sábado, 26 de octubre de 2019

Perú: Arequipa y cañón de Colca

Como estaba previsto, madrugamos para coger el vuelo a Arequipa, la segunda ciudad de Perú con poco más de un millón de habitantes, cuyo nombre proviene de tres interpretaciones distintas que me limito a transcribir y que cada uno se quede con la que quiera. La primera de origen inca y en quechua, Ari qhipay y que vendría a significar algo como "sí, quédaos", otra defendida por el inca Garcilaso en aimara, Ari qquepan, que vendría a ser algo como "trompeta sonora" y finalmente una tercera también en aimara, defendida por algún que otro historiador, Ari qhipaya, y que significaría "detrás del pico", en relación al volcán Misti, omnipresente desde cualquier punto de la ciudad.
"Torrezno peruano"
Bueno, en cualquier caso Arequipa es una ciudad con un casco histórico precioso, en torno a una espléndida Plaza de Armas, aunque hay que decir que acercándose desde el aeropuerto, uno tarda en descubrir esa belleza y por momentos pone en duda la veracidad de las guías. Lo importante es que la ciudad no defrauda pese a esas periferias tan caóticas.
Nos instalamos en nuestra casa  de los próximos dos días, y nunca mejor dicho porque nuestro hotel se llamaba Casa Andina de Arequipa. Antes de salir a buscar un lugar donde reponer fuerzas, mis compañeros de viaje se tomaron ya una infusión de coca para mitigar los efectos de la altura, aunque en este lugar la media solo es de 2.400 metros. Algo de vicio hay en estas bebidas, pues no solo no abandonaron esta costumbre en todo el viaje, sino que también se trajeron de vuelta un par de cajas de las mismas.
Siguiendo un poco las instrucciones de la guía que acompañaba al transporte desde el aeropuerto, después de visitar la Plaza de Armas, en un claustro cercano a uno de los vértices de la misma, descubrimos un lugar donde comer al más puro estilo arequipeño, la Benita. Así que sin pensarlo mucho nos instalamos y pedimos un menú para compartir de platos peruanos y de platos vegetarianos. Mentiría si dijese que no me dio una gran alegría un plato similar a los torreznos, que llaman chicharros de cerdo. Y estaban buenísimos. También comimos un plato de Causa, otro de Palta y no recuerdo que más, a parte de probar la Chicha Morá Arequipeña, que añadía a la típica un tiempo de fermentación. También estaba buenísima.
Plaza de Armas de noche. Arequipa
Después visitamos el claustro que en realidad son dos, en que se encuentra el restaurante, y pudimos apreciar las diferencias entre uno más austero y otro más recargado o más rico por decirlo de alguna manera. Desde allí nos dirigimos a la catedral en la plaza de Armas pues a partir de las 5 de la tarde pasa de ser un museo a una iglesia de culto, con lo que la entrada es libre, a no ser que vayas con pantalón corto como le pasó a Elvira, que tuvo que fabricarse una falda larga con su polar y con el de Pili. Fueron tales las risas que nos dimos, que casi no apreciamos la belleza del templo: en fin lo uno por lo otro.
Animados y risueños por la aventura localizamos una terraza en las inmediaciones de la plaza, y me refiero a terraza de terrado, desde la que se apreciaban unas espectaculares vistas de la puesta de sol en la ciudad. Allí tomamos unos pisco sour y otras mojitos en un ambientillo algo hippye, pero muy agradable, hasta que empezó a notarse la bajada de temperatura tras la puesta del sol y decidimos regresar al hotel. Un pequeño descanso, una infusión y un breve refrigerio fueron suficientes para mandarnos a la cama, descansar y prepararnos para una visita guiada el día siguiente.
Tan pronto nos habíamos retirado, que amanecimos también temprano así que decidimos, tras un buen desayuno ir por nuestra cuenta a dar una vuelta por la ciudad hasta que fuese la hora del tour contratado. Volvimos a la Plaza de Armas, pues estaba apenas a 10 minutos del hotel, si ibas poco a poco o si eras indeciso a la hora de cruzar calles, al margen del tráfico. Por aquello de haz lo que vieres, pronto nos adaptamos a cruzar las calles con cierto riesgo, pero no más del que corrían los nativos del lugar y esto nos permitió acortar el tiempo entre un lugar y otro.
Mercado de Arequipa
Fuimos a visitar en primer lugar el Mercado de Abastos, en el que nos quedamos con la zona de frutas por su colorido y por el especial cuidado en cada día colocan las mismas en una especie de escalinata a la que acceden por un pasillo entre estantes que dispone de una escalera pequeña. Pili, pensando que se nos acababa el tiempo en Perú, y llevábamos tres días contados, aprovechó para comprar algún regalo para sus amigas, que no fue otra cosa que bolsas de hoja de coca, perfectamente etiquetadas y con registro de sanidad incluido.
