lunes, 4 de noviembre de 2019

Perú: Valle Sagrado y Machu-Pichu

La verdad es que Condor Travel han sido a lo largo del viaje escrupulosos con los horarios tanto de recogida como de las actividades y eso es un plus que hay que añadirles. Y como no podía ser de otra manera a la hora prevista iniciamos el viaje que habría de acabar en Urubamba, donde haríamos noche de camino a Machu-Pichu. 
Moray. Terrazas de cultivo
Antes de abandonar el hotel, las chicas de Villanueva se percataron del escudo que coronaba la puerta de entrada al mismo, en el que creyeron apreciar una cruz de Malta y las cuatro barras. Ilusionadas por el hallazgo con un gran fervor por su patria chica, enviaron a Maribel una foto y un whatsap para que valorase el hallazgo. No sabía yo de las habilidades heráldicas de la chica.
Bueno pues, una vez en ruta pusimos el navegador en dirección a Moray, la primera parada del día. A la postre sería una de las cosas más espectaculares del viaje, ya que esos bancales o como se quieran llamar tan perfectamente circulares o en su caso elípticos parecen como sacados de un dibujo, cuando son reales como la vida misma. La perfección en el diseño y la ejecución de la obra con las escaleras de acceso de un nivel a otro te dejan totalmente sorprendido, pensando en como lo hicieron o si en la reconstrucción se movieron elementos. La verdad es que merece la pena no saltarse este lugar en cualquier visita que se quiera hacer a Peru.
Sin mucha pérdida de tiempo, pues eran muchas las cosas que nos quedaban por ver en el día nos acercamos a las salinas de Maras. Una zona de producción de sal, totalmente escalonada, bordeando gran parte de la ladera del monte que  rodea la ciudad de Urubamba, lugar que la agencia de viajes había dispuesto para el bufet reparador. Posiblemente se trata de la mejor comida que hemos hecho, de todas las que teníamos programadas e incluidas en el precio del viaje. Lástima que no me acuerde del nombre, pues sería totalmente recomendable para cualquier viajero que pase por la zona.
Tras un breve reposo y alguna que otra foto con una alpaca o llama, soy incapaz de distinguirlas, seguimos nuestro camino con dirección a la fortaleza de Ollantaytambo. La fortaleza es espectacular, otro de los lugares que no decepciona a nadie. A pesar de haber muchas escaleras que cuando las ves desde abajo parece que no se vayan a acabar nunca, lo cierto es que poco a poco y paso a paso se va ascendiendo, mejorando el paisaje, cada nuevo tramo que vas superando. Allí nueva disertación de la perfección de los anclajes de las piedras de varias formas trapezoidales y de lo difícil que debió resultar a sus constructores, a pesar de que las piedras estaban en la montaña contigua al templo.
Ollantaytambo desde arriba
Ollantaytambo desde abajo
Lo cierto es que les debió ser complicado, aunque al parecer de un amigo que tengo de esos que son tremendamente analíticos y en consecuencia un poco "destroyer", tampoco es para tanto, porque a fin de cuentas esto lo hicieron en el siglo XIII o XIV, y los egipcios ya habían hecho cosas con piedras y con algún detalle más, 2.000 años antes. En fin, igual tiene razón, pero eso no quita ni belleza, ni complejidad a las construcciones de esta zona.
Después de disfrutar del paisaje un ratito y hacer las fotos de rigor, bajamos poco a poco también, pues las rodillas suelen sufrir en los descensos y sobre todo si las escaleras son muy altas. Tomamos de nuevo el bus, previo paso por zona comercial y nos llevó a Urubamba donde estaba previsto pasar la noche.
La llegada al hotel fue espectacular, parecía un corral de cabras y se accedía por unos tablones en el suelo que se movían como un columpio, con la dificultad añadida de arrastrar las maletas por semejante puente. Antes de llegar a recepción, ya estábamos todos subidos a la parra, pensando en llamar a la agencia y hacer una queja formal del establecimiento. A veces, tener un poco de paciencia va bien: el jardín del hotel una vez hecha la recepción era precioso, las habitaciones rústicas pero inmensas y con todos los elementos necesarios para un descanso reparador.
Como colofón un excelente desayuno, preparado y servido a la carta y para nosotros exclusivamente dado el madrugón que teníamos que darnos para coger el tren. Pasó de la queja a ser el mejor hotel de todo el viaje, pues todos nos levantamos despejados y habiendo descansado plácidamente. Igual porque la cena del día anterior en el centro de Urubamba fue frugal, aunque también de muy buena calidad. ¡Lo que son las cosas! Por cierto el hotel es el Hatum Valley y si a algún despistado lector de este blog se lo ofrecen, mi recomendación es que lo acepten.
La Ciudad Sagrada
Como he dicho, a primerísima hora nos dirigimos a la estación ferroviaria, donde tomamos el tren de Perú Rail, que nos había de conducir a Machu-Pichu, uno de los lugares que había condicionado nuestro viaje de manera preferente, así que un poco inquietos por la llegada a nuestra particular Itaca, pasamos la hora y pico de camino disfrutando ya de paisajes preciosos y empinados desde la misma orilla del río Urubamba, o Vilcanota, no sé, por cuya ribera circula nuestro tren.
La llegada al pueblecito de Machu-Pichu es un poco caótica pues hemos de dejar las maletas a nuestro guía, que será quien las lleve al hotel, y nosotros de la manera más rápida posible nos hemos de colocar en una fila, aparentemente interminable para subir a unos autocares pequeños, que nos llevarán a la entrada de la Ciudad Sagrada y allí empezar el tour guiado de la misma. La verdad es que la cola, que inicialmente asusta pasa muy rápida pues son muchos los vehículos que se utilizan. Luego la subida es un poco pesada con tantas y tan cerradas curvas. Llegados a la entrada aparece una nueva espera en fila de a uno. Aquí se entrega la entrada a la ciudad y además te piden el pasaporte, cosa que no entiendo mucho en este momento pues uno piensa que no se trata de ir a otro país, cuando llegas aquí, pero luego un pequeño descuido de uno de nosotros parece que dio una cierta coherencia al hecho de pedir el documento.
