sans Souci.
Recobrado el ritmo respiratorio y cardíaco, iniciamos el regreso en transporte público, que por cierto se nos hizo más corto que el de la mañana.
Breve descanso en el hotel y decisión unánime de ir a cenar a Postdamerplatz, símbolo de la modernidad en Berlín. Cómo llegamos al lugar, lo resumo como suelen hacer en los transportes:
Hotel - Metro (seis paradas) - Autobús (siete paradas) - Hotel - Autobús (tres paradas) - Postdamerplatz. Lo que pasa por ponerse a discutir sobre un mapa de transportes urbanos y mirarlo al revés.
Sony Center. Postdamerplatz |
Hora de levantarse, hoy sin la presión de tener horario concertado hasta las 19:15 horas y por tanto algo más tarde que días anteriores, y si además le sumamos que el desayuno nos lo tomamos con la misma tranquilidad, era casi media mañana cuando salimos del hotel. Pili y yo no habíamos estado todavía en la zona del muro que se conserva como espacio de arte grafitero, los otros cuatro sí, pero con todo se apuntaron a repetir el recorrido.
La verdad es que el muro en esta zona y tan turístico como se ha convertido, no da la impresión de la dureza y de las terribles historias que pasaron en él, y se contempla como una zona más bien lúdica y de expersión artistica que de recuerdo, aunque las temáticas de las pinturas son la mayoría duras y reivindicativas. No pudimos obviar hacernos una foto en el que es posiblemente el grafitti más famoso del mismo. Adjunto una foto para dar constancia
Lo que sí tenía Pancho claro es que había que ir a un mercadillo dominical, famoso por ser frecuentado por todos los berlineses, bueno muchos, en el que había comida, mercado, música y actividades diversas.
Así que, finalizada la visita al muro, mapa de transportes en mano, nos lanzamos a buscar el citado mercadillo. Esta vez, a la primera: Breve viaje en autobús, breve viaje en metro y nos plantamos a 200 metros del mismísimo acontecimiento.
El muro de Berlín |
Lo primero que encontramos al entrar al recinto del parque donde se celebra es un puesto de comida en el que a un precio módico te daban una salchicha blanca en un pan de viena y una cerveza. Desde el primer día de llegada íbamos persiguiendo poder tomarnos un bocata así. Pedimos seis y luego los varones del grupo repetimos, uno más para cada uno. Nos damos por comidos.
Lo del café ya cambia, nueva disolución de la sociedad, un servidor y las primas tras un breve paseo por las paradas decidimos ir a tomar café en una terraza un par de calles más arriba y los otros tres, una vez concretada la hora de reencuentro, se fueron a ver actuaciones musicales tumbados en el cesped del parque, como si de un encuentro hippie de otros tiempos se tratase: no sé si tomaron café y se fumaron alguna cosa. Dicen que no. Y ademas me lo creo.
A la hora indicada reagrupamos la comitiva y volvimos al hotel. Pequeño relax y nuevo autobús para llegar a la cúpula del Reichstag y hacer la visita que teníamos reservada ya desde casa hacía casi 20 días. Más que interesante la arquitectura tan moderna de la misma incrustada en un edificio tan neoclásico: La visita, previo control de seguridad importante (al fin y al cabo estamos en el parlamento), se acompaña de una estupenda audioguía de última generación. Se pone sola en marcha y te explica lo que estas viendo en función de donde estas en cada momento y todo sin tocar un solo botón. Lástima que todas las vistas que desde la cúpula, la guía iba explicando, al ser noche cerrada no se podían apreciar, pero por otra parte la visión nocturna de la ciudad era espectacular.
La cúpula del Reichstag |
Desde la zona más alta de la cúpula se puede apreciar a través de un techo de cristal los mismísimos escaños donde se sientan los parlamentarios del bundestag en las sesiones del mismo.
Hay personas que quieren ver en este detalle la transparencia que han de tener las instituciones que nos gobiernan, ya que esta visita esta disponible para el público en general cuando se celebran los plenos. Yo no me pronuncio al respecto pero me parece que si solo con un techo de cristal se consigue que los gobiernos sean transparentes, no sé a que estamos esperando para ponerlos en todo el mundo. Es mi momento escéptico del viaje.
Terminada la visita, decidimos ir a cenar al barrio de Nickolai, al parecer el nucleo histórico más antiguo de Berlín. Pasamos por una pequeña iglesia iluminada como la mayoría estos días y finalmente llegamos a una placeta con edificios bajos en el que había una terraza en la que aparcamos nuestro cuerpos, ya algo cansados (los días van pasando y todos tenemos una edad) y nos dipusimos a cenar. Dos cosas interesantes: había una carta en castellano y el clima (Berlin y Octubre) nos premió con una temperatura como para sentarnos al aire libre. Cenamos comida típica berlinesa según rezaba la carta, y obviamente era potente, de manera que nos acercamos a pie a ver los últimos edificios iluminados del viaje, y para acabar de digerirlo todo regresamos paseando al hotel.
Al día siguiente solo nos quedó tiempo a Pili y a mi para hacer un breve paseo matinal por una calle de compras de Berlin, la Friedrichstraβe, coger un taxi y al aeropuerto, donde puntualmente embarcamos hacia Barcelona.
Fin de las operaciones, con la sensación de tener que volver. Hay cosas todavía por ver en Berlin.