martes, 5 de marzo de 2019

El cumple de Miquel... y las grullas. Y Parte Tercera

Más pronto que tarde, Pili y yo nos despertamos este día y bajamos al bar que era donde servían los desayunos. A pesar de creer que era pronto, el resto ya había desayunado prácticamente, así que sin prisa pero sin pausa recogimos las cosas de la habitación y salimos con destino a Berrueco, donde nos comentaron que había un castillo, o lo que de él quedaba.
Laguna de Gallocanta
Llegamos al pueblo y por sus calles estrechas acabamos en una especie de aparcamiento o mejor dicho ensanchamiento de la vía, dejamos los coches y subimos al castillo. Desde allí la laguna se veía esplendorosa entre otras cosas porque hacía un sol magnífico. El castillo no conservaba grandes muros y tuvimos que hacer un ejercicio de imaginación para verlo. Lo que sí vimos para nuestra sorpresa fue cantidad de aves que emprendían la salida de los campos adyacentes a la laguna y que poco a poco iban tomando altura en busca de corrientes de aire favorables que les ayudasen a llegar a su destino.
Total que hicimos la foto de rigor del grupo en el castillo con laguna de fondo y emprendimos el camino hacia Daroca, lugar elegido para visitar y comer. Por cierto que Berrueco es uno de los pueblos que pertenece a la ruta del Cid.
Antes de llegar al enlace con la carretera nacional que teníamos que coger, la cantidad de grullas que iban saliendo era impresionante, y nuestros fotógrafos decidieron hacer un pequeño alto para realizar las últimas fotos a las aves, que realmente estaban pasando más cerca de nosotros que la noche anterior en el observatorio.
Sin prisas y con las tarjetas de memoria bien llenas de nuevas imágenes de grullas nos dirigimos a la carretera nacional que nos conduciría hasta Daroca, donde teníamos prevista una visita turística por nuestra cuenta.
Puerta Baja
La ciudad es uno de los conjuntos artísticos más importantes de la zona. Defendida por una muralla construida entre los siglos XIII y XVI, tiene dos puntos de acceso al interior de calles adoquinadas por las llamadas Puerta Baja, retocada en el siglo XVI y Puerta Alta, reformada en el siglo XVII. En un alto se encuentran los restos del Castillo Mayor, una alcazaba musulmana del siglo XI. También destacan entre sus construcciones la Colegiata de Santa María donde se conservan los Sagrados Corporales.
Intentaré contar brevemente y supongo que con algunas inexactitudes la "leyenda" del milagro de los corporales. Debía ser un año del siglo XIII en que las tropas de zaragozanos y turolenses fueron a ayudar a Valencia en la guerra contra el infiel, y como era común en la época el ejercito llevaba su propio auxilio espiritual, en este caso el cura de Daroca. En un momento dado y previamente a iniciar el ataque decidieron hacer una misa y dar de comulgar a los capitanes, de tal manera que antes de poder hacerlo una incursión del enemigo les obligó a defenderse, y el sacerdote envolvió las hostias consagradas en los corporales (paños blancos de algodón) y las escondió bajo una piedra para que no fuesen profanadas.
Corporales de Daroca
Las tropas cristianas repelieron el ataque, pero cuando fueron a buscar las hostias vieron que estaban empapadas de sangre, lo que consideraron un milagro y una señal que les condujo a atacar de nuevo y conseguir finalmente la victoria y la liberación del reino. Como sucede a menudo en nuestra historia todos, zaragozanos, valencianos, turolenses, etc. etc., querían llevarse los corporales a su ciudad. Se hizo un sorteo que al parecer toco en tres ocasiones a Daroca, pero ni por sorteo acabamos conformándonos con nada en este país. Así que tomaron una decisión, ponerlos atados encima de una burra y dejar que la divinidad guiase al animal y allí donde parase, sería el lugar elegido para tener la reliquia del milagro. Parece ser que la burra empezó a caminar a su aire y cayó desfallecida, muriendo en la Puerta Baja de la ciudad de Daroca.
Otra historia menos relevante de la visita, es que Pili y yo nos perdimos una parte, menos mal que ya habíamos hecho el recorrido en una visita anterior. Resulta que con las prisas en la salida del hostal nos llevamos la llave de la habitación, así que tuvimos que ir a recuperarla al coche y llevarla al centro de información turística de la ciudad, donde los dueños del hostal pasarían a recogerla.
Después de esta aventurilla y tras comprar algunos dulces típicos de la zona, fuimos a comer al restaurante Cien Balcones, donde disfrutamos de un menú típico muy bien construido y a un precio más que razonable.
Sin más dilaciones ya, iniciamos el camino de retorno a nuestras casas y tras una parada breve en el área de Los Monegros para tomar un café nos despedimos unos de otros y como dice la frase hecha: cada mochuelo a su olivo.




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