El grupito
Superado este trámite empieza la subida por unas escaleras aceptables aunque con una cierta pendiente. Vas un poco entre vegetación que apenas te permite ver las cimas más altas del valle, en este caso el Machu-Pichu y el Wana-Pichu. Pero pronto se acaba este tramo del camino y aparece en todo su esplendor y con buena luz, a pesar de que el día pintaba algo nublado, la increíble ciudad sagrada de los incas. Es difícil poder describir bien todo lo que puedes apreciar en un momento y sobre todo haciendo el ejercicio de girar sobre ti mismo y mirar. Todo lo que ves es impresionante: la propia ciudad, las montañas, las terrazas, las construcciones, el fondo del valle, el río... y hasta unas alpacas (o llamas), que circulan a su aire por la ciudad. El guía va explicando la historia de la construcción y de la vida en la ciudad, aunque para estas horas el grupo ya van un poco dispersado, pues quien más quien menos quiere inmortalizar su estancia en el lugar con fotografías, videos, etc. Nosotros también lo hicimos, y yo personalmente y como se puede ver no pude evitar llevarme una camiseta de Albalatillo, y como hago en casi todos los viajes a los que voy, dejar constancia de la presencia en el lugar de uno del pueblo.
Como decía antes, es muy difícil la descripción del paraje así que prefiero poner alguna foto más y obviar las que hicimos en el pueblecito posteriormente.
La montaña
Algo que me sorprendió fue que el monte que se ve en todas la fotografías del lugar como fondo de la ciudad y en el que nos hacemos las fotos de recuerdo no es el Machu-Pichu, que esta justo a nuestras espaldas cuando miramos hacia las construcciones, sino que se trata del Wana-Pichu, que por cierto y según nos contaron otros compañeros de viaje colombianos, previa inscripción y solicitud de hora con antelación se puede subir a su cima, cosa que ellos hicieron, y desde allí parece ser que las vistas son todavía más impresionantes.
En fin después de tanta belleza y tantas emociones, la parte más animal de nosotros mismos dio el aviso oportuno y nos dirigimos en la misma entrada de la ciudad sagrada a un bufet libre, a reponer fuerzas, y sobre todo a reponer líquidos, pues hacía un calor considerable.
Después de comer, nueva cola para subir a los autocares que nos habían traído de subida y aquí es donde el pasaporte jugo su papel. Pancho no encontraba el billete de bajada, así que se fue a la ventanilla de la taquilla y previa presentación de su pasaporte, comprobaron que sí había accedido al recinto y de manera inmediata le expidieron un nuevo tíquet que le permitió subirse al autocar sin más problemas, que tener que hacer unos minutos más de espera. Bajó en otro autocar distinto al nuestro, pero lo esperamos con paciencia en el pueblo y fin del incidente.
Nos dirigimos al hotel, donde una vez hecho el ingreso, y tras una pequeña o no tan pequeña siesta, nos dirigimos a recorrer el pueblo, que se hace prácticamente en una hora, si pierdes mucho tiempo, y después, como que Pili celebraba su santo, antes de la cena nos invitó a unos pisco sour. Después de una ligerísima cena, seguimos la marcha por la plaza mayor, donde tomamos algún otro pisco sour, y una especie de chupito de vaya usted a saber qué, que negocio Gonzalo con las camareras del local y que a parte de un considerable grado de alcohol, tenía un gusto realmente difícil de explicar.
Terrazas de cultivo
Nos fuimos al hotel a descansar, que lo teníamos merecido y la sorpresa del mismo la reservaba el comedor de los desayunos, con una cristalera espectacular que daba la impresión de que estabas en la misma montaña y con el río al lado. Magnífica la vista que se ofrecía desde allí, casi se nos olvidó un poco el tono resacoso que teníamos algunos por los excesos de la noche anterior. Luego nuevo paseo por el pueblo a la búsqueda de unas termas y tras la conocida como "siesta del carnero", que se hace antes de comer, yo apenas comí una barrida energética y un Kit-Kat, regados con una botella de agua. El resto comió lo que tocaba.
Una vez acabado el agape volvimos al tren, que nos llevó hacia Urubamba, donde nos esperaba un taxi para los cuatro que nos devolvió a la ciudad de Cuzco de nuevo y al mismo hotel de días anteriores. Estefanía y Gonzalo fueron en otro tren que los llevo hasta Cuzco directamente, y les costó más tiempo llegar que a nosotros. En cualquier caso, habíamos quedado para cenar juntos a modo de despedida del viaje y los esperamos, entretenidos en buscar casas de cambio de moneda con Pancho, mientras Elvira y Pili se dedicaban a gastarlo en las joyas que al parecer una guía les había recomendado de una amiga suya que tenía una pequeña parada en un hotel.
Al final todo fue bien y pudimos cenar todos juntos en un restaurante de la zona de la Plaza de Armas donde un servidor pudo tomarse un escalope de pollo con patatas fritas que lo tenía entre ceja y ceja desde hacía días.
Nos retiramos a los hoteles, no sin antes hacer una última parada en un supermercado donde vendían cajas grandes de infusiones de coca, para traerlas a los amigos de España, a los que en su día pensamos en traer las hojas de coca, que no se podían.
Tras el reparador descanso, a la mañana siguiente cogimos el vuelo que nos llevaría a Lima, para continuar allí nuestra última etapa de viaje.

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