martes, 26 de septiembre de 2017

Las pensiones de "El Tubo" de Zaragoza



Este año he comenzado con buen pie el curso de Grmania, que es un grupo excursionista con sede en la red, al que pertenecemos una cincuentena larga de socios y simpatizantes, y que cada año nos proponemos una parte de un GR para hacer en etapas de mayor o menor distancia en función de su orografía. Por abreviar, este año hacemos el GR-3 y la primera etapa es de Vallbona de les Monjes  a Tárrega.
Así que en el autocar que nos desplaza a la salida de la etapa y nos recoge a la llegada, empezamos una conversación en el grupo trasero del mismo, territorio exclusivo de los más traviesos, que nos trasladó al hilo de las manifestaciones actuales relacionadas con "el procés" a la época de la universidad de buena parte del grupo (casi todos tenemos una edad parecida).
Pensión en el Tubo
Me vino a la mente en aquel momento la pensión en la que pase el último año de estudios en Zaragoza, situada concretamente en una de las zonas "canallas" de la ciudad: El Tubo.
Había muchas y variadas pensiones en la zona, unas más grandes, otras de más categoria y otras más caras o más baratas. La que yo estuve era de estas últimas, ya que después de mi paso por colegio mayor y piso de estudiantes y que ya habían pasado cinco años de la aventura universitaria, la economía familiar se había resentido pues se había sumado el tener que hacer frente también a los estudios de mi hermana.
La estructura de la misma, supongo que se correspondía bastante con las otras que existían en la zona: Tenía una capacidad para 20-25 huéspedes que era como se llamaban en la época a los clientes, y estaba dividida en tres pisos: dos de habitaciones y uno de servicios: comedor, cocina y sala de estar. Como que en El Tubo todo esta cerca, disponíamos a tocar de mano todo tipo de establecimientos: bares, restaurantes, tiendas de discos, ultramarinos y sobre todo un local muy especial, que tras pasar un tiempo cerrado, ha vuelto a abrir: El Plata. No he estado en esta nueva aventura del negocio. En breve pienso ir.
En mi epoca era el último café-cantante que quedaba en Europa, en palabras de la ilustre actriz Liza Minelli si hacemos caso a las noticias que circularon entonces. En cualquier caso, café sí que servían y cantar también cantaban. Tenía un escenario que desde la entrada del local cuyas paredes y columnas rebozadas de mini-baldosas de espejo, le daban aspecto de ser de plata,  parecía un cuadro colgado de la pared. En él se disponían apretujados un saxofonista, un pianista, un batería y la cantante-vedette.
Los estudiantes de aquel tiempo, como los de todos los tiempos creo, íbamos más que justos de dineros, así que con una cierta habilidad y a base de ir muchas veces y que ya nos conocían, habíamos conseguido tomar el café en El Plata a precio de bar normal. Los parroquianos que acudían de otras zonas de la ciudad o de los pueblos cercanos pagaban a precio de cabaret.
Una calle del Tubo
Viene a cuento de una anécdota, derivada de este conocimiento, que nos permitía además de las ventajas económicas tener conversaciones con los artistas del local con los departíamos antes de que empezase "el pase", uno por la tarde después de comer y los otros por la noche. Y una de estas tertulias la tuvimos con una de las cantantes-vedettes del momento: Mary de Lis, creo recordar, aunque no me atrevo a asegurarlo. En el grupo había varios estudiantes de medicina y una de las charlas derivó a la donación de cuerpos a la ciencia, momento en que nos comunicó la artista que ella había dado las medidas de su cuerpo serrano a una empresa americana para que pudieran fabricar muñecas hinchables con sus proporciones... Verdad o cuento, la anécdota me parece deliciosa.
Entrando en lo que era la pensión, la regentaba una señora viuda de extracción rural, que tras el fallecimiento de su esposo de manera prematura, había vendido las tierras e invertido en una pensión en la capital. Como empleados disponía de dos hijas solteras que le ayudaban en las tareas más benignas del negocio, dejando para una chica de etnia gitana las tareas más duras del mismo (básicamente limpieza).
Tenía además dos hijos, uno de ellos casado y con hijos que de tanto en tanto pasaba de visita con su familia, y otro soltero un poco "balarrasa" que si he de hacer caso a lo que nos explicaba la viuda solo se acercaba a meter mano en la caja del dinero, con el correspondiente perjuicio para las arcas de la empresa y de rebote para nuestra alimentación. A lo peor era la excusa para justificar la bajada de cantidad y calidad de la comida en los últimos días de cada mes, aunque con lo que pagábamos igual la falta de liquidez era una triste realidad.
Los huéspedes éramos de lo más variopinto: el grupo de los estudiantes, en el que destacaba uno de económicas que hoy debe ser un potentado: en aquel momento tenía un "850" de color marrón con el que cada final de semana iba al puerto de Barcelona, donde compraba licores, básicamente ginebra, y condones, que luego revendía en bares y locales de la zona.
Después había el de los banqueros, bueno empleados de banca para afinar, entre los que destacaban uno de Palencia, que iba descalzo por la calle, en cuanto salía del banco y otro de Valencia, de ideología bastante "facha", que cuando salía de "marcha" volvía a la pensión tirando petardos y gritando por las escaleras: "Socorro!!! los "rojos" me persiguen y me quieren matar..." De milagro se libró de un buen tortazo de otro de los huéspedes, que era trabajador de la construcción y madrugaba más que ninguno.
Una actuación en El Plata
Luego estaba el grupo de los variopintos: Una señora mayor, que se decía que era una "Madame" que tenía dos locales de dudosa reputación en la zona. Un banderillero retirado y arruinado que las malas lenguas decían que le hacía favores a la viuda a cambio de la comida. Lo que no sé es como ponía las banderillas a los toros: era realmente bajito, no sé si llegaba al metro y medio. Un director de una empresa, que cobraba por "larga enfermedad", no tenía familia y vivía permanentemente en la pensión. Apenas se comunicaba y estaba encerrado en su mundo: posiblemente su enfermedad era mental.
Y finalmente un grupo de difícil catalogación: eran los temporales, trabajadores de la construcción que estaban mientras duraba la obra, soldados de reemplazo que dormían en las camas que dejaban libres los estudiantes los fines de semana (había que optimizar los recursos en pro del negocio), algunos actores figurantes de las obras de teatro que se hacían en la ciudad y en general, todo aquel que necesitaba una cama, cuando ésta estaba disponible en el establecimiento.
Muchas son las historias y las aventuras que pasamos, disfrutamos y hasta sufrimos en aquella pensión y que contaré en otra entrada, por las razones ya conocidas por los que siguen este blog: no he de hacerlas muy largas.

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