El Cañón de Rio Lobos
Nos levantamos temprano, como estaba previsto y pusimos dirección al Cañón de Rio Lobos. Haciendo caso al navegador del coche llegamos a Ucero, no sin antes pasar por cantidad de aldeas y pueblecitos, habitados unos y abandonados otros, por unas carreteras complicadas y realmente estrechas en muchos tramos. Lo explico por si alguien quiere hacer el recorrido, que se olvide de la tecnología y vaya a San Leonardo de Yagüe y desde allí al cañón. Más rápido, más sencillo y mejor camino.
Paredes del Cañón de Rio Lobos |
Empezamos en la casa del Parque, y a pesar de que yo había estado allí unos años atrás no conseguía recordar el paraje, así que nos acercamos al punto de información para orientarnos en el camino a seguir, y allí descubrimos al guía multitarea que dicen ahora. Daba lo mismo que te estuviese atendiendo, si a su espalda surgía una nueva consulta, te dejaba plantado y contestaba a otra persona, con un increíble conocimiento "de todo" (mapas, telefonía, extravíos, fauna, flora, geología), vamos un auténtico hombre del renacimiento.
Para no seguir inmersos en ese caos, dejamos el punto de información y fuimos a buscarnos la vida para acceder al cañón, tras una breve indicación del referido entre cuatro conversaciones o cinco que eran las que mantenía a la vez. Llegados a la entrada del parking del cañón, los recuerdos vinieron a mi mente y ya todo fue más fácil. La explicación es muy sencilla, hoy accedimos por la carretera que viene del sur y en la anterior visita por la del norte.
Planteamos una caminata por el Cañón en dos grupos, Paco y yo iríamos a ritmo más rápido e intentaríamos llegar hasta una de las muchas cuevas que existen en las paredes de la montaña, y Jose y Pili irían a un ritmo menor hasta la magnífica ermita románica edificada en la zona más amplia del cañón, justo antes de que éste empiece a estrecharse.
Puente-trampa |
Llegamos a la esplanada de la ermita y accedimos a una de las muchas cuevas que rodean el camino, no a la que teníamos como destino, sino a otra de ellas para ver la magnitud de las mismas. En aquel momento y de manera sorprendente sonó el móvil de Paco. Uno de los puentes de piedras se transformó en trampa y una de las chicas resbaló y cayó al torrente, quedando totalmente empapada, situación poco recomendable pues a pesar del sol que lucía la temperatura no se correspondía con él.
Decidimos regresar al parking, donde quedamos en reencontrarnos para volver al hotel y que pudiese ponerse ropa seca. Durante el camino de bajada nos encontramos con dos caminantes que subían y nos comentaron que nuestras chicas nos esperaban y que nos avisaban por si no habíamos podido contactar telefónicamente. No pude evitar preguntarles como nos habían reconocido. Pues fue gracias a nuestros cubrecabezas. Paco llevaba una gorra beige al estilo de Lawrence de Arabia y yo un sombrero blanco Borsalino.
Al final de esta aventura, pasado el susto primero, todo quedó una anécdota que recordaremos como divertida, pues a parte del remojón, no sufrió ni un rasguño, y eso que a estas edades nuestras es muy fácil romperte un hueso o hacerte un herida.
Numancia
Este pequeño incidente fue ideal para hacer un ligero cambio en nuestro programa, que a la larga mejoró las expectativas del viaje. Tras una comida excelente en el Alfonso VIII y mini-siesta reparadora, nos lanzamos a la conquista de Numancia. Grave error, a los romanos les costó una pila de años hacerlo y cuando lo consiguieron no encontraron más que muerte y destrucción y eso que Roma envió a Escipión, su mejor general.
Lo nuestro fue menos épico, solo una equivocación en el navegador hizo que nos pasásemos por alto el desvío hacia la ciudad que subsanamos en pocos minutos, accediendo a la recepción del complejo, donde nos facilitaron la información sobre la visita y unas audioguías para la misma. La de Paco, casi sin pilas.
Decidimos regresar al parking, donde quedamos en reencontrarnos para volver al hotel y que pudiese ponerse ropa seca. Durante el camino de bajada nos encontramos con dos caminantes que subían y nos comentaron que nuestras chicas nos esperaban y que nos avisaban por si no habíamos podido contactar telefónicamente. No pude evitar preguntarles como nos habían reconocido. Pues fue gracias a nuestros cubrecabezas. Paco llevaba una gorra beige al estilo de Lawrence de Arabia y yo un sombrero blanco Borsalino.
