jueves, 2 de diciembre de 2021

Irati 2021: 140 años. Día Tres: Regato de Arrazola, Monte Azalegi y Fábrica de Armas de Orbaizeta.

Iniciamos nuestro tercer día de aventuras igual que el anterior, con un buen desayuno en el hotel, aunque esta vez no solicitamos los bocadillos, pues la noche anterior ya habíamos reservado donde comer ante la gran cantidad de sitios que nos dieron calabazas, básicamente por cierre de descanso o por tener ocupadas todas las plazas: El Pardix en Orbaizeta. Con esa certeza de tener la comida garantizada, salimos, previo deshielo de los coches, en dirección hacia Ochagavia para desde allí bajar por la carretera hasta Ezcaroz, bueno Paco hasta Oronz, que no quiso poner combustible el día anterior. 

Hayedo en Arrazola
Desde allí, pasando por Garayoa nos dirigimos hacia Aribe en que tomamos un desvío a mano derecha con dirección a Orbaizeta. Pasada la localidad seguimos en dirección a la Real Fábrica de Armas. A pocos kilómetros tomamos una pista algo más estrecha a mano derecha en dirección al embalse de Irabia. Unos metros más adelante del giro, pasadas dos importantes queserías y también a mano derecha encontramos el parking pegado al Regato de Arrazola, donde iniciamos la caminata del día.

Una vez pertrechados con todos los elementos imprescindibles en cualquier ruta (guantes, bastones, gorro y algo de líquido en las mochilas) nos introducimos en el hayedo-robledal que prácticamente tapa toda la luz del sol que entre unas cosas y otras ya luce en todo su esplendor.

Al inicio el camino es tranquilo, aunque se intuye que se complicará por varios motivos: el suelo que está tapado por la caída de las hojas, la humedad que la falta de rayos del sol hace más intensa y el agua del pequeño barranco al lado del cual circula el recorrido. Y de postre, el desnivel que tenemos que superar para llegar a la cima del Monte Azalegi, que no es demasiado, pero en las condiciones que refiero del piso, seguro que en algún momento se complica. Lo cierto es que como la previsión es de menos kilómetros que el día anterior nos animamos unos a otros y todo parece sencillo.

Entre el hayedo y el monte
Exactamente sencillo no lo fue, pues a los pocos minutos de andadura empiezan los resbalones que dejan al descubierto lo que la hojarasca esconde: barro. Extremando el cuidado pues nadie está para aguantar muchas lesiones que a la larga nos podrían perjudicar en nuestro quehacer diario, fuimos ascendiendo por unos parajes de gran belleza, aunque insisto, parando para disfrutarlos, excepto "algún fuguilla" que se desplaza a más velocidad y deja atrás al resto.

En un momento dado, como diría el añorado Johan,  siguiendo el sendero aparecemos igual que el día anterior en el mirador de Tapla, en una especie de prado inmenso desde el que podemos disfrutar del hayedo que acabamos de abandonar y de nuevo de la cadena pirenaica en todo su esplendor, que se agranda todavía más por el sol que luce a estas horas en la falda del monte Azalegi. 

En este momento el piso cubierto por un césped casi perfecto se convierte en una casi perfecta alfombra por la que caminar, sobre todo en comparación con el anterior. 

Tras un breve reposo para reponer algún líquido, hacemos las fotos de los excelentes paisajes, como siempre cada uno con su  teléfono móvil y Rafael con su magnífico equipo de fotografía, al tiempo que también aprovechamos algunos para limpiar las botas, con la esperanza de que ya se haya acabado el territorio dominado por los barros. Bendita ingenuidad.

Monte Azalegi
Empezamos la subida hacia la cima, donde al parecer se encontraba la Ermita de San Esteban a un ritmo especialmente bajo pues el camino se prestaba a hacer fotos y más fotos, al tiempo que podíamos también guardar en nuestras retinas las imágenes que se iban sucediendo y con una temperatura ideal para pasear, que era lo que estábamos haciendo más que caminar.

Pero, claro, como pasó en el hayedo también en el grupo hay "alguna fuguilla" y empezó a subir a su ritmo, y en pocos minutos nos sacó una distancia considerable. Por fortuna no era una carrera y el resto del grupo siguió a su paso, castigando a la díscola a tener que esperar a que llegásemos todos en la cima del monte Azalegi.

Como muestra de la veracidad de lo que cuento dejo una fotografía en la que si alguno de los sufridos lectores que se acercan a este espacio "clica" sobre ella y se fija en la parte superior derecha podrá comprobar lo que afirmo.

Una vez en la cima todos, buscamos la referida ermita de San Esteban, que a decir verdad se encuentra bastante escondida, supongo que por motivos estratégicos que seguramente están relacionados con guerras o invasiones pretéritas.

