martes, 18 de mayo de 2021

Cuba 2007. La Habana, de momento. Segunda Parte

Madrugamos bastante con la sana intención de exprimir y aprovechar al máximo el día de visita en carruaje de caballo por toda la ciudad. Luego el ritmo caribeño, que ya nos empezaba a ser familiar en el desayuno, el olvido de la cámara de video en la habitación, encontrar al caballero y al caballo, etc, hizo que el madrugón quedase en una anécdota.

Pues una vez hechas las presentaciones con nuestro guía y conductor del carruaje, que nos comentó que en realidad él era maestro de escuela primaria, pero que la crisis permanente en que vivía la isla le había llevado a estos menesteres en los que de entrada se ganaba mejor la vida, aunque no obstante el régimen cubano era uno de los más justos y mejores del mundo. A medida que fue pasando el día y se estableció una cierta confianza entre nosotros, el régimen iba empeorando notablemente.

La Plaza de la Revolución
Arrancamos la visita dirigiéndonos a la plaza de la Revolución, una gran explanada en aquel momento desierta, solo un par o tres  de coco-taxis, con un par de turistas en cada uno y para de contar. La plaza está presidida por un monumento-museo de José Martí, del que encontraremos muchos y variados homenajes a lo largo de la visita. El paseo se hace agradable y con un ritmo aceptable teniendo en cuenta donde estamos. Nuestro maestro de escuela fuma un puro interminable y guía al animal con una sola palabra de ánimo, vaya a donde vaya: "Aallo", arrastrando de manera interminable la "a". Supongo que los giros los controla con las riendas. 

Luego vamos avanzando por diversas avenidas y calles amplias, hasta llegar cerca del Malecón, que recorrimos muy de pasada, para luego introducirnos ya en unas calles más estrechas entre las que podemos ver la casa natal de José Martí. A nuestras cuestiones acerca de la Bodeguita del Medio, ya nos empezaba a apetecer un mojito (es a lo que más rápido nos adaptamos en el viaje), nos comentó que el establecimiento está rodeado de un glamour turístico importante, pero que los mojitos buenos los servían en Two Brothers y que si nos apetecía pues mejor allí.

Los mojitos de Two Brothers
Nos dejamos aconsejar y nos presentamos en un santiamén en Dos Hermanos, aparcamos el carruaje en la plaza y procedimos a tomar el primer mojito de la mañana. A decir verdad y después de los que llegamos a tomar en todo el viaje, fueron los mejores. Escuchamos a un trío de músicos cantando la versión más caribeña de "Lagrimas Negras", que popularizaron magníficamente Bebo Valdés y Diego el Cigala, junto con otras canciones más populares cubanas y tras varias disquisiciones acerca de la música cubana con nuestro guía y conductor retornamos al carruaje para seguir nuestro recorrido.

Seguimos por unas calles más o menos amplias en las que pudimos apreciar antiguas mansiones, se supone que de antiguos potentados de la ciudad en los tiempos pre-revolucionarios y que en la actualidad son unas embajadas, otras consulados y algunas, oficinas de intereses diplomáticos. También las sedes de algunas corporaciones empresariales "capitalistas" incipientes se encuentran en la zona. Seguimos avanzando en nuestro recorrido hasta que vamos a dar con algo similar la embajada oficiosa de los USA, que se abrió en tiempos del presidente Jimmy Carter con el nombre de "oficina de intereses de EEUU". Lo cierto es que no duró mucho tiempo ese incipiente idilio entre los dos países. El accidente o "derribo" de un avión de Cubana de Aviación, achacable a los norteamericanos la cerró por completo.

Oficina de intereses de EEUU

Hoy en día, supongo que así sigue, se trata de un edificio de 6 ó 7 plantas que conserva su estructura, pero con un cartel de aquellos electrónicos, que va mandando mensajes a los cubanos de lo mal que están por culpa de su régimen y lo bueno que sería librarse definitivamente de los gobernantes que surgieron de su famosa revolución. Para evitar que esos mensajes lleguen a la población, el gobierno cubano decidió plantar tantas banderas negras como fallecidos hubo en el referido incidente aéreo, de manera que tapan la visibilidad de cualquier mensaje que se pueda enviar por el referido cartel electrónico.