Para su "desgracia" al día siguiente uno de los guías le comunicó la prohibición de sacar hojas de coca del país y que seguramente tendríamos que dar alguna explicación en la aduana.
Cierto todo lo que le dijo, pues en el vuelo de regreso a Madrid, al parecer uno de esos conocidos como "vuelos calientes", tuvimos a los perros de la policía oliéndonos una y otra vez nuestras maletas, las de mano y las de facturar.
Después del mercado nos fuimos a callejear y visitar una de las primeras casas coloniales de la ciudad, la casa del Moral, en la actualidad sala de exposiciones, no sin antes pasar por la Iglesia de la Compañía, en la que se celebraba una fiesta muy colorida, con cintas y banderas lilas y blancas y que tienen que ver con el mes de octubre y alguna cofradía o algo por el estilo, ya que algunas de las feligresas iban vestidas íntegramente de ese color.
Con la mente llena de cultura, los pies algo cansados del paseo y el estómago con el desayuno olvidado nos dedicamos a buscar un lugar donde dar solución a nuestras tres circunstancias, y bien cierto que lo encontramos pues nuestra mente se pudo dedicar a consolidar lo visto, nuestros pies descansaron al sentarnos y nuestro estómago una vez estimulado por el olor a brasa del local y posteriormente saciado con unos magníficos sandwichs volvió a su trabajo de proporcionar energía a todo lo demás. Por cierto el local se llama La Lucha, y tiene diversas sucursales en otras ciudades, incluida Lima, que es donde en días posteriores volvimos a comer.
Convento de Santa Catalina.
Acudimos a nuestra Casa Andina, lugar en que habíamos sido citados para iniciar la visita programada al Convento de Santa Catalina. A la hora prevista acudimos al convento, que se trata de una especie de ciudadela rodeada por un muro de unos 4 metros de altura y que se encuentra justamente en el centro. Ocupa una superficie de más de 20.000 metros cuadrados y queda totalmente aislada del resto de las edificaciones de la ciudad por los referidos muros.
A través de una portada se accede al interior, donde a parte de las celdas de las monjas, se pueden ver rincones de gran belleza, como el patio del silencio, el claustro mayor, el claustro de los naranjos, la torre del campanario y la iglesia. Como casi siempre en estos complejos religiosos, hay una gran diferencia entre las celdas de las hermanas de origen noble y de origen plebeyo, o menos noble. En el caso de las últimas son habitáculos correctos, pero modestos y en general pintados de blanco, mientras que en las primeras disponen de gran superficie, están mejor decorados y equipados, incluido horno para cocinar y espacio para la sirvienta que acompañaba a la monja de linaje. La pintura de estas es de color azul, al parecer más caro, ya que necesitaba pigmentos y solo estaba al alcance de las pudientes. En la foto que adjunto del convento puede apreciarse una de las estancias de las monjas con mayor capacidad económica.
El Chicha by Gastón Acurio
Con las vistas desde la terraza de uno de los edificios, en que se puede ver prácticamente toda la ciudad, abandonamos la visita guiada y seguimos nuestra exploración particular encontrando rincones que no están en ninguna guía, pero que son especialmente bonitos. Y además puedes encontrar algún sitio en que te sirven un café expreso digno de la mejor cafetería italiana. Y si te animas a comprar en alguna joyería un recuerdo para tus amigos o familiares, hasta te dan unos vales canjeables en un pequeño establecimiento por unos pisco sour, que están buenísimos. Siempre que el gasto realizado sea el suficiente como para no hundir el negocio. Lo digo por animar al posible viajero que lea esto, a callejear por los aledaños de la Plaza de Armas.
Poco a poco fue cayendo la tarde y llegó la hora de cenar. A mí, me hacía especial ilusión cenar en uno de los restaurantes del chef Gastón Acurio, así que Pancho había reservado mesa en el Chicha.
Yo tenía ganas de probar un ceviche, tan ensalzado en nuestro país cuando se habla de cocina peruana, así que aprovechamos un sitio de garantía como el que habíamos elegido para el evento. La verdad es que la experiencia fue magnífica, comí uno de corvina y aproveche para probar el de langostinos que había pedido Pili, con los mismos resultados: buenísimo. Eso no quitó que los otros platos no estuviesen buenos, sobre todo una "causa" con gambas y un lomo saltado, que también probé, porque lo cierto es que hicimos un menú de "degustación a nuestro aire", o sea que de lo que pedimos todos probamos de todo, incluido un buen vino del valle de Ita, creo, que es la zona vinícola del Perú.