Y como no hay dos sin tres, esta vez el "fuguilla" fue nuestro fotógrafo oficial, aunque hay que decir que con la sana intención de hacer fotos desde encuadres fuera del sendero, a fin de poder captar mejor la belleza de los parajes por los que íbamos discurriendo el resto del grupo. La bajada se fue complicando un poco en el momento que empezamos a introducirnos de nuevo en el bosque y por las mismas causas: la humedad, algo menor, la hojarasca y el barro. Para qué limpiaría yo las botas...

Animales en libertad
Tras el paso por la zona de bosque llegamos a una zona de prado más abierta en la que en principio pudimos ver unas bonitas estampas de caballos paseando en completa libertad por el mismo, en una mañana que seguía siendo ideal para caminar. Luego el prado se iba encerrando hasta que llegamos de nuevo a un ensanchamiento en que con menos libertad por estar vallado reposaba al sol un buen grupo de vacas. El camino nos llevaba inexorablemente a tener que sortearlas como si de una carrera de obstáculos se tratase. Con más o menos reparos fuimos pasando todos, con más peligro según la leyenda popular los que íbamos vestidos de rojo. Lo dicho, leyenda.

Enseguida nos adentramos de nuevo en el hayedo-robredal de regreso al punto de partida con las mismas condiciones que a la hora de la mañana, cuando descubrí un par de cosas de interés no menor: la hora, no llegábamos a la reserva de la comida en tiempo y la nula cobertura telefónica que me impedía contactar con el restaurante para avisar nuestro retraso.

Esta es la razón, y no que yo tuviese envidia de los "fuguillas" anteriores, que me hizo lanzarme por el interior del bosque a una bajada imprudente, a toda velocidad que me daba el cuerpo para llegar cuanto antes al parking y llamar por teléfono al restaurante. En un tiempo prudencial y no exagerado llegó el resto del grupo y pusimos rumbo a Orbaizeta a reponer fuerzas.

Después del ágape y sin pérdida de tiempo nos dirigimos a la Real Fábrica de Armas y Municiones instalada en el mismo término municipal de Orbaizeta, a pocos kilómetros del núcleo urbano, creada en 1784 por orden del rey Carlos III, sobre una "ferrería" que en 1432 Blanca I de Navarra creó o autorizó su puesta en marcha para aprovechamiento de la riqueza de metales de la zona. Cerró su actividad en 1884 y en la actualidad goza del "triste" privilegio de estar incluida, tras haber sido declarada Bien de Interés Cultural, en la Lista Roja de patrimonio en peligro.

Fábrica de Armas
La intención era continuar desde allí a los Cromlechs de Azpegi, pero la nula eficacia del navegador donde no hay cobertura y la posible escasa habilidad nuestra para encontrar el camino, nos llevó a dar la vuelta y empezar el regreso a Izalzu, no sin antes pasar por Garralda a comprar un magnífico queso que alguna amiga nuestra nos había recomendado.

Tras las primeras indagaciones sobre el queso, ya se veía que aquello era un error, que quedó confirmado cuando un nativo del pueblo nos dijo que hacía décadas que allí no se fabricaba queso. Solo con ánimo de molestar llame a nuestra amiga, que se sorprendió mucho con la noticia, aunque me dejó claro que su recuerdo era de niña, cuando sus hermanos mayores iban a comprar queso a la localidad. Todo aclarado. Por cierto que aparte de la información del habitante del pueblo al respecto nos recomendó que si queríamos comprar quesos lo hiciésemos en Aribe en el "Carrefour", que era el mismo de las queserías de la zona, pero más barato. Bueno así son las cosas de nuestra sociedad actual, poco entendibles.

Con los quesos y algunas otras compras a cuestas regresamos al hotel en un viaje ya sin paradas, y tras los preceptivos aseos y cambios de ropa y de calzado nos dirigimos de nuevo a Ochagavía, esta vez a cenar al restaurante Orialde, donde no les importaba que llegásemos un poco antes de lo previsto. Como cada día las comidas fueron excelentes y abundantes: es el sello del valle. Yo cené unas migas de pastor con chistorra y huevo frito (media ración por cierto) y unos champiñones rellenos y gratinados con parmesano. Con esta cena, una vez llegados al hotel, encendí en la terraza del mismo un buen puro nicaragüense que pude saborear con toda la tranquilidad del mundo. Para no mentir un poco "jodido" de frío.

A la mañana siguiente fuimos cumpliendo las previsiones, desayuno, vuelta a Huesca donde tras un breve paseo por la ciudad, que lo cierto es que si no entras en los monumentos se ve pronto, comimos bien en un lugar ya conocido por parte de la expedición: El Martín Viejo. Tras una breve sobremesa, el grueso de la expedición regresó hacia Terrassa y Pili y un servidor al pueblo a ver a la familia.

Fin de los 140 años.

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