Seguimos con nuestro viaje en carruaje hasta llegar a la Plaza de San Francisco, donde nos apeamos un rato para caminar por los alrededores de la misma, pequeñas calles peatonales, que van alternando edificios restaurados con otros ruinosos y donde pudimos apreciar algunas fiestas que estaban en marcha: eran las puestas de largo de las jovencitas de 16 años, que iban vestidas de gala con un fotógrafo que inmortalizaba el acontecimiento y acompañadas por todos sus familiares y amigos. No sabíamos ninguno de nosotros que esta costumbre estuviese tan enraizada y tan popularizada en La Habana como nos dijo nuestro guía y acompañante.

En la misma plaza nos hicimos unas fotos de rigor con la estatua del Caballero de París, famosa entre otras que honran a personajes sobresalientes de la ciudad. La verdad del Caballero es que era un gallego que llegó a principios del siglo XX a La Habana. Trabajó en diversas actividades, en una librería, con unos abogados, en algunos restaurantes, incluido el del hotel Sevilla, etc, hasta que sobre los 45 años se le "fue la cabeza" y empezó a deambular día y noche por la ciudad con una larga melena y una no menos larga y desaliñada barba. Vestía ademas un sombrero y una capa negra y pasaba horas y horas hablando y discutiendo con quien quería escucharle acerca de religión, política, cultura, filosofía y actualidad del país. Se hizo conocido y famoso y finalmente a su fallecimiento la ciudad le dedicó este monumento.

Estación de La Habana
Con la dosis de paseo y de cultura ya resuelta a estas horas, nuestra mente necesitaba alimento, que procuramos dárselo en un restaurante que nos recomendó nuestro conductor de carruaje, al que invitamos a compartir mesa con nosotros, cosa que aceptó un poco a regañadientes y tras no pocos intentos por nuestra parte. El lugar estaba cercano a la estación. Comimos los platos típicos, frijoles con arroz y luego una carne de ternera aceptable y además pudimos disfrutar de un magnífico vino del Somontano: Un Chardonnay de Enate. Con las ideas más claras retomamos la visita, pero ya con un relajamiento suficiente como para que el paseo pareciese más una siesta en el carruaje, a pesar del interés que nuestro amigo ponía en explicarnos cosas de la ciudad, desde la excelente arquitectura del cementerio, por el que nos paseó delante, hasta la reforma pendiente del paseo del Malecón, que en breve vería días de esplendor con su reconstrucción y adecuación de los edificios que están delante de él. No sé como habrá ido, pero no tengo muchas esperanzas que así haya sido. Había mucho trabajo y mucha inversión en esa tarea.

Regresamos al hotel, algo cansados a pesar de que la visita era en carruaje, y tras un breve receso en el hotel, primero en la habitación y luego en el bar del hall con el ya inseparable mojito y al ritmo del trío de músicos cubanos también inseparable en cada bar y en cada restaurante esperamos la hora de cenar algo. 

En el Floridita
La idea fue primero ir al Floridita, lugar también de paso y de copas del omnipresente Hemingway en la isla. Allí y también al ritmo de la música nos tomamos cada uno un par de daiquiris, o daiquirís como le gustaba llamarlo al amable camarero que nos atendió. Con Juan, nos fumamos dos espectaculares Vega Robaina, el mejor complemento para una tarde noche en el Floridita. Aún quedamos en el establecimiento uno de los días siguientes de la estancia a comer una paella, por cierto que para ser justos hay que decir que era bastante mejorable. Pero en aquellos momentos eso era secundario.

Al final, después de tanto mojito y tanto daiquiri, creo que volvimos al hotel, donde decidimos cenar, un pescado que desconozco y menos que me acuerdo pero que en opinión del jefe de sala del restaurante era el mejor que se podía comer en toda la isla. Luego en tono más confidencial nos comentó que se llevaban a su casa las raciones que sobraban del guiso y por eso podía decir que el pescado era excelente pues en anteriores ocasiones él se había llevado alguna de las raciones. Un poco lamentable la anécdota para terminar el día, pero así son las cosas: la isla tiene sus claroscuros y no sé si a veces más oscuros que claros...

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