Nos retiramos a nuestros aposentos, contentos por haber incluido la ciudad de Arequipa en la ruta del viaje, y nos preparamos para la siguiente etapa del mismo: El Cañón de Colca.
A la hora prevista, vinieron a recogernos al hotel para salir con destino a Chivay, en pleno cañón y lugar elegido por la agencia para pasar la noche. Los primeros kilómetros de camino se hacen largos, entre otras cosas, porque salir de Arequipa no es fácil, no tiene una vía rápida y tienes que tragarte todo el centro y toda la periferia por calles estrechas y bastante congestionadas por el tráfico diario de una ciudad de esas dimensiones. Alguno aprovechó para hacer "una cabezadita".
Camélidos en la zona de los volcanes
Pasado un buen tramo iniciamos el recorrido por el cañón con una primera parada en el mirador de los volcanes, donde ya nos avisa el guía de que dispondremos de una infusión de coca, que nos ayudará a sobrellevar las complicaciones de la altura en las próximas visitas. Lo cierto es que todos los compañeros de viaje aprovechan para hacerlo, pero un servidor por aquello de la hipertensión que tiene desde hace años y a recomendación del entendido, se abstiene y piensa que no será para tanto. Pues eso, que la parada primera todo va bien, pero en la segunda, cuando bajamos del autocar la sensación de cierto mareo, de que el suelo se mueve bajo tus pies y una cierta sensación de falta de oxigeno es más que patente, aunque creo que para todos, los consumidores y los abstinentes. Es lógico estamos a una altura aproximada de 4.900 metros sobre el nivel del mar, la más elevada de todas las previstas en el viaje. Pese a todo, el paisaje con el volcán de Sabancaya de 5.976 metros al fondo es espectacular y a pesar del mareo, el fresco de la altura que estamos te despeja y te deja disfrutar de las vistas.
Después de alguna parada más para seguir disfrutando de los volcanes, llegamos a Yanque, creo, donde disfrutamos de una comida estilo peruano en forma de buffet libre. Tras unos cafés y unos estiramientos que buena falta nos hacían, continuamos camino hacia Chivay y desde allí en un taxi a un hotel en forma de pueblecito andino maravilloso, pero escondido entre los valles hasta el punto que parecía imposible encontrar algo allí. La verdad es que finalmente estuvo muy bien y Pancho y Elvira incluso pudieron darse un baño en unas termas al costado del hotelito. Son valientes, porque calor, mucho no hacía...
Terrazas del Cañón del Colca
Tras el correspondiente madrugón, el día siguiente iniciamos el camino que nos llevaría a la próxima meta de nuestro particular maratón en Puno. El viaje se prometía largo, aunque eso sí estaba salpicado de paradas para poder seguir disfrutando de los paisajes que el cañón ofrece al visitante.
Una de las más concurridas, supongo que por la espectacularidad de la fauna fue la cruz del cóndor, donde pudimos apreciar la majestuosidad de estos animales, igual a la hora de volar que a la de aterrizar en las zonas rocosas de las montañas que envuelven el paraje.
No obstante, a pesar de lo dicho a mí personalmente lo que me pareció más espectacular son las terrazas de cultivo agrícola que acompañan al río Colca en gran parte de su recorrido, entre otras cosas por la precisión con que están hechas y por el pensamiento de la dificultad de sembrar y cosechar cualquier tipo de especie en ese terreno. A nuestros acompañantes, Pancho y Elvira seguro que les recordó la Ribeira Sacra, un espacio similar salvando las distancias donde cultivan un excelente vino, recolectado con sistemas tradicionales y elaborado con gran pulcritud. A mí, me lo recordó.
Una comida bufet, alguna parada más, como el pueblecito de Maca y quizá demasiados kilómetros después y superada una zona de gran belleza paisajística llamada Lagunilla, llegamos a Puno, donde nos recibió una fiesta de no sé bien qué, pero que eran comparsas de diversas zonas ataviadas con trajes típicos que cantaban alegremente por las calles, cada una a su bola. Colorido y entretenido sí lo era.
Una pizza de tamaño intermedio para los chicos y otra pequeña para las chicas y al hotel, que había que descansar para la excursión del próximo día y que nos depararía sorpresas que explicaré en la próxima entrada.

1 comentario:

  1. excelente, tenemos de todo en nuestro maravilloso país, desde ciudades con hermosos paisajes para disfrutar, hasta las mejores comidas para degustar en nuestros viajes, y además ni se diga de los hospedajes que tambien tenemos en cada ciudad para seguir disfrutando de muestro viaje, lo leí en este blog cabanasenelquisco.com

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