Todo llega... y el viaje a Perú, destino fetiche de Pili, empezaba con una pequeña escala de dos días en Madrid, producto más de una excesiva prudencia que de un análisis ajustado de la realidad, pero como siempre la capital del reino te descubre y te ofrece algo nuevo, así que valió la pena el adelanto de las operaciones, sobre todo por descubrir un lugar donde meterse entre pecho y espalda una ración de jamón Maldonado a un precio justo. No recuerdo como se llama pero está en la Puerta de Alcalá.
Parque Kennedy. Lima |
Ese era el plan, pero a las tres horas de vuelo cuando ya solo los más impenitentes devoradores de series y películas quedaban despiertos o semidespiertos, sonó un aviso acústico y la voz seria de la sobrecargo: "Se ruega que si viaja algún médico a bordo, se identifique y contacte con el personal". Uno piensa que somos muchos los que tenemos o teníamos esa noble profesión y tarda en reaccionar a la espera de que alguien con más competencias salga y solucione el problema. Nada de nada, a los pocos segundos piden "algún enfermero/a" o "algún personal sanitario", así que no me queda más remedio que salir, en parte por cierta responsabilidad y en parte por la presión de los amigos que te miran como diciendo, "... pero a que esperas, sal del asiento".
Al final todo quedo en un susto, una señora que se había "sobredopado" de Tramadol, porque le dolía la espalda, y estaba en un estado lamentable de sedación. Tras comprobar o intuir como pude que todo el problema era ese, nos la llevamos a una zona intermedia y allí la estuve acompañando hasta que más o menos empezó a poder hablar de manera inteligible y con las constantes que pude medir aparentemente normales. Me fui a descansar con la cabeza llena de ideas de lo que podía ser lo que le pasaba, hasta que casi a la hora de llegar a Lima, apareció por el pasillo dando las gracias como una rosa, prometiendo no pasarse de medicación en un futuro, pasase lo que pasase. Entonces pensé, aún tengo casi dos horas para dormir antes de aterrizar. Y lo hice.
Iglesia de Miraflores |
Bueno, pues a la seis de la mañana nos lanzamos a la conquista de la ciudad, con el primer objetivo de desayunar y luego disfrutar de un free-tour que Pancho había contratado desde Vigo. Tras un primer intento fallido en una cafetería que intentaron tomarnos el pelo, o eso nos pareció, encontramos otra más asequible y con un buen resultado, desayunamos muy bien. Tras un breve paseo por el parque Kennedy y visitar la iglesia y el ayuntamiento del distrito de Miraflores nos acercamos a cambiar dinero en una de las múltiples casas que se dedican y comenzamos el tour, una vez identificados los guías que nos llevaron al centro histórico en transporte colectivo: lo que ellos llaman metropolitano, un autobús que circula por un carril exclusivo y que es lo más parecido que yo he visto o imaginado a una lata de sardinas.
Una vez en el centro la visita es limitada, el día anterior disolvieron el parlamento y por momentos tuvieron dos presidentes, así que está literalmente tomado por la policía, con unas vallas de 2 metros de altura que impiden el paso de peatones y tráfico. El buen hacer de nuestro guía consigue que nos dejen pasar y poder acceder a la Plaza de Armas, que está totalmente vacía, con lo que pierde un cierto encanto. Paseamos por calles donde nos enseñan magníficos edificios coloniales, hoy museos o sedes de bancos, hasta que nos conducen a una cata de pisco, bebida nacional del país que se puede preparar de miles de maneras. Por cierto que en la visita habíamos pasado por la coctelería del hotel donde según nuestro informador se había inventado la forma más popular, el pisco sour.
Plaza de Armas. Lima |
Por la tarde seguimos callejeando por el centro o cercado como lo llaman, siempre bajo la atenta mirada de los policías, disfrutando de una cierta tranquilidad y yo personalmente de un cierto cansancio, la noche a bordo no había sido fácil. En estas circunstancias decidimos volver a subirnos al metropolitano, esta vez por cambiar el símil, como "piojo entre costura", y mientras nosotros nos retiramos al hotel El Tambo a descansar, Pancho y Elvira siguieron hasta el barrio bohemio limeño de Barranco para hacer una visita por su cuenta.
Regresaron al hotel tan cansados que ni ganas de cenar tenían y nos esperaba un cierto madrugón para coger el avión el día siguiente hacia Arequipa, así que se retiraron a sus habitaciones. Nosotros más descansados y arregladitos nos fuimos a cenar algo ligero a la misma cafetería que nos había atendido tan bien en el desayuno, y tras un breve paseo nocturno por Miraflores a descansar para la aventura del día siguiente.
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