domingo, 5 de febrero de 2017

... Y Tenerife IV

Ya no sé que expresión utilizar para el desayuno, pero la realidad es que fue igual que los días anteriores, "sin conocimiento". Así que enfilamos prácticamente la misma ruta que las jornadas previas hasta la salida de la autovía que indicaba "Teide". Desde allí recorrimos los mismos kilómetros que en el primer intento de días antes y a partir de allí una carretera aceptable con curvas, eso sí, y con unos paisajes, primero de bosques y a medida que nos íbamos acercando volcánicos y lunares.
Alrededores del Teide
Ya intuíamos que los dos días nublados anteriores habrían condensado las visitas hoy, con un sol radiante y un cielo totalmente despejado. Acertamos y las posibilidades de acceder con teleférico se esfumaron en el momento de llegada al aparcamiento que da entrada al mismo. Ni un solo hueco. Así que pasamos de largo buscando un espacio en los arcenes de la carretera, donde pudimos aparcar relativamente cerca.
Paseamos por los paisajes lunares que rodean la salida del teleférico, una vez pisando tierra de lava granulada gruesa de tonos oscuros, otras de tono más claro y con los granos de arena más pequeños que en algún momento recuerdan a la de algunas playas de la Costa Brava. Hicimos fotos del lugar desde un ángulo y desde otro y hasta nos sentamos un ratito a disfrutar del paisaje que ofrecía la montaña, en un día tan radiante de sol.
El programa de hoy nos ofrecía una comida con Carlos, nuestro amigo, que ya se había encargado de reservar. Así que sin entretenernos demasiado iniciamos la bajada con la intención de ir parando en los lugares ya adecuados para ello con la idea de volver a ver el majestuoso Teide desde otros ángulos de vista, así como los observatorios astronómicos, unos de los más importantes del mundo, debido a la nula contaminación lumínica, la altura del lugar y lo despejado de los cielos.
Panorámica desde un mirador
La verdad es que la contemplación de los parajes hace que el tiempo pase sin enterarse, y la cantidad existente de lugares que acaban dándote ángulos insospechados de la montaña y adyacentes, nos ayudaron de manera eficaz a llegar tarde a la hora de comer. Alguna de las fotos panorámicas que hicimos y que adjunto, creo que dan fe de lo que escribo.
Pues bien, Carlos si fue puntual y cuando nos acercábamos  al lugar de la cita ya lo vimos esperándonos. El restaurante, La Cuadra del Palmero, precioso lugar, rústico en decoración y con plantas exuberantes en el patio. La comida, nos dejamos aconsejar por el amigo, que nos recomendó una ensalada canaria y una carne "de fiesta" para picar, y finalmente que cada uno escogiese un plato.
Después de los cafés y los chupitos nos despedimos de Carlos, para él era día laborable y nosotros nos dirigimos hacia el hotel, para hacer una siesta reparadora y coger los últimos ánimos para terminar la visita a la isla.
La Cuadra del Palmero
Acabado el reposo, bajamos paseando como casi cada día por la calle del Pilar, hasta llegar a la zona más comercial donde están todas las tiendas, muchas debido a la globalización, las mismas que en cualquier ciudad de la península. Compramos los regalos y recuerdos para nuestra descendencia y después de dar una vuelta por el puerto, que hay que decir que estaba bastante solitario y hasta un poco tenebroso, nos dirigimos a nuestra cafetería de cabecera a cenar de manera bastante comedida, ya que son días los que llevamos castigando nuestro aparato digestivo.
Nos despedimos cordialmente del equipo que tan amablemente nos ha atendido en las cenas de estos días y nos retiramos a descansar, previa preparación del equipaje, ya que mañana, salimos temprano y habrá que madrugar, y nos quedan algunas obligaciones antes de subirnos al avión con destino a casa: check-out, devolver el coche, ... y desayunar!!!
Fin de las operaciones.



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