martes, 30 de noviembre de 2021

Irati 2021: 140 años. Día Dos: Embalse de Irabia y Cascada del Cubo

Nos levantamos a la hora prevista y pasamos a desayunar en el primer turno, un magnífico bufé dulce y salado con zumos naturales y café con o sin leche, antes de recoger los bocadillos que serían nuestra comida campestre una vez finalizada la excursión prevista para este día. Luego accedimos al aparcamiento al aire libre de Izalzu donde habíamos dejado los coches la noche pasada para acercarnos a las Casas de Irati, inicio del camino. Casi diez minutos tardamos en salir, la helada de la noche había sido potente y los cristales y resto de las carrocerías de los automóviles estaban totalmente cubiertos de una capa de hielo.

Una vez en marcha nos dirigimos a la vecina Ochagavia, lugar donde se debe tomar el desvío por la carretera de Abodi para dirigirnos al inicio de nuestra pequeña aventura. Ochagavía a parte de ser el lugar de destino para todas nuestras cenas durante esta visita, es el pueblo natal de mi amigo Mariano Sagardoy con quien compartí seis años en el Seminario de Huesca, hasta que nuestros caminos se separaron, el se fue a la Escuela de Profesores de Enseñanza (La Normal, se llamaba entonces en Huesca) y yo a la Facultad a Zaragoza. A parte de los estudios, compartíamos el hecho de haber nacido el mismo día del mismo mes del mismo año. Desafortunadamente y demasiado pronto nos dejó hace 11 años.

Mirador de Tapla

Una vez en la carretera de Abodi y tras atravesar una primera tanda de hayedos por un camino bien asfaltado, aunque estrecho y con muchas curvas, aparecimos como por arte de magia en un paraje totalmente desarbolado, como un prado inmenso, desde el que se podía apreciar un magnífico paisaje de los bosques por los que habíamos transitado así como un perfil precioso de la cadena pirenaica con sus cimas y sus valles. Se trataba del Mirador de Tapla. Allí hicimos unas fotos y estiramos las piernas, aunque mucha falta no hacía: llevábamos 20 minutos de viaje.

Reconfortados con las vistas subimos a los transportes y de nuevo nos introducimos en un hayedo, quizá más espeso que el primer tramo y con la carretera de las mismas características anteriores hasta que llegamos al aparcamiento de la zona que se conoce como las casas de Irati. Sin perder demasiado tiempo, excepto el necesario para adecuar nuestros vestidos y calzados, además de bastones y mochilas para el recorrido previsto nos dirigimos hacia una zona de picnic, que ya entonces decidimos que sería nuestra zona de reponer fuerzas una vez acabado el camino.

El camino hacia el embalse de Irabia se inicia por la orilla del río Irati, por una pista de montaña de fácil caminar y con un buen piso pese a la humedad perpetua que parece que reina en el lugar. Pero solo es un espejismo, en nada la ruta se sale de la senda principal y empieza un camino, no muy escarpado pero sí con barro y hojas caídas, magnífico sistema para resbalar y darse un buen "culazo". En estas circunstancias, Pili no lo ve claro y solicita compañía para hacer la ruta por la pista principal, que según todos los datos disponibles acaba en el mismo lugar que la más escarpada. 

Hayedo en las Casas de Irati

En ese momento, obviamente yo me iba a ofrecer para hacer de acompañante, pero antes de que pueda pronunciar palabra es Miquel quien se postula para la tarea, así que sin mucha más discusión, ambos inician la ruta juntos por la zona menos arisca y el resto, resbalones mediante, aunque sin caídas, la hacemos por la zona más aguerrida. Reconozco que todo es un poco exagerado en las diferencias que cuento.

La ruta, o sea la de la mayoría (6 a 2) va transcurriendo por dentro del hayedo y de algunas otras especies que desconozco y que van dando distintos colores a las vistas desde el interior y que en algunos momentos del camino, al aparecer claros en el bosque se pueden apreciar mucho mejor. La humedad y el frío no son especialmente intensos como se podía prever a la salida y los rayos de sol que se introducen entre los árboles hacen el trayecto muy agradable y sinceramente de escasa dificultad. Ya nos va bien, pues a pesar de que gran parte del grupo mantiene un estado de forma excelente, ya no tenemos edad para grandes travesías. No hay que olvidar que estamos celebrando 140 años.

Una vez que salimos del hayedo, volvemos a la pista principal que ya deja ver el embalse de Irabia y donde en realidad la mayoría pensamos que era el punto de encuentro con los dos elementos desgajados del grupo. En espera de su llegada estuvimos bordeando el embalse justo hasta un puente que nos hubiese permitido pasar al otro lado del río de no estar destruido. Hay que decir que antes de llegar al puente, ya desde la caseta del guardia advertía a todo caminante que por allí pasaba que el citado puente se había caído. Lo cierto es que las fotos desde los márgenes del embalse eran espectaculares, pese a que algunos de los árboles ya habían perdido sus hojas y restaban cierto color a la policromía habitual en la zona solo unas semanas antes.

