viernes, 22 de marzo de 2019

Soria... más que torreznos. Y capítulo Tres

El claustro de San Juan de Duero

Acabados los formalismos de la salida del hotel nos dirigimos al Claustro de San Juan de Duero que habíamos encontrado cerrado el día anterior. No hubo problemas de horario y accedimos al claustro, que es una auténtica maravilla, tanto por la ejecución del mismo como por la diversidad de estilos que combina de manera exquisita.


El día era excelente, con un sol radiante que había conseguido imponer en el ambiente cierta tibieza a la rigurosa noche soriana, que rozó la temperatura negativa. La verdad es que el tiempo pasa sin apenas percatarte de ello, paseas una y otra vez por el claustro, como si de un sinfín se tratase: las columnas y los capiteles van cambiando de estilo, de forma, de temática... Finalmente decides colocarte en el centro de cuidado césped  del claustro y comenzar a girar sobre ti mismo, hasta que concluyes un circulo completo. La experiencia es increíble.
Iglesia del claustro
Uno de los laterales del claustro da entrada a una capilla bien conservada y con dos doseles sostenidos por la pared y cuatro columnas con decorados capiteles, también de incalculable valor arquitectónico.
Una vez finalizada la visita al claustro, después de una breve deliberación, decidimos dejar el coche en la zona y empezar un paseo por los márgenes de río Duero, que para las horas que eran estaba bastante animado. Suponemos, o supongo que debe ser una de las "rutas del colesterol" de la ciudad por el tipo de personas que por allí circulaban, aunque también lo hacen esforzados jóvenes deportistas amateurs, que dejan las calorías excesivas de los torreznos de la noche anterior.

Ermita de San Saturio

El paseo, a parte del disfrute que por sí mismo posee, tenía el objeto de llevarnos a la visita de la ermita de San Saturio, monumento colgado de un risco en una de las orillas del Duero. El camino como decía es muy agradable y apenas es empinado, aunque a primera vista parece que habría de serlo, pues la ermita desde el inicio se ve en una altura sino considerable, los suficiente para que hiciese subida.
San Saturio
Solo al final, cuando ya se aprecia la entrada del monumento empieza a subir, hasta unas escaleras que dan acceso al interior de la ermita.
Esta no es una ermita al uso, sino más bien un complejo en el que uno se va adentrando y accediendo a diversas estancias, en diversas alturas. Esto hace menos penoso el acceso hasta la capilla final que está en lo más alto del complejo. Una iglesia de estilo difícil de catalogar al menos para un lego como yo que apenas distingue dos estilos arquitectónicas. En todo caso es especialmente recargada en casi todos los elementos de la misma.
Antes de llegar a ella se pasa por una estancia que ejerce de recepción de visitantes, con un encargado, más dedicado a sus pensamientos y cábalas que a los visitantes del monumento, con una estufa creo que de gas, que le proporciona el mínimo calor necesario para aguantar en un lugar tan sombrío. No quiero pensar como será allí su labor en pleno invierno.
Otras estancias están destinadas a sala de reuniones, supongo que una parte a entidades religiosas de las que depende y otras a corporaciones municipales que deben proporcionar presupuesto para el mantenimiento. No obstante la que me pareció más interesante fue la habitación del "santero", dividida en dos habitáculos, uno con una mesa de trabajo y otro con un catre, en el que al parecer vivió y durmió el último de estos personajes en los años noventa: No parece que la vida fuera muy fácil en aquellos aposentos a no ser que tengas una forjada vocación eremita.
El Duero desde San Saturio
La función de estos "santeros" parece ser que se limitaba al cuidado de la ermita y sus dependencias así como a atender en la manera de sus posibilidades a los visitantes. En cualquier caso no se trataba de personas que respondiesen a la otra acepción de la palabra y que tiene que ver con sanaciones en base a diversas técnicas entre científicas, espirituales y hasta sobrenaturales.
Una vez visitada la ermita volvimos a recoger nuestro transporte, en este caso por la orilla opuesta del Duero de la que habíamos subido. En estos momentos ya se veía algo más de actividad incluso que durante la subida, así que supusimos que toda la animación existente en la ciudad la noche anterior se había trasladado a la vera del río. Alguna zona de picnic, algún lugar donde tomar un café o refresco y algún lugar donde ofrecían un menú para todos los públicos y aprovechando también el hueco de las pilastras de uno de los puentes del Duero, lo que podría ser un club de piragüismo.
En pocos minutos estuvimos en ruta, y como viene siendo habitual en todas estas escapadas, paramos en Fraga a tomar un refrigerio, que acabó siendo una comida en toda regla. Desde allí sin más escalas  llegamos a Terrassa, y a descansar para preparar la próxima.

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