Como estaba previsto a primera hora tomamos el avión desde Cuzco a Lima, donde habíamos decidido ir a comer con María y Carlos. María es una sobrina de Pili que se casó con un peruano y desde Tudela de Navarra se trasladó a Lima, donde vive desde hace 3-4 años aproximadamente. Como que su marido es limeño, les pedimos que se encargasen de reservar un restaurante, aunque de hecho les pedimos que fuese la Rosa Náutica, del que teníamos excelentes referencias de algunos amigos que habían viajado a Perú en años anteriores.
Con María y Carlos en la Rosa Náutica |
Así lo hicieron, cumpliendo nuestros deseos y además hicieron de taxistas, pues vinieron a recogernos a la puerta del hotel a los cuatro y nos llevaron hasta la misma puerta del restaurante. Una vez allí, ya nos dejamos aconsejar por ellos y por el encargado y la verdad es que el acierto fue total, pues elegimos unos entrantes a modo de pica-pica, en los que no podía faltar ni el ceviche de corvina, ni una causa de langostinos, aparte de otras cosas, y luego cada uno decidió un segundo plato. Yo comí un lomo saltado que estaba excelente y el resto, un cordero que también probé, muy bueno por cierto, un pato y una mariscada con muy buena pinta y que por la opinión de las chicas estaba muy buena y era excesiva en cuanto a la cantidad.
Luego paseamos por la zona, que es muy agradable para finalmente ir a pasear por Barranco, el barrio bohemio de la ciudad y que Pancho y Elvira ya habían recorrido el primer día de estancia en Lima. Lo cierto es que la zona, supongo que por ser domingo, estaba muy animada, con mucha gente visitándolo, no solo turistas sino también nativos del lugar. Los locales como se puede esperar son todos un tanto hippies, de acuerdo con los artistas que allí viven y que allí exponen sus obras. Lo más destacable son las obras de un famoso graffitero, Jade Rivera, creo que se llama, del que hay murales por toda la ciudad.
Las vistas del Pacífico desde una zona tan alta de la ciudad son espectaculares, y desde allí se puede apreciar el espigón donde está la Rosa Náutica, y la costa verde, creo que la llaman, donde hay gran número de aficionados al surf, un deporte de gran implantación en la ciudad.
En la plaza de Armas |
Acabado el paseo nos fuimos a la zona comercial y en concreto al centro que María nos recomendaba para hacer nuestras compras, solo para aprender donde estaba y echar un primer vistazo a las futuras compras del día siguiente. Finalmente y tras una frugal merienda en una cafetería cerca de nuestro hotel, ellos se volvieron a su casa y nosotros al hotel. Gracias a los dos desde aquí por la guía, el transporte y las enseñanzas. Fue un día muy interesante y entrañable.
A la hora prevista, la puntualidad sigue siendo exquisita, y tras recoger a otros turistas en sus respectivos hoteles, empezamos la visita guiada de Lima. Nos dirigimos directamente al cercado donde encontramos todavía algunas dificultades para acceder, supongo que los últimos coletazos de la crisis de gobierno que padece el país, aunque de la impresión de que está resuelta. Después de varios paseos, ahora a la izquierda, ahora a la derecha, pudimos acceder a la plaza de Armas, donde se encuentra la sede el gobierno, la del ayuntamiento, la catedral y algunos otros edificios públicos. Las explicaciones fueron similares a las del free-tour del primer día. Visitamos además el museo del chocolate y el museo del pisco, donde pudimos tomar el enésimo pisco sour.
Sin perder mucho tiempo nos dirigimos a la Basílica y Convento de San Francisco de Lima, aunque eso sí, pasando cerca de las ruinas de Huaca Pucllana, donde se puede apreciar un tipo característico de construcciones hechas con adobes de pequeño tamaño que conforman todo el perímetro de la construcción. Se trata de restos más o menos bien conservados de las culturas preincaicas, asentadas en la ciudad.
Claustro Convento San Francisco |
La Basílica y el convento son magníficos, destacando el claustro y la biblioteca, así como las catacumbas que ejercieron de cementerio hasta principios del siglo XIX. También destaca de manera singular los enterramientos de Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres, más conocido por Fray Escoba, al que se le atribuyen especiales dotes de mediación. Lo bien que nos iría a nosotros en estos momentos disponer de alguien que se acercase ni que fuera un mínimo al santo. Por si no lo sabías mis queridos muros, parece que fue capaz de dar de comer en el mismo plato y a la vez a un perro, un gato y un ratón. De todas maneras y sin ánimo de ofender a nadie, igual la inteligencia y la capacidad de crítica de los animalicos estaba por encima de la de algunos de nosotros, con lo que el problema no sería del mediador.
