martes, 29 de octubre de 2019

Perú: Puno y Cuzco

La sorpresa a la que me refería en la entrada anterior, no era precisamente agradable. Me desperté sobre las 2 de la madrugada con una sensación terrible de ahogo. Me senté al borde de la cama y pude recuperar un poco el aliento, pero seguía con dificultades para respirar. No me negué a que Pili llamase al médico, pues no acababa de encontrarme bien. Lo cierto es que un profesional veterano que apareció a los pocos minutos de llamarlo, nos sacó del apuro: un chute de corticoides y oxígeno a tope durante un rato me dejó como nuevo. Debe ser común este tipo de incidentes pues el hotel tenía oxígeno y no te cobraba los primeros minutos que eran de cortesía.
Islas flotantes en el Titicaca
En estas condiciones Pili y yo decidimos no acudir a la excursión programada a las islas de los uros y a Taquile, habitada por nativos quechua. A medida que iba avanzando la mañana yo iba encontrándome mejor y tras un desayuno en una cafetería cerca del hotel, pensamos que era un poco desperdicio estar allí y no visitar al menos las islas flotantes  habitadas por los uros. Decidimos hacerlo, paseando despacio eso sí que la ciudad está a 3.800 metros, yendo hacia el puerto del lago y allí pudimos negociar lo que vendría a ser una barca-taxi, que previo acuerdo económico de acompañante y pseudo-guía, nos llevó a las islas.
Allí fuimos a una de ellas, donde nos recibió la presidenta de la isla, que nos estuvo explicando el proceso de fabricación y anclaje de las mismas al fondo del lago. Luego las diversas capas de tótora, que es una especie de junco muy grueso, que conforman el suelo sobre el que hemos desembarcado. Nos explico también como es la vida allí, la dedicación a la artesanía de sus habitantes como principal fuente de ingresos y en general todo lo relativo al turismo. 
Aprovecharon para mostrarnos esos bordados y otras obras de artesanía, que compramos en parte como agradecimiento a su explicación para solo dos personas y en parte porque era realmente bonito.
Una de las salas del museo
Luego por un módico precio nos dieron una vuelta por el lago, subidos en una de sus barcas, fabricadas del mismo material que las islas y con ello dimos por finalizada la visita a los uros, regresando en nuestro particular taxi a la ciudad, para comer algo y luego hacer un poco de siesta y esperar a que llegasen nuestros amigos que habían ido a la excursión completa.
Cuando llegaron Pancho y Elvira, aprovechamos para dar una vuelta por el centro histórico de Puno y entonces fue Pili la que empezó a notar el malestar de la altura, así que se fueron con Elvira al hotel y Pancho y yo nos quedamos buscando unos pantalones tejanos que yo quería comprarme y que no pudimos encontrar en las tiendas que visitamos, que fueron más de dos y más de tres.
Recogimos a Elvira en el hotel y fuimos a cenar a la misma cafetería de la mañana, que no recuerdo como se llama, y lo siento porque era totalmente recomendable. La única pista que puedo dar es que estaba en la planta primera y era pastelería en la planta baja y que estaba cerca del hotel La Hacienda. A Pili le llevamos unos pastelitos por si tenía apetito. Algo cenó.
A primera hora de la mañana vinieron a recogernos para emprender viaje hacia Cuzco, y también pasando por diversas localidades de interés cultural y turístico. La primera parada fue en Pucará, si no recuerdo mal, donde estaba el museo lítico, en el que destacaban monolitos dedicados a los dioses incas, algunos de ellos de gran valor histórico, tanto por su antigüedad como por lo que representaban dentro de la cultura preincaica según nos explico nuestro guía. En la plaza al lado del museo se alzaba una iglesia con dos torres, una de ellas, aparentemente inacabada.
Templo de Viracocha
Seguimos el periplo que nos había de conducir a Cuzco, con una parada en Raqchi, donde visitamos el espectacular templo de Viracocha. Pudimos apreciar la precisión en la construcción del mismo con las milimetradas entradas y ventanas, así como sus calles internas que permitían ver desde el inicio el final de las mismas, todo ello en base a una mejor defensa del templo en caso de necesidad.
Siguiendo en la misma ruta nos encontramos en el camino, una vez repuestas las fuerzas en el bufet de turno con la localidad de Andahuaylillas, capital del distrito del mismo nombre, y que tiene una población de poco más de 1.500 habitantes. El espacio más relevante es la iglesia de San Pedro, un relativamente pequeño templo que tiene el honor de ser denominado, la Capilla Sixtina de Sudamérica, debido a las decoraciones de sus techos y sus paredes, totalmente recargados y con la sensación de que gastaron todo lo que tenían y más en pan de oro, entremezclando estilos de todo tipo. En fin, como decían dos turistas italianos que nos acompañaban en el recorrido, "e bello, ma non come la Sistina".
Sin entrar en más debates al respecto, continuamos con nuestro viaje  hasta la capital del imperio inca, donde llegamos ya entrada la tarde, y apenas pudimos instalarnos en el hotel y eso sí, salir a dar una vuelta por la plaza de armas, que estaba realmente cerca del hotel y que de noche ofrecía un espectáculo muy bien iluminado y con multitud de puntos de luz de las zonas más altas de las ciudad que rodean a la parte del centro histórico.
La Capilla Sixtina de Sudamérica
A lo largo del viaje habíamos conocido a varios compañeros con los que compartíamos experiencias, restaurantes donde comer o cosas que visitar. Una pareja de Vigo, otra de Valencia, las cuatro Marías de La Rioja y sobre todo una pareja de recién casados de Palencia con lo que a pesar de las diferencias de edad fue con los que nos entendimos mejor. Son Estefanía y Gonzalo con los que luego compartimos paseos, compras y comidas.
