Con un madrugón considerable aparecimos en Córdoba sobre las 8:30 de la mañana y nos dirigimos al hotel con la sana intención de dejar el equipaje en la consigna hasta que pudiésemos hacer el ingreso en el mismo. Para nuestra sorpresa la amable recepcionista nos comunicó que había habitaciones ya disponibles, así que pudimos instalarnos a primera hora y acabada esta tarea dirigirnos al punto de inicio de la visita, no sin antes reponer fuerzas en una cercana cafetería, pues el desayuno en el hotel de Granada fue una pequeña pasta y algunos un café.
En la espera vimos como se iban formando varios grupos en torno a los guías, y Martín rezando para que nos tocase uno de ellos más "gordito", pues pensaba que iríamos más tranquilos y no nos haría caminar tanto. Hasta el punto que se lo comentó, pero para nuestra decepción el referido hacía su tour en inglés y nos tocó unos de los más altos y atléticos del grupo. Qué se va a hacer.
El Zoco |
Empezamos bajando por el barrio de la judería y pasando por las estrechas callejuelas fuimos a dar con una de las mezquitas más pequeñas y que todavía se conserva en activo, como lugar de cultos y rezos de sus fieles. Luego el recorrido va pasando por diversas calles más o menos amplias y vamos parando por los rincones de la ciudad antigua con espacios privilegiados por su belleza y localización como el Zoco Municipal.
También nos vamos adentrando en plazas más menos grandes en las que se rinde homenaje a los muchos cordobeses ilustres, que desde los inicios hasta la fecha habitaron por estos lares.
Así descubrimos en el paseo la estatua dedicada a Averroes, médico y filósofo y relativamente cerca la del también entre otras cosas, médico y filosofo Maimónides. En otra zona descubrimos la del pensador Séneca, maestro y educador de algún emperador romano, que a la vista de lo sucedido poco aprendió del sabio cordobés sobre todo de su ética a prueba de bombas por decirlo de alguna manera. Siguiendo por nuestro camino fuimos descubriendo las iglesias denominadas fernandinas, por haber sido mandadas erigir por Fernando III el Santo, la mayoría de ellas sobre las antiguas mezquitas, y que ejercían de lugar de culto y a la vez de lo que ahora serían los distritos municipales. Creo que llegaron a haber hasta 12 de estos templos.
Siguiendo el recorrido también encontramos la casa natal de Luis de Góngora, poeta y dramaturgo del Siglo de Oro español, oponente permanente de Francisco de Quevedo. También pasamos por un busto del ilustre torero cordobés Manuel Rodriguez "Manolete" y dejamos para el día siguiente la visita al museo de otro ilustre: Julio Romero de Torres.
La Mezquita-Catedral |
Paseando con nuestro guía llegamos al Puente Romano, que da la impresión de estar magníficamente restaurado o al menos no lo recuerdo tan impactante de la última vez que visité la ciudad. Recorrimos el exterior del Alcázar de los Reyes Cristianos, otra de las maravillas de la ciudad, para acabar el circuito en el patio de los naranjos de la Mezquita-Catedral, y dejar su visita al interior para la tarde.
Antes de ello fuimos a comer a un clásico cada vez que vamos a Córdoba, a Casa Rafaé. No sé si es que me hago mayor pero me parecieron los platos excesivos en cantidad, eso sí manteniendo la calidad de siempre. Comí cogollos fritos con ajillo, no los pude acabar, y un flamenquin que acabé por vergüenza torera. Eso sí, ni postre ni nada parecido, un café y a reposar el ágape al hotel, que igual que en nuestro anterior destino estaba en el centro histórico de la ciudad o a pocos minutos para ser precisos.
Nos dirigimos después directamente a la Mezquita-Catedral, donde la verdad es que no había demasiada gente, el preludio de lo que vendría después se empezaba a notar, como bien nos dijeron en el restaurante. A estas alturas hablar o explicar cosas de la mezquita es un atrevimiento, porque no queda ni un solo halago que no se haya dicho ya, ni un solo detalle que no se haya comentado ya. No obstante, siempre encuentras un rincón que no es que no hubieses visto, sino que simplemente en su momento no te percataste de su belleza. Lo cierto es que ver obras de arte como es el caso, a veces dependen del estado de ánimo y la perspectiva personal de cada momento, así que pudimos disfrutar cada uno a nuestra manera del monumento. Y la recomendación desde aquí no puede ser otra que hay que ir a Córdoba y a la Mezquita. Cuando se pueda, pero al menos una vez en la vida.
Volviendo de nuevo al Puente Romano desde donde se ve una de las múltiples columnas que sostienen la imagen del arcángel San Rafael, protector y custodio de la ciudad, llegamos a la entrada del Alcázar de los Reyes Cristianos. Por cierto que creo que el patrón de Córdoba es San Acisclo.
En este Alcázar, a parte de los palacios, que poco se conservan en la actualidad, lo realmente impresionante son los jardines, en los que pasear con la temperatura que hacía por aquellos pasillos rodeados de agua y vegetación es una auténtica delicia. Como pasaba en La Alhambra el tiempo se va volando pues quedas ensimismado viendo la perfección y la pulcritud con que están cortados los setos que rodean los paseos. Las fuentes, no demasiadas, también están impecables y las flores que están recién plantadas empiezan a dar una visión de conjunto espectacular. Resumiendo que ya que está tan cerca de la Mezquita no conviene perdérselo bajo ningún concepto.