Después de visitar "a toque de pito" la basílica, seguimos la ruta por el centro de la ciudad para dirigirnos a uno de los museos privados más importantes de la ciudad: El Museo Larco. Se encuentra ubicado en una casa hacienda virreinal del siglo XVIII y recoge elementos precolombinos de más de 2.000 años de antigüedad.
Dispone de diversas salas y colecciones como la lítica, la de cerámicas, la de objetos metálicos, la de textil y una zona específica en la que se exponen todo tipo de objetos que tienen como denominador común, el erotismo en las épocas preincaica e incaica. Finalmente se accede a un jardín perfectamente cuidado con unos coloridos que recuerdan los tejidos de los incas.
Una vez finalizada la visita, de nuevo al autocar que nos devolvía a nuestro hotel, y como ya era hora de comer, nos fuimos hacia el parque Kennedy, y luego por la avenida Larco, llegamos al lugar que habíamos decidido. Se trataba de La Lucha, lugar que ya habíamos probado en Arequipa y que se trataba de una franquicia, supongo, de unos sandwiches hechos con un pan especial y que resultó estar tan bien como la anterior. Luego fuimos a tomar un café en la misma cafetería que habíamos desayunado el día de nuestra llegada y allí, Elvira convenció al camarero para que nos diese unas semillas de rocoto, pues un amigo suyo de Galicia se lo había encargado para tratar de cultivarlos él.
Una galería en el cercado de Lima |
Tras un breve descanso nos lanzamos a la zona de compras que María nos había recomendado y allí pasamos la tarde, más mirando que comprando, pues todos tenemos dudas de que llevarles a nuestros hijos. Al final algo compramos, pero dejamos para la mañana siguiente las últimas decisiones. O sea que fuimos tres veces al mismo mercado inca en dos días.
Como ya era hora de cenar nos fuimos a hacerlo a Don Belisario, otra franquicia, creo, pero en este caso de pollo, de todas las maneras posibles de cocinarlo, aunque también disponían de otros manjares. Pancho estaba por probarlo todo así que pidió un anticucho y me paso un trozo para que yo hiciese lo mismo y la verdad es que ni me lo acabé. Estaba demasiado fuerte y potente. Se trata de una especie de pincho moruno del que hay diversos tipos según la carne que utilicen, hecho a la brasa y muchas veces en paraditas de la calle. El nuestro era de trozos de corazón de vaca.
Nos fuimos a descansar pues al día siguiente tocaba volar a Madrid y luego desde allí a Barcelona con lo que se preveía algo de cansancio y convenía ir lo más descansados posible.
El vuelo no partía hasta las 19:00 horas, así que tuvimos tiempo de volver al mercado inca y de visitar un centro comercial, moderno como los de aquí: El Larcomar. Este señor Larco debió ser alguien importante, cuando me acuerde lo miraré en la wikipedia.
En Larcomar. Lima |
Allí aproveche para comprarme un recuerdo del viaje para mí, pero la verdad es que el jersey que elegí lo podría haber comprado perfectamente en Barcelona o en cualquier otra ciudad: no era ni de alpaca, ni de llama, ni de vicuña. Era de lana merina, originaria de España. En fin, así son las cosas del comercio internacional y de la globalización.
Nos había gustado el restaurante del día anterior, así que repetimos, el anticucho no, pero si unos pastelitos típicos que no recuerdo como se llaman, pero que recordaban a los churros.
Poco tiempo después nos vino a recoger el transporte que nos había de conducir al aeropuerto y con el tiempo previsto facturamos las maletas en el que nos dijo el guía que era un "vuelo caliente", así que los perros de la policía estuvieron olfateando nuestras maletas una y otra vez. Luego pasados los controles gastamos en chocolatinas y colonias los pocos soles que nos quedaban y a volar. El viaje fue tranquilo sin los accidentes del de nuestra llegada al país, pudimos descansar algo, hacer la escala, un pelín justa en Madrid y coger el de Barcelona, que como suele pasar cuando vas justo, una vez embarcados nos tuvieron cuarenta minutos parados porque habíamos perdido no sé qué, por culpa de una señora que se había perdido.
En El Prat, nos estaba esperando Izarbe para llevarnos a Terrassa. Bien organizados están los hijos: Manel nos había dejado en la estación del AVE al inicio del viaje.
Así acabó la aventura peruana y nuestro viaje mítico.