Aquella primera noche cenamos en una pizzería, con el fin de poner algún paréntesis a la comida peruana, pero para no dejarla del lado del todo pedimos una Inca-Cola, bebida original de Perú, pero que la multinacional Coca-Cola compró para no tener competencia: En mi opinión no creo que la tuviese, era malísima. Lo peor de todo era que la masa de la pizza tampoco mataba, así que la primera cena en Cuzco fue gloriosa.
Al día siguiente teníamos previsto un tour turístico por la ciudad, pero teníamos la mañana libre para poder pasear a nuestro aire por la ciudad. Accedimos en primer lugar a la Plaza de Armas, comprobando a la luz del día que la belleza de la misma por la noche no era producto de la iluminación, sino que se trataba de un precioso lugar.
Plaza de Cuzco por la noche
Como suele pasar en cualquier ciudad, aunque no siempre, la vida cotidiana gira en torno al mercado de abastos y hacia allí nos dirigimos. No tenía el orden que tenía el de Arequipa, era algo más caótico, las paradas de venta y los puestos de comida se agolpaban unos con otros y lo sorprendente al menos para mi, era que la elaboración, cocción o asado de los "manjares" era en el mismo lugar, todo junto con las mesas en que se servían.
Allí pudimos ver por primera vez a la venta, perfectamente pelado y ordenado el cuy, uno de los platos imprescindibles en Perú. Lo cierto es que cocinado no sé el aspecto que tienen, pero en crudo desanima a probarlos.
Yo seguía sin conseguir comprar mis pantalones tejanos y los que llevaba ya pedían el cambio, así que siguiendo las instrucciones de una amable recepcionista del hotel donde nos alojábamos encontré por fin una tienda, que no vendía nada ni de alpaca ni de llama, y pude adquirir el repuesto. Un poco largos, pero nada que un buen doble hacia fuera no pudiese arreglar.
En el recorrido también pudimos pasar por unos establecimientos en que vendían ropa al corte, o sea de aquellos que había antiguamente en España, y con los que sabían o los sastres elaboraban magníficos trajes y vestidos. Paramos en un pues a Pancho le traían recuerdos de su infancia. Después de una comida frugal en una pequeña cafetería, tenía tres mesas, nos dirigimos al punto de encuentro para iniciar la visita guiada.
Plaza de Armas de Cuzco
desde el Cristo Blanco
El tour se inicia en la espectacular fortaleza de las afueras de Cuzco: La de Sacsayhuaman, una increíble construcción militar, se supone que para defensa de la ciudad, aunque también esta salpicada de templos o zonas de culto en la que esta muy presente el sol. El guía nos hace especial mención en el ensamblaje de las piedras, con diversos ángulos y diversas formas que hacen de esta construcción única, según él, y pionera en las técnicas arquitectónicas de entonces y precursora de todas las posteriores del mundo mundial. El colega era peruano, inca y mestizo según nos explico, y además bastante hostil con los de nuestra nacionalidad, y bastante militante de la causa peruana, y no me refiero a la comida. En la visita que hicimos a la catedral, cuando nos explicaba una pintura de la santa cena, en la que por cierto había un plato de cuy, en tono amistoso y de broma le pregunté si también Judas era español, pero se hizo un poco "el loco".
Luego hicimos una pequeña parada en lo que llaman el Cristo blanco, que no es otra cosa que un monumento coronado por una estatua de color blanco en lo alto del monte y desde el que se puede apreciar una magnífica vista de Cuzco.
Una vez de regreso al centro de la ciudad, nos dirigimos al Convento de Santo Domingo, un edificio maravilloso que tiene como gran interés el hecho de estar construido sobre el templo inca de Coricancha. Se puede apreciar perfectamente en lo que vendrían a ser los cimientos, la construcción inca con grandes piedras ensambladas al mismo estilo que en Sacsayhuaman. Continúa la pared luego con elementos constructivos coloniales, que proporcionan una visión realmente interesante.
Claustro del Convento de Santo Domingo
Lo que realmente es también de interés es el espléndido claustro del convento, de unas dimensiones espectaculares y con dos plantas con arcadas, y una fuente en medio del mismo.
Con esta visita y la ya referida de la catedral se dio por finalizado el recorrido turístico, nos devolvieron a nuestros hoteles y tras un breve descanso fuimos a recoger a nuestra pareja de amigos palentinos y después de quedar con Pili en donde podían comprar algunos regalos y recuerdos por precio razonable, empezamos a buscar un lugar donde reponer fuerzas. Por cierto que como después de ir a Machu-Pichu teníamos otra tarde en la ciudad, quedaron para entonces para realizar las compras, pero esa historia será para otro día.
Bueno, lo dicho, que buscando sitios en la misma Plaza de Armas, vimos un restaurante italiano que tenía muy buena pinta y quizá por el recuerdo no excesivamente bueno del día anterior, decidimos repetir tipo de comida. La verdad es que no había color y los platos estaban realmente buenos, y hasta cambiamos la inca-cola por una "cusqueña", una muy buena cerveza dorada de elaboración peruana. Yo incluso me atreví a pedir unos "tagliatelle a l'Alfredo", que no superaban obviamente a los de Roma, pero se acercaban bastante.
Con una buena cena en el cuerpo, nos dirigimos de nuevo al hotel a descansar. Mañana tocaba madrugar para emprender el camino hacia El Valle Sagrado y Machu-Pichu, uno de los objetivos principales de toda la aventura peruana.
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