jueves, 3 de noviembre de 2022

Narbonne. Les Grands Buffets. Septiembre 2022

Cuando el año pasado nuestros hijos regalaron en el cumpleaños a su madre una comida o cena en Les Grands Buffets de Narbonne, no teníamos la percepción de lo que esto significaba en todos sus aspectos. De una parte acabó integrando la comida en sí y el viaje y visita a la ciudad francesa. Para ser justos, excelente idea y mejor regalo: la experiencia es única y repetible, pero con algún pequeño matiz.

Ayuntamiento y torre del obispo

El viaje decidimos hacerlo en tren, de alta velocidad en teoría, porque durante el trayecto español, sí es alta velocidad, en el francés diría que no tanto. Lo que también quedó claro es que en territorio patrio con mascarilla y en llegar a Francia, fuera la misma. Y a la vuelta al revés, sin mascarilla hasta llegar a La Junquera. Como si los virus entendiesen de legislaciones y de que la Unión Europea es unión pero menos.

El hotel, 4 estrellas rezaba en la entrada y a la hora de hacer la reserva, pero claro, in situ, todo cambia, la recepción regular, a partir de las 10 de la noche se van y tienes que buscarte la vida si necesitas algo, ni que sea una botella de agua. La habitación bien y el desayuno también, pero la sorpresa viene el segundo día, cuando algo indignados pero muy correctos reclamamos en la misma recepción que no nos habían hecho la cama. La respuesta es contundente: esto es un aparthotel y solo la hacen cada 5 días (???), cuando cambian la ropa de cama. Bueno no lo sabíamos, aunque algo intuíamos del funcionamiento visto el día anterior. Pero como el objetivo no era disfrutar del hotel sino de otros placeres más primarios, lo damos por bueno, nos hacemos nosotros las camas y a otra cosa mariposa.

El Arco de la Catedral

El día de la llegada, nos dedicamos después de comer de manera razonablemente buena en la plaza del ayuntamiento en Le Petit Moka, con servicio rápido y agradable así como una gran variedad de platos que facilita las cosas.

Después de comer empezamos a pasear por la zona de los alrededores, que incluía la torre del Obispo, la Catedral, a la que se accede por un arco y en la que destaca un bonito claustro, así como unas magníficas vidrieras que van ocupando todo el perímetro de la misma y que son de una gran belleza y complejidad.

También hay en el mismo complejo un precioso jardín adyacente a la misma Catedral, y ya en la plaza delante del ayuntamiento se conserva una parte de la calzada romana que por allí discurrió desde la época de los mismos. Han tenido una muy buena idea para hacer visible este monumento, pues está rodeado de una pequeña pared de piedra de escasos centímetros y por la noche esta iluminada de manera que se ven muy bien las piedras que componen la vía. También se puede acceder dentro del pequeño recinto que componen las paredes del monumento.

La Catedral

Una vez realizada la visita de esta zona más céntrica volvimos a nuestro hotel, que lo cierto es que estaba muy bien ubicado, a escasa distancia de la estación de ferrocarril y un poco más alejado pero también cerca de la plaza del ayuntamiento.

Tras un breve descanso en nuestra habitación volvimos a la carga a buscar un lugar en el que poder cenar, algo ligero, que tampoco hacía tanto que habíamos comido, así que en una de la riberas del Canal de Robine que atraviesa la ciudad, encontramos un sitio donde poder tomar un bikini, o un sandwich mixto o un croque-monsieur que es como lo llaman aquí. Todo y que a mí lo que me apetecía era un croque-madame, pero no tenían en el local. Lo cierto es que estaba muy bueno y eso fue suficiente para que pudiera calmar las ganas que yo tenía del huevo frito que adorna el croque-madame. Qué le vamos a hacer, no todo sale bien.

Después de un breve paseo por las mismas zonas que habíamos pasado por la mañana y de tomar un helado en el mismo paseo que habíamos cenado, nos dirigimos a nuestro hotel y a descansar, que mañana es el día D de la cena en Les Grands Buffets y antes hay que hacer una visita a la ciudad.

Empezamos la visita de manera autónoma guiándonos por lo que más o menos habíamos podido leer acerca de la ciudad y en algunos folletos turísticos de la zona. Empezamos por la Iglesia de San Sebastián, gótico flamígera del siglo XV, con un claustro  aceptable y que fue utilizada como capilla hasta la Revolución. De allí fuimos a L'Horreum, galerías romanas subterráneas bien conservadas pero que no pudimos acceder por encontrarse cerrado.