Al final de esta aventura, pasado el susto primero, todo quedó una anécdota que recordaremos como divertida, pues a parte del remojón, no sufrió ni un rasguño, y eso que a estas edades nuestras es muy fácil romperte un hueso o hacerte un herida.
Numancia
Este pequeño incidente fue ideal para hacer un ligero cambio en nuestro programa, que a la larga mejoró las expectativas del viaje. Tras una comida excelente en el Alfonso VIII y mini-siesta reparadora, nos lanzamos a la conquista de Numancia. Grave error, a los romanos les costó una pila de años hacerlo y cuando lo consiguieron no encontraron más que muerte y destrucción y eso que Roma envió a Escipión, su mejor general.
Ruinas de Numancia |
El recorrido aunque con un poco de viento fue muy agradable con una temperatura ideal y poco a poco fuimos viendo los lugares más significativos: los tres ríos que rodean la colina en la que se encuentra la ciudad, las marcas donde estuvieron colocadas las legiones romanas que se encargaron del asedio, los campos de la ribera del Duero alrededor de ella, y ya dentro del complejo, los restos de la ciudad, como eran sus calles, la estructura de la misma para protegerse del viento, los aljibes de suministro de las casas, una parte de la muralla que la circunvalaba, actualmente restaurada y con un acceso que permitía ver todavía mejor el entorno de la ciudad.
Siguiendo la guía accedimos a dos casas reconstruidas, que daban una idea bien concreta de como era la vida de las gentes que allí habitaban. Básicamente constaban de un recibidor-cocina-comedor-sala de estar, en donde se hacía toda la vida familiar, un pequeño dormitorio con una minúscula ventana y paredes muy gruesas, que da idea de la crudeza de las noches en estos lares. También disponía de un pequeño espacio destinado a despensa y en general de un patio no muy grande que tenía un pequeño refugio techado para los animales domésticos o no que disponía cada familia.
En la zona sur del poblado, supongo que con menores rigores climatológicos por su ubicación se encontraban las casas de las personas más poderosas y ricas de la ciudad, y se mantienen algo mejor conservadas, incluso con algunas columnas al gusto de las grandes casas de ciudades romanas. Según explica la autoguía se trataba de las casas de un médico y un escribano. Como han cambiado los tiempos.!!! Posiblemente ahora serían de un constructor y un político. Es una broma, no una queja.
Acabada la visita y después de ver un audiovisual interesante de la ciudad en su época más floreciente y de como fue la conquista por el citado general romano, nos dirigimos al claustro de San Juan de Duero, que desafortunadamente estaba ya cerrado al público, así que lo dejamos para el día siguiente.
Lo que no perdonamos fue la cena y con el mismo criterio que las anteriores, y siguiendo las recomendaciones fuimos a parar al "Mesón Castellano", en plena plaza mayor, donde comimos para variar unos torreznos con la cervecita de rigor y luego unas ensaladas, rusas, de salpicón de pulpo y como no, de setas.
Luego café, a pesar de que alguno le apetecía un gin-tónic en un pub de la zona peatonal al lado de la alameda de Cervantes, el Red Lion. Y a descansar.
Siguiendo la guía accedimos a dos casas reconstruidas, que daban una idea bien concreta de como era la vida de las gentes que allí habitaban. Básicamente constaban de un recibidor-cocina-comedor-sala de estar, en donde se hacía toda la vida familiar, un pequeño dormitorio con una minúscula ventana y paredes muy gruesas, que da idea de la crudeza de las noches en estos lares. También disponía de un pequeño espacio destinado a despensa y en general de un patio no muy grande que tenía un pequeño refugio techado para los animales domésticos o no que disponía cada familia.
Casa reconstruida de Numancia |
Acabada la visita y después de ver un audiovisual interesante de la ciudad en su época más floreciente y de como fue la conquista por el citado general romano, nos dirigimos al claustro de San Juan de Duero, que desafortunadamente estaba ya cerrado al público, así que lo dejamos para el día siguiente.
Lo que no perdonamos fue la cena y con el mismo criterio que las anteriores, y siguiendo las recomendaciones fuimos a parar al "Mesón Castellano", en plena plaza mayor, donde comimos para variar unos torreznos con la cervecita de rigor y luego unas ensaladas, rusas, de salpicón de pulpo y como no, de setas.
Luego café, a pesar de que alguno le apetecía un gin-tónic en un pub de la zona peatonal al lado de la alameda de Cervantes, el Red Lion. Y a descansar.
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