Después de semejante atracón de belleza, nos apetecía comer alguna cosa antes de ir a descansar al hotel. Primero pensamos en las Tendillas, plaza que Martín recordaba de cuando estuvo en "la mili", como el lugar donde había cabinas de teléfonos desde las que llamaba a Margarita y donde según él, gastaba todo su presupuesto. Ni para una cerveza le quedaba... Eso dice.
Yo hice la sugerencia de caminar solo un poquito más para ir a tomar algo a la Plaza de la Corredera en la que recordaba de otros viajes haber tomado vermú en los establecimiento que hay bajo los soportales y que ponen sus mesa en medio de la plaza. Aún recuerdo un día en que atravesaba la plaza en diagonal el último califa, y la admiración que todo el personal allí presente le profesaba. Era Julio Anguita, en pensamiento de muchos de sus convecinos el mejor alcalde que ha tenido la ciudad.
Como los chicos son obedientes, optaron por aceptar mis sugerencias y paramos a cenar allí, con buen ojo, pues entre lo difícil que es adivinar a que bar corresponde cada mesa y cual es el camarero aterrizamos en uno italiano. Lo cierto es que sólo de nombre pues las viandas, patatas bravas, montaditos de queso azul y otros de jamón con huevo frito no son los más típicos del país transalpino.
Antes de ello fuimos a comer a un clásico cada vez que vamos a Córdoba, a Casa Rafaé. No sé si es que me hago mayor pero me parecieron los platos excesivos en cantidad, eso sí manteniendo la calidad de siempre. Comí cogollos fritos con ajillo, no los pude acabar, y un flamenquin que acabé por vergüenza torera. Eso sí, ni postre ni nada parecido, un café y a reposar el ágape al hotel, que igual que en nuestro anterior destino estaba en el centro histórico de la ciudad o a pocos minutos para ser precisos.
Nos dirigimos después directamente a la Mezquita-Catedral, donde la verdad es que no había demasiada gente, el preludio de lo que vendría después se empezaba a notar, como bien nos dijeron en el restaurante. A estas alturas hablar o explicar cosas de la mezquita es un atrevimiento, porque no queda ni un solo halago que no se haya dicho ya, ni un solo detalle que no se haya comentado ya. No obstante, siempre encuentras un rincón que no es que no hubieses visto, sino que simplemente en su momento no te percataste de su belleza. Lo cierto es que ver obras de arte como es el caso, a veces dependen del estado de ánimo y la perspectiva personal de cada momento, así que pudimos disfrutar cada uno a nuestra manera del monumento. Y la recomendación desde aquí no puede ser otra que hay que ir a Córdoba y a la Mezquita. Cuando se pueda, pero al menos una vez en la vida.
Alcázar de los Reyes Cristianos |
En este Alcázar, a parte de los palacios, que poco se conservan en la actualidad, lo realmente impresionante son los jardines, en los que pasear con la temperatura que hacía por aquellos pasillos rodeados de agua y vegetación es una auténtica delicia. Como pasaba en La Alhambra el tiempo se va volando pues quedas ensimismado viendo la perfección y la pulcritud con que están cortados los setos que rodean los paseos. Las fuentes, no demasiadas, también están impecables y las flores que están recién plantadas empiezan a dar una visión de conjunto espectacular. Resumiendo que ya que está tan cerca de la Mezquita no conviene perdérselo bajo ningún concepto.
Después de semejante atracón de belleza, nos apetecía comer alguna cosa antes de ir a descansar al hotel. Primero pensamos en las Tendillas, plaza que Martín recordaba de cuando estuvo en "la mili", como el lugar donde había cabinas de teléfonos desde las que llamaba a Margarita y donde según él, gastaba todo su presupuesto. Ni para una cerveza le quedaba... Eso dice.
Yo hice la sugerencia de caminar solo un poquito más para ir a tomar algo a la Plaza de la Corredera en la que recordaba de otros viajes haber tomado vermú en los establecimiento que hay bajo los soportales y que ponen sus mesa en medio de la plaza. Aún recuerdo un día en que atravesaba la plaza en diagonal el último califa, y la admiración que todo el personal allí presente le profesaba. Era Julio Anguita, en pensamiento de muchos de sus convecinos el mejor alcalde que ha tenido la ciudad.
Plaza de la Corredera |
Acabadas las operaciones, las chicas se fueron al hotel, estaban cansadas, lo de los pasos seguía siendo una realidad y los hombres nos fuimos a tomar un café delante del Ayuntamiento y de vuelta a casita.
Nos levantamos temprano, desayunamos en el hotel y tras dejar las maletas en la consigna nos lanzamos a las tres ocupaciones que teníamos previstas para esta mañana. Visitamos el museo de Bellas Artes y el de Julio Romero de Torres, la verdad con poco público, y después nos acercamos paseando a la plaza donde se encuentra el Cristo de los Faroles.
Los nervios se empezaban a apoderar del personal, pues cuando tienes que coger un tren toda precaución es poca. Comimos cerca del hotel en un restaurante en el que daban unas raciones espectaculares como el día anterior. Por cierto que por no irnos de Córdoba sin probarlo, Martín y un servidor nos "trincamos" una ración de rabo de toro de la solo dejamos los huesos bien raídos.
Al hotel a buscar las maletas, a la estación del AVE donde tuvimos que caminar lo que no está escrito para llegar a la posición en que paraba nuestro vagón... casi llegamos a Sevilla sin subirnos. Fin de la estancia en Córdoba y destino hacia la última de las capitales andaluzas que íbamos a visitar en este circuito de vacaciones.
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