Luego fuimos paseando y una vez cruzado el canal a visitar Les Halles de Narbonne (el mercado), instaladas en un edificio singular tanto por la arquitectura exterior como por la resolución de sus espacios interiores. Saliendo del mismo nos dirigimos a ver Notre Dame de Lamourguier, la iglesia que queda de un antiguo priorato de Narbonne, que fue lapidario hasta 2018, en que se cerró definitivamente.

Quesos

Paseando por la zona llegamos al muelle de Dillon, en el canal de Robine, que es una rama del Canal du Midi, lugar donde se encuentra la pasarela entre las dos villas, una a cada lado del Canal. En esta misma zona se encuentra la esclusa que facilita la navegación de las embarcaciones por esta vía. Interesante en esta zona es el Puente de los Mercaderes (Pont des Marchands).

Viene a ser este puente un poco como el Ponte Vecchio de Florencia, ya que cuando lo atraviesas no tienes la sensación de estar haciéndolo pues es como una calle comercial llena establecimientos que no te dejan ver las aguas que atraviesa. Después de pasarlo en la dirección que quieras y alejándote por la orilla del canal puedes apreciar bien que se trata de un puente.

Después de este paseo, en medio del cual hicimos una parada reparadora para comer, poquita cosa y en hora bastante temprana incluso para los franceses, volvimos al hotel donde procedimos a cambiarnos de ropa con el fin de ofrecer un aspecto elegante en la cena que nos esperaba y que en parte era una de las razones de este viaje.

Tras no pocos intentos, el recepcionista del hotel, antes de marcharse nos consiguió un taxi, o un transporte, pues parecía más un amiguete suyo que hacía servicios "clandestinos" que un taxista en si. En cualquier caso no llevó y además concertamos que nos vendría a buscar a la salida del evento.

El lugar, Les Grands Buffets, desde fuera parece un pabellón deportivo o algo similar, en un espacio de gran superficie, con un aparcamiento inmenso, o sea, cualquier cosa menos glamurosa. Luego una vez que te vas acercando a la puerta de acceso parece mejorar algo, hasta el punto que pedimos que nos hiciesen una foto en la entrada.

Te reciben muy amablemente, comprueban tu reserva y te adjudican un camarero que será el que te acompañe a tu mesa y te explique de la mejor manera posible el funcionamiento del invento. Así pues, acomodados en nuestra mesa en uno de los cuatro comedores que dispone el establecimiento, procedemos a una primera incursión en lo que será nuestra cena.

Los mariscos

En mi opinión, es demasiado todo, no sabes donde acudir, todo te sorprende y todo es excesivo y ostentoso. Desde los pescados, mariscos en su mayoría: gambas, cigalas, bogavantes, centollos, etc. hasta las carnes, de todo tipo y de todas las presentaciones posibles: plancha, brasa, estofadas, al vapor, de cocción a baja temperatura y en forma de tartars. Jamones de ocho o diez denominaciones de origen y de diversas nacionalidades y embutidos y patés de diversas clases. Los postres son también inacabables, lo mismo que los quesos, el plato estrella, que son récord Guinness de variedades con más de cien distintas.

Procuramos comer del mayor número de cosas posibles, pero como comprendereis queridas paredes, es imposible llegar a un mínimo porcentaje de productos por lo dicho anteriormente. La calidad de las viandas también es excelente, hasta el punto, que un servidor cometió el "error" de repetir un foie, de lo bueno que estaba, cuando podía haber probado otros muchos.

La conclusión que sacamos con Pili, una vez terminada la cena y que nuestro "taxista particular" nos devolviese sanos y salvos al hotel, es que la experiencia fue excelente, la cena especial y que vale la pena el esfuerzo del viaje, e incluso que vale la pena repetirla. Eso sí, con alguna condición.

En principio sería casi ineludible hacer la experiencia a la hora de la comida y no de la cena, como fue nuestro caso. En segundo lugar, ganaría mucho hacerla en un grupo entre seis y ocho personas, la posibilidad de probar cosas aumentaría y probablemente también las risas, derivadas de los comentarios acerca del lugar y de las comidas.

Al día siguiente y previo al embarque en el tren de vuelta, nuevo paseo por la ciudad y el Puente de los Mercaderes, donde hicimos algunas compras como viene siendo habitual en todas nuestras escapadas. Llegada a casa y fin de la aventura, anterior al viaje a Turquía y Jordania, aunque mi organización mental me haya hecho publicar esta entrada después de las del viaje. 

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