miércoles, 9 de mayo de 2018

Semana no santa

Así que llegó la Semana Santa, esa época vacacional en que todos aprovechamos para desperezarnos de nuestra hibernación particular y salir de nuestra madriguera, real o virtual.
Este año, al menos en lo personal sigue marcada por la convalecencia de la intervención y aunque todo va perfecto, la salida del invierno se hace un poco más lenta. De esta manera, tras la boda del hijo de unos amigos (Jose y Paco), aprovechando el estrés que esto supone a los padres y también el visto bueno del cirujano, decidimos los cuatro hacer una semana de "desestrés" y "deshibernación", que no coincidió con "la santa", pero sí dos después. Así nos lanzamos a una aventura terrestre, en coche, por tierras de Aragón y Cantabria, eso sí quemando neumáticos en otras comunidades pero solo de paso: Catalunya, Navarra, La Rioja, Asturias y País Vasco.
El Alcandre "crecido"
Las amenazas de tiempo lluvioso y desapacible no hicieron mella en nuestra determinación y el viernes nos plantamos en Fraga para cenar ¿cómo no? con nuestros amigos y amigas Pili, Luisa, Pedro y José Ramón que nos llevaron a un restaurante nuevo totalmente recomendable, que no me acuerdo como se llama, pero que está al lado justo del "Armando". No dio tiempo para muchas más cosas así que fuimos dormir a Villanueva de Sijena, donde Pili y yo tenemos una casa.
El sábado nos despertamos temprano y fuimos a desayunar al "Barbero", previo paso por la Panadería Rodellar, donde Pili compró unas magdalenas, de las que dimos buena cuenta. Luego después de saludar a mi hermana fuimos a dar un paseo por el Monasterio y los caminos cercanos al río, que como se puede ver en la foto, bajaba crecido como yo nunca había visto. Poca actividad vimos en los campos ya que las lluvias recientes los habían dejado tan "regados" que era imposible realizar ninguna labor en ellos. Algún paseante haciendo la ruta del "colesterol y el azúcar" y un grupo considerable de personas a la puerta del Monasterio, esperando la visita programada del mismo. Hay que pedir hora para verlo. En realidad creo que esto obedece a las pocas horas de visita disponibles a lo largo de la semana. A quien corresponda (Administración pública) creo que debería ampliar los horarios, aunque no sea del gusto de todo el mundo.
El paseo nos despertó, al menos a mí, el apetito. Sabía que mi madre había preparado una de las comidas que me gustaban desde mi infancia y que solo de tanto en tanto (años) podía degustar: Caracoles con patatas hervidas y ajoaceite. A Martín también le encantan y el resto comió con cierta resignación, aunque no pusieron excesivos reparos, de segundo había costillas de lechal y longaniza a la brasa, todo en la bodega del referido. Comimos mucho como de costumbre...
Por la tarde, tras una siesta reparadora nos acercamos a Sariñena, capital de la comarca de Los Monegros, dimos una vuelta por la villa, la verdad es que se acaba pronto, no sé ni si tomamos un refresco y volvimos relativamente pronto a casa, para preparar la cena, cuyo plato estrella era la panceta ibérica a la brasa, y poder ir pronto a dormir ya que el programa del viaje, nos obligaba a madrugar, pues en nuestra mente estaba llegar a comer a Cantabria.
Puerto pesquero de Santoña
Dicho y hecho, salimos temprano y por la carretera de Alcubierre nos plantamos en Zaragoza, que bordeamos por la circunvalación, y de la que apenas pudimos ver la silueta conocida de la basílica del Pilar, la menos frecuente por ser más nueva de la Torre del Agua de la Expo, y sobre todo el Ebro, que estos día andaba enfadado por la cantidad de aguas que tuvo que recibir, del cielo y del deshielo. Como muestra de su descontento había inundado todo lo que había encontrado a su paso, incluidas las zonas de la Expo.