Embalse de Irabia

Visto lo visto y que no se podía apurar más el paseo por el borde, y que no aparecían nuestros dos compañeros, tras hacer la reflexión de que conociéndolos a los dos, cuando se hubiesen cansado habrían dado la vuelta y regresado al inicio, tomamos la misma decisión: retornar a la zona de picnic donde teníamos previsto comer los bocatas preparados por Mauri. Sin prisa pero a buen ritmo llegamos a la zona con la creencia de que allí estarían Pili y Miquel, seguramente comiéndose las viandas ya o esperando ansiosamente a que llegáramos nosotros para empezar.

Pero aquí empezaron las primeras dudas: ¿Donde estaban Pili y Miquel? No había ni rastro de ellos en la zona de encuentro. Miramos los coches por ver si se habían refugiado en ellos, y ni una pista de que hubiesen estado en los mismos. La cercanía de una ermita y un posible refugio cercano hizo que nos acercásemos allí, pensando que quizás se les hubiese ocurrido ir a verla, pero con el mismo resultado. Sin noticias de los dos elementos. A estas alturas queridas paredes ya habréis descubierto que no había ni asomo de cobertura en los móviles, así que las especulaciones al respecto iban de las más optimistas a las más pesimistas según el carácter de cada uno. En estas ocasiones las que suelen imponerse y no se bien porqué, son las fatalistas, así que nos dirigimos a la caseta del guarda que nos ofreció una solución inicialmente aceptable: Levantaría la valla de la pista y eso sí, con su todoterreno y acompañado de uno de nosotros, nos adentraríamos en el camino, en busca de la pareja.

Todo nos pareció correcto, justo hasta el momento en que el guarda se dirigió a su automóvil para iniciar la búsqueda, pues en aquel mismo instante aparecieron los dos amigos, haciendo gala de lo que en sus wahtsapps tienen  de estado "Fent Camins" Pili y "I go xino xanu" Miquel. Los dos felices y tranquilos y a paso caribeño en la creencia de que el resto íbamos detrás de ellos y en algún momento les daríamos alcance. El resumen de los dos "querubines" es que ellos no se han perdido, sino que hemos sido todos los demás los extravíados.

Cascada del Cubo
Después de diversos comentarios de todos los colores, en general con risas y buen humor, respecto a la aventura pasamos a dar cuenta de los bocadillos que nos habían preparado por la mañana en el hotel, al tiempo que se iba distendiendo el ambiente creado por la aventura y tras el breve reposo y descanso de la comida, nos pusimos en marcha para la segunda parte del camino programado.

El destino era relativamente corto, estaba bien señalizado y salvo los últimos metros la senda era buena, amplia y, aunque siempre con el riesgo de los resbalones por la humedad y la hojarasca caída, de fácil caminar. Pese a todo lo dicho, la primera premisa antes de iniciar el paseo hacia la Cascada del Cubo, fue ir todos juntos, sin que nadie abandonase el redil. Luego la bonanza del camino hizo que cada uno fuese a su ritmo y por tanto se hicieron dos o tres grupos en función de la marcha de cada cual, aunque eso sí, sin perder la visual entre los grupos.

Como digo, la ruta iba pegada al río Irati, aunque caminábamos en dirección opuesta a la de la mañana. Lo que a mi me sorprendió más de la ruta, no fue la propia cascada que no hay que desmerecer su belleza, sino el hecho que en las laderas del camino, muy empinadas, se ve prácticamente todas las raíces de los árboles que la rodean. Y se ven como si se tratase de troncos envueltos por una capa verde de musgo, que hace de protector de los mismos, dándoles un aspecto increíblemente vivo. Una vez llegados a la cascada y dejando constancia de nuestra estancia en las memorias de nuestros móviles y Rafael en su magnífico equipo de fotografía, deshicimos el camino y llegamos a los coches, y como ya iba cayendo la tarde-noche volvimos a nuestro hotel por la misma carretera que habíamos accedido por la mañana.
Cena en el Auñamendi en Ochagavía

Tras un breve reposo en el hotel, todos bien aseaditos, bajamos a la sala de estar del establecimiento y unos se tomaron un té, otros una cervecita, otros nada, y así dejamos pasar lo poco que quedaba de tarde, no sin los comentarios, ahora ya más jocosos de la aventura matutina de Pili y Miquel.

Habíamos reservado la cena, o mejor dicho la había reservado Mauri, en el restaurante Auñamendi de Ochagavía a las ocho y media, pero decidimos salir antes pues ya estábamos preparados y con el apetito ya hecho, no todos, y poco importaba si llegábamos antes. La curiosidad en este momento fue que nuestro encargado del hotel nos comunicó la conveniencia de ir a la hora reservada en punto, pues parece ser que a los del restaurante no les gustaba mucho que la gente llegase antes de tiempo. Costumbres que hay que respetar, sobre todo si las conoces.

Total, que llegamos a la hora y sin ningún tipo de problemas y con una camarera de la que no conseguimos saber su nacionalidad, excepto que debía ser sudamericana, con un buen ánimo y ganas de hacer bien las cosas nos sirvió una cena espectacular, al menos para el que escribe, que se puso entre pecho y espalda unas magníficas pochas con vegetales y pechugas de codorniz, y un buen filete de secreto ibérico al roquefort. El resto tampoco bajó el nivel, pues cualquiera de los platos que pidieron eran abundantes y excelentemente elaborados.

Acabada la cena, paseo hasta el aparcamiento de la Sidrería donde dejamos los coches cada día, regreso al hotel y a descansar que el día siguiente promete, más caminos, más aventuras, más comidas y seguramente más risas...

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