Circunvalando primero Logroño y luego Bilbao, llegamos a la hora prevista al Parador Nacional de Limpias, primer día de alojamiento en la ruta de Santo Toribio de Liebana, que es como se llama el trayecto programado. Realizamos la toma de posesión de las habitaciones y nos fuimos a Santoña, a poco más de 12 kilómetros, para comer como estaba previsto en el plan. Es fácil de adivinar, a parte de otras cosas, comimos anchoas, excelentes por cierto. 
Hicimos una visita breve por el puerto, el centro peatonal y parte del paseo marítimo desde el que se veía perfectamente la playa de Laredo, visita que teníamos prevista para la tarde, y finalmente algo que no creía yo muy típico ni de la villa ni del región: la plaza de toros. Nos informaron "los guías" de la misma que allí habían triunfado todas las figuras del toreo, de lo que daban fe, los innumerables carteles de anuncio de los festejos desde tiempos lejanos: había uno de Manolete, pero no era de esta plaza. Donde ya no fuimos fue al Penal del Dueso, que también hizo famosa a Santoña en tiempo pasado por acontecimientos relacionados con la muerte de los Marqueses de Urquijo, y en concreto con la de uno de los autores, sentenciado pero no confeso.
A la tarde, visita al Paseo Marítimo y ciudad de Laredo, tal como habíamos previsto y tras una frugal cena a descansar al Parador.
El Capricho de Gaudí
Nos levantamos relativamente temprano, sobre todo si pensamos que se trataba de un viaje de relax y tranquilidad, pero es muy difícil negarse a la posibilidad de hacer visitas a lugares tan bellos y tan interesantes como los que proporciona la comunidad de Cantabria y eso que la mayor parte de las visitas eran paisajísticas y arquitectónicas. Así nos embarcamos tras el desayuno a la visita de la ciudad de Santander, callejeando por el paseo de Pereda y calles adyacentes, la plaza de Pombo y los edificios, que no por conocidos son menos dignos de visitar, entre los que pudimos ver como novedad, puesto que nuestra última visita no estaba, El Centro cultural Botín.
En este paseo relajado se fue haciendo la hora de comer y preferimos arriesgarnos a hacerlo en algún sitio más pequeño y nos dirigimos a Suances. La elección fue acertada sin duda, encontramos, en honor a la verdad gracias a las opiniones de Google un restaurante a pie de playa, el  Nuevo Balneario, creo, en el que pudimos degustar una lubina al horno excelente, y Paco y un servidor no pudimos resistirnos a unas alubias con bacalao y gambas: ¡Buenísimas!. Lo regamos con un vino blanco del Somontano, chardonnay y gerwutztraminer: Glàrima de las bodegas Sommos. (en fabla aragonesa significa lágrima).
Terminado el ágape nos dirigimos a Santillana del Mar, donde teníamos la reserva para la noche, y tras un pequeño paseo por el pueblo, decidimos irnos Comillas, con el fin de poder visitar la ciudad, sede de la Universidad Pontificia y del Capricho de Gaudí, al parecer primer encargo y obra del genial arquitecto y visto lo visto es que para ser una opera prima, el joven ya prometía...
Cena frugal en Santillana y descanso previo a la salida del día siguiente que promete entre otras cosas kilómetros de carreteras no especialmente buenas.
Entre la cosas que prometía el día ya iniciado, estaba la visita a la réplica de las Cuevas de Altamira, que se ha dado en llamar la Capilla Sixtina del arte rupestre. La visita es dirigida por un guía que se empeña reiteradamente en recordarnos que el sí ha visitado la auténtica, y que la visitará el próximo viernes con cuatro afortunados. Son los que dejan entrar cada semana y por sorteo. Bueno, salvado este detalle, el hombre se esmera también en que todos nos enteremos de la trascendencia de la cueva, tiene razón, preguntándonos como nos llamamos y dirigiendo sus preguntas retóricas por nuestro nombre de pila... En todo caso la experiencia es satisfactoria, aunque el referido un poco peculiar.
Después de pasear por el entorno, magnífico por cierto, encaramos hacia Potes, donde una vez salvadas las carreteras de acceso a la villa, nos esperaba un entorno no menos magnífico del que disfrutamos en Altamira.
Puerta del Monasterio de Santo Toribio
Encontramos en la zona peatonal y más antigua del pueblo un restaurante en el que alguno de los viajeros no pudo obviar pedir un cocido liebaniego (no fui yo), y tras un breve reposo con un digestivo, nos dirigimos a Mogrovejo, un pequeño pueblo con una Torre de interés y una iglesia pequeña y coqueta que un vecino tuvo a bien abrirnos, después de las eficaces gestiones de Paco.
La visita nos sirvió para hacer tiempo hasta la hora en que abría el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, que estaba en los últimos días antes de cerrar el año jubilar y de paso la puerta que no se abrirá hasta el próximo.
Destaca el maravilloso entorno en que esta ubicado el templo, que da una sensación de tranquilidad y recogimiento, aunque esté algo diminuido por el peaje que supone tener muchos visitantes (aparcamientos de coches y autocares, servicios, bar, etc...).
Ya en el interior del monasterio destaca la capilla en la que se encuentra el "Lignum Crucis", que según nos explica uno de los monjes que allí viven se trata del mayor trozo en la actualidad de la cruz que llevó Jesús al monte donde fue crucificado según la tradición cristiana.
También nos explicó los diversos avatares que tuvo que pasar la madera para llegar justamente allí, al monasterio en que nos encontramos, de manera que resultase creíble el periplo de la cruz. Porque tiene mérito llevarla desde Palestina hasta aquí, en los tiempos que se hizo. A pesar de todo, una vez acabada la disertación del monje, había que pasar a besar la cruz, y por aquello de "haz lo que vieres" nos pusimos en la cola y participamos en la Adoración.
Después de esta experiencia religiosa y de disfrutar un poco más del paisaje que rodea el monasterio, nos pusimos en marcha hacia Fuente De por unos caminos angostos y tortuosos que nos llevaron hasta el espectacular circo en cuya base está instalado el Parador de Turismo.
Tras los trámites de toma de posesión de las habitaciones, salimos a dar una vuelta, casi bien un paseo reparador en un entorno impresionante, con los restos de la nieve en los sombríos y los pequeños saltos de agua por las rocas, producto del deshielo reciente.
La vista desde la ventana de la habitación
Paco, que es el más montañero y atrevido del grupo se lanzó a la conquista de las rocas y pudo llegar hasta el inicio de una de las cascadas. Luego una vez retornado al grupito paseamos por la base del circo, sobre una hierba verde y algo húmeda y acompañados a distancia por un grupo de caballos, que creaban una atmósfera casi idílica y sobre todo relajante.
La curiosidad nos llevo a las instalaciones del teleférico, que a estas horas ya estaba cerrado pero que nos sirvió para conocer un joven aficionado a los deportes de riesgo: era madrileño, vivía en Huesca y trabajaba a temporadas en Cataluña. Nos impacto mucho el programa que tenia para el día siguiente, pues pensaba lanzarse desde arriba de la montaña con un traje de esos que vuelan como si se tratase de ardillas voladoras. Lo vimos especialmente peligroso, y por ello nos estuvo explicando con todo lujo de detalles como se ha de hacer para restar peligro y que el vuelo sea seguro. A pesar de todo nos acabó reconociendo que algo de peligro sí que tenía...
Nos fuimos a cenar, un poco preocupados por nuestro joven amigo, que fue el tema de conversación de la mesa. Aprovechamos para celebrar un aniversario durante la comida y nos fuimos a descansar pronto, porque el día siguiente, había que volver a casa y eso eran un montón de horas de viaje.
Fin de las